Lo que empezó con una protesta callejera por la subida de unos céntimos en los precios de los transportes, se ha convertido en una masiva protesta social en todo Brasil, que ha obligado a la Presidente Dilma Rousseff a ofrecer un referéndum para reformar el sistema político, modificar la Constitución, mejorar los servicios y luchar contra la corrupción galopante al socaire de los grandes acontecimientos mundiales que han elegido Brasil como sede; entre otros, la próxima Jornada Mundial de la Juventud a finales del mes de julio, con la anunciada presencia del Papa Francisco. Cualquier cosa puede ocurrir en el inmenso país que tiene planteado un desafío sin precedentes y cuya crisis comenzó ya con el Presidente Lula da Silva. La Iglesia católica en Brasil ha reconocido la legitimidad de las protestas y manifiesta su solidaridad con las manifestaciones siempre que sean pacíficas y promuevan esperanzas de un cambio al servicio de un bien común.