Misioneros: el mejor proyecto de ayuda - Alfa y Omega

Misioneros: el mejor proyecto de ayuda

Así os envío yo es el lema del DOMUND 2011, tomado del Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de las Misiones, que recuerda a todos los bautizados su llamada a vivir la misión salvadora de Dios. Unos encuentran su vocación y dejan su casa atrás para ir por el mundo a anunciar el Evangelio. Otros, nosotros, somos sus cómplices y sostenemos sus vidas con la oración y la ayuda económica

Cristina Sánchez Aguilar

Es importante conocer las cifras y porcentajes de la ayuda que prestan los misioneros españoles en el mundo entero. Los datos dan una visión total de cómo, gracias al regalo de sus vidas, pequeñas comunidades de personas que nacieron en un lugar y no en otro, pueden tener una existencia digna.

En África, los países con mayor presencia misionera son la República Democrática del Congo, Mozambique y Guinea Ecuatorial. En América, son Perú, Venezuela y Argentina. En Asia, los países con más misioneros son Japón, India y Filipinas.

Es importante saber que hay 14.000 misioneros y misioneras españoles en 115 países, y que cada año parten cerca de 150 nuevos misioneros hasta los territorios de misión. También es importante saber que, en cada Jornada del DOMUND, celebrada todos los años a finales de octubre, se recaudan grandes sumas de dinero que, al año siguiente, se envían a las misiones en su totalidad -una vez descontados los gastos de gestión y animación misionera, que nunca superan el 10 %-. De hecho, durante este curso, se han enviado cerca de 92 millones de euros; 16 de ellos, gracias a la generosidad de los españoles el año pasado, el día del DOMUND.

Es importante saber, para todas aquellas personas que rascaron su bolsillo el día del DOMUND -y que tendrán la oportunidad de volver a hacerlo el domingo en todas las parroquias de España-, que países como Camerún, Tanzania, Madagascar, Angola, Sri Lanka, Guinea Ecuatorial, Zambia, Costa de Marfil y Trinidad y Tobago han podido mejorar sus infraestructuras en las misiones con nuevas construcciones, vehículos, emergencias y formación; y que eso ha mejorado sus vidas.

Es importante saber que Benedicto XVI ha recordado, para esta Jornada Mundial de las Misiones, que el anuncio del Evangelio es de todos y para todos. Con el lema Como el Padre me ha enviado, así os envío yo, tomado del evangelio de Juan, alienta a «detenerse a reflexionar si respondemos a la vocación misionera y cómo lo hacemos», no sólo en países lejanos, sino que recuerda que «sociedades tradicionalmente cristianas son, hoy, refractarias a abrirse a la fe».

Pero también es importante saber que una gran parte de la ayuda económica que Obras Misionales Pontificias envía a la misión -casi 26 millones de los 92 que se recaudaron el año pasado- es para ayudar directamente a los misioneros y misioneras. Las cifras y los porcentajes son importantes, pero no muestran los innumerables gestos de amor que ellos realizan cada día, que pasa por ponerse los últimos de los últimos, incluso viviendo pobrísimamente. Obras Misionales Pontificias se encarga de cuidar de ellos reparando sus casas o conventos, construyendo sus hogares…, porque son, sin duda, el mejor proyecto de ayuda.

Ni una sola comodidad

Uno de los destinos del dinero recaudado durante la Jornada del DOMUND, el año pasado, fue India: 150.000 dólares para construir el convento de las Hermanas Franciscanas en Simonbadi, en Bhubaneswar. Llevan tres años en el pueblo, y lo primero a lo que dedicaron su esfuerzo y su tiempo fue a sacar adelante un orfanato para los pequeños de la calle, además de dedicarse cada día a dispensar cuidados sanitarios a los niños y niñas de las castas más bajas. Las Hermanas piensan primero en los niños y después en ellas, como las Teresianas Carmelitas de Dhanbad, también en India, a quienes el DOMUND ha ayudado a construir su casa, ya que, hasta ahora, vivían como podían en la escuela hogar donde acogen a los niños de las tribus.

Para ellas, la ayuda llegó, por fin, el año pasado. Para otros, todavía está en camino. Como para el sacerdote Gumersindo Domínguez, un vigués de 88 años, que lleva 62 años en el trópico colombiano, donde llegó nada más ser ordenado sacerdote. Hace dos años, le encomendaron una nueva parroquia, y desde entonces se encuentra viviendo en una casita provisional. Sin embargo, «desde hace 30 años -cuenta-, existe un solar contiguo a la capilla esperando la construcción de esa casa definitiva. Me duele en el alma tener que pasar por aquí impasible e indiferente ante esta situación. Es por eso que, a mis 88 años, me he atrevido a dar el paso y pedir ayuda»; ayuda para poder construir una casa cural desde donde atender mejor a sus feligreses. El padre Sindo, como le conocen allí, pide «no verse privado de la dicha de construir esa casa con el cariño y las ayudas de mi tierra natal». El próximo domingo, la colecta del DOMUND será una buena forma de ayudar al padre Sindo a construir su sueño. También espera la valenciana María José Vila, agustina recoleta, que pide ayuda desde el corazón de Kenia. Hace cinco años se embarcó en el proyecto de fundar un convento de vida contemplativa en la diócesis de Machakos-Makueni, donde ella, y otras veinte jóvenes, viven en la más absoluta aridez: «Ya llevamos excavados 8 pozos, y todos sin agua. Ahora hemos construido un aljibe y canalizamos el agua -desde un río al que va toda la basura- durante dos kilómetros y medio bajo tierra, hasta el monasterio. Tenemos en proyecto hacer una presa en la huerta para recoger el agua de la lluvia y poder cultivar, pero excede nuestras posibilidades. Tiendo mis manos en busca de ayuda para tener agua, algo tan esencial para vivir», afirma la religiosa valenciana.

La Hermana Isa con sus niños en Haití.

Necesitan nuestra oración

Ponerse los últimos a la hora de vivir dignamente y con alguna que otra comodidad no es la única forma que tienen los misioneros de entregar, totalmente, su vida a los demás. El sufrimiento, y la desolación también se instala en sus corazones, y para curar el alma, ante las intensas adversidades a las que se enfrentan cada día, necesitan nuestra oración. También son humanos. Es el caso de la Hermana Isabel Sola, religiosa de Jesús María, que llegó hace tres años a Haití tras una vida entregada en África: «Recuerdo el desgarro que sentí y el vértigo que me tocaba pasar hacia lo desconocido», reconoce Isa, quien tuvo que, ante la miseria que encontró en Puerto Príncipe, «comprender y aceptar que no estaba allí para salvar a nadie o para cambiar nada». Miseria que se acrecentó con la catástrofe natural que asoló el país, lo que provocó en ella un intenso sufrimiento, que Isa define como «una lección que no hay que saltarse, porque nos hace más humanos y menos ambiciosos», y eso que «la tentación del desaliento y la queja a Dios era enorme. Estuve muy triste, desanimada, chocada y rebelde». Pero, desde allí, nos envía una gran lección: «Quiza alguna vez os pasó un terremoto por encima que os aplastó, os derrumbó, os machacó, os hirió, os amputó…, pero no acabó con lo más importante, que es las ganas de vivir, de creer y de servir». Y agradece, «de todo corazón, lo que desde España hacéis por ayudarnos; soy testigo de vuestra inmensa solidaridad y apoyo en los momentos más duros».

Almudena Martín-Albo, en Kiev.

Almudena Martín-Albo, de la Asociación Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios, vive una situación completamente diferente, pero necesita, del mismo modo, aliento y oración para continuar su labor. Madrileña de nacimiento, es misionera en Kiev, Ucrania. Allí, estudia ruso, para poder transmitir el Evangelio en la lengua materna de sus nuevos hermanos. «Este pueblo para el que Jesús nos ha pedido la vida, es un pueblo muy sufrido, con una historia dura que se refleja en sus rostros, cansados y tristes», cuenta Almudena. «Todo es gris en su día a día, incluso ves sus caras cuando vas en el Metro, y reflejan tristeza; también se ve en las construcciones, en los edificios: la huella imborrable del comunismo es evidente. A veces, sentimos que esa tristeza se cuela un poco en nuestros corazones», reconoce. Por eso, afirma, «es vital el tiempo de oración, estar delante de Jesús, para que Él nos dé su alegría y su fuerza».

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