Todo empezó en Asia - Alfa y Omega

Todo empezó en Asia

Alfa y Omega

«Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él»: son palabras de san Pedro en casa del pagano Cornelio, en Cesarea del Mar, que recoge el libro de los Hechos de los Apóstoles, y sin duda encuentran un eco bien significativo en las palabras de su sucesor el Beato Juan Pablo II, en la asiática capital de la India, durante la homilía, el 7 de noviembre de 1999, en la Misa que clausuraba el Sínodo especial de los Obispos de Asia, celebrado el año anterior: «El Sínodo que hoy concluimos se alegró al recordar que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en tierra de Asia. El Verbo eterno se encarnó como asiático. Y fue en este continente donde la Iglesia comenzó a difundir la Buena Nueva, predicando el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo».

Es necesario, sí, volver al origen del hecho cristiano, que es justamente eso, un hecho, algo sucedido en un lugar y un tiempo bien determinados, en Asia y hace esos 2013 años que han marcado hasta hoy la historia del mundo. Juan Pablo II decía las palabras citadas a punto de alborear el tercer milenio cristiano, y no dudó en explicitar la vitalidad del cristianismo, porque lo que empezó en Galilea no tendrá fin: Jesús de Nazaret. No es vano, por tanto, lo que a continuación dijo el Papa en Nueva Delhi: «Juntamente con los cristianos de todo el mundo, la Iglesia en Asia cruzará el umbral del nuevo milenio, dando gracias por todo lo que Dios ha realizado desde los inicios hasta hoy», y formuló algo más, mucho más, que un deseo, pues nacía de la certeza de la fe: «Quiera Dios que, de la misma forma que en el primer milenio la cruz arraigó sólidamente en Europa, y en el segundo lo hizo en América y África, así en el tercer milenio cristiano se produzca una abundante cosecha de fe en este continente tan vasto y vital».

El amplio tema de portada de este número de Alfa y Omega da buena fe de ello. Es verdad, como recordaba Juan Pablo II, con palabras de la misma Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia, al firmarla y publicarla en Nueva Delhi, el día anterior, «que en algunas partes de Asia se prohíbe la proclamación explícita y que la libertad religiosa es negada o sistemáticamente limitada. En esas situaciones, la Iglesia da testimonio tomando su cruz». El pasado 4 de octubre, a los jóvenes de Umbría, el Papa Francisco, evocando al santo de Asís, les decía exactamente eso: «¿Sabéis qué dijo una vez Francisco a sus hermanos? Predicad siempre el Evangelio, y si fuera necesario también con las palabras. Pero, ¿cómo? ¿Se puede predicar el Evangelio sin las palabras? ¡Sí! ¡Con el testimonio! Primero el testimonio, después las palabras».

En Asia, donde empezó todo, y especialmente en India, se hace bien palpable. Así lo decía, en el estadio Indira Gandhi, de Nueva Delhi, ya en su primer viaje a la India, de 1986, Juan Pablo II: «La Iglesia en India está contribuyendo, desde hace muchos años, al desarrollo de este país y al alivio de los problemas ligados a la pobreza. La obra de Madre Teresa de Calcuta y de muchos otros son elocuentes testimonios de este empeño, como lo son los notables resultados logrados por muchas instituciones católicas en el campo de la educación, de la sanidad y de los servicios». ¿Qué logros? No otros que el encuentro con Jesús de Nazaret. ¿Con qué signos? Las promesas del país de los judíos que cumple Jesús: «Los pobres son evangelizados». Así lo dice el Papa Francisco, en su Exhortación Evangelii gaudium: «No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio», y lo expresa igualmente como todo empezó, con palabras de su predecesor en la sede de Pedro, en su encuentro con los obispos de Brasil, el año 2007, en la catedral de Sao Paulo. Allí, tras recordar que los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio, Benedicto XVI añadía: «Y el obispo, formado a imagen del Buen Pastor, debe estar particularmente atento a ofrecer el bálsamo divino de la fe, sin descuidar el pan material». Y el Papa Francisco se hace perfecto eco de este testimonio que todo lo incluye. En esta misma página de nuestro número anterior, ya recogimos cómo expresaba, «con dolor, que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual». Y añadía: «La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria». Exactamente como todo empezó.