Una monja que comparte todo con los «hijos del viento»
Carla Osella lleva 50 años acompañando a los gitanos de la periferia de Turín. El documental Portami a vedere le stelle (Llévame a ver las estrellas), producido por el Vaticano, recoge su legado
Son la mayor minoría de Europa y el pueblo transeuropeo por excelencia. No aspiran a un tener un Estado, pero los rom, que todos conocemos como gitanos, han conseguido preservar una identidad propia. No existen censos fiables, pero se calcula que en Europa se han asentado cerca de 14 millones.
Son muchos los que malviven en las periferias de las ciudades, en la pobreza más absoluta. Sin luz ni agua potable o gas. Sin sistema de alcantarillado ni asfaltado en las calles. Conviven con las ratas y otros animales que anidan la basura, porque hay zonas donde ni siquiera pasa el servicio de recogida.
Estas duras condiciones no frenaron la vocación de Carla Osella, de la congregación de las hermanas ursulinas, que lo ha compartido todo con los «hijos del viento», como ella los llama con cariño. «Entré de puntillas, no iba a enseñarles nada; solo a observar su cultura», señala por teléfono desde el asentamiento a las afueras de Turín donde todavía vive. «Recuerdo un día en el que solo habían podido comprar un trozo de carne, pero nadie quiso comérselo porque no había para todos. Al final acabé dándoselo a mi perro», explica. Prueba de su modo radical de entender la solidaridad es que las familias que ya de por sí son muy numerosas, «con siete, ocho y hasta nueve hijos a su cargo» no dudan en abrir las puertas de su chabola a «los hijos de los parientes que han fallecido» sin pasar, eso sí, por el tribunal de menores, para que no los separen.
Lo primero que hizo cuando fundó la asociación A.I.Z.O. –hace ya medio siglo– fue abrir «una escuela que respetase su cultura», que estuvo abierta durante 23 años. Los datos de la escolarización en Italia son catastróficos. En Roma, solo el 40 % de los niños rom frecuenta la escuela y el abandono temprano de la educación es 100 veces mayor que en sus coetáneos, según Cáritas. Con la pandemia la situación se ha agravado. «No podían seguir las lecciones a distancia, porque no tenían ni acceso a internet ni los dispositivos necesarios. Han perdido muchas clases, y ahora los aparcan en los últimos pupitres para que “no molesten al resto”», asegura Alessandra Silvi, responsable de la Pastoral de Circenses e Itinerantes del Vaticano.
En el país de la bota, el 43 % de los gitanos son italianos, y otros provienen de países comunitarios como Rumanía o Hungría. «De ellos, muchos trabajan en las ferias ambulantes. También tienen también tiendas o bares. Son los frutos positivos de las políticas de integración», asevera Osella, pero el mayor foco de pobreza recae en los apátridas de la antigua Yugoslavia. Eran caldereros, herreros o cerrajeros, empleos que no sirven a la actual sociedad capitalista: «Son los más segregados, los que dependen más de las ayudas públicas. Al final, roban o estafan para poder sobrevivir». Otros mendigan. Los vemos a menudo tirados en la calle o con muletas en los semáforos. El problema principal es que no logran «regularizar la documentación para poder quedarse en Italia y tener un trabajo». Es una batalla burocrática. El otro problema son los prejuicios. El 82 % de los italianos se declara abiertamente «antigitano»; según datos de la Asociación 21 julio, es el porcentaje más alto de Europa. «Los consideran un elemento asocial que no trabaja y prefieren no tenerlos como vecinos», dice Osella, que no deja de criticar su mentalidad asistencialista. «Deben aceptar que también tienen obligaciones».
Tras los prejuicios sociales que los consideran una lacra asoman los rostros de las injusticias. El de la alta mortalidad infantil o las enfermedades sin diagnosticar por falta de atención médica. La baja o nula calificación escolar sumada a la discriminación hacen el resto. «Es una pescadilla que se muerde la cola. La falta de esperanza aumenta el alcoholismo y el consumo de drogas, sobre todo entre los jóvenes», lamenta.
Los 50 años de entrega de esta monja hacia los rom han quedado recogidos en el documental italiano Portami a vedere le stelle (Llévame a ver las estrellas) que ha sido producido gracias al Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano. El título es la frase que un niño gitano, angustiado por un ataque de pánico tras ser alojado en un apartamento, le dice a una monja que lo abraza e intenta calmarlo. «Estar encerrados por primera vez entre cuatro paredes supone un trastorno para ellos», asegura Silvi desde el Vaticano, e incide en que «las políticas de desalojos forzosos son un fracaso total», porque «solo desplazan el problema».
En el documental también aparece Rebecca, pintora y violinista que empezó tocando en la calle y ahora tiene fama internacional, o un joven que pasó de vivir en una caravana a trabajar en la bolsa de Italia. Ejemplos que rompen los estigmas.
Con 25 años Carla Osella, de la congregación de las hermanas ursulinas, hizo una elección radical: vivir en un campo de gitanos. «Solo el conocimiento recíproco rompe las barreras del racismo», asegura. Esta socióloga y pedagoga ha dedicado su vida a defender sus derechos ante las instituciones italianas y europeas.