24 de enero, fiesta de San Francisco de Sales. ¿Un periodista, Patrono de los periodistas?
El próximo martes, la Iglesia celebra a san Francisco de Sales, patrono de los periodistas. A caballo entre los siglos XVI y XVII, el santo obispo francés fue escritor, pero no conoció una profesión moderna como el periodismo. Por eso, se echa de menos un patrono periodista de verdad, de periódicos. Y quizá se tenga pronto: el beato Lolo, con quien el autor de este artículo compartió años de trabajo en la prensa católica de España
Nuestra profesión —el periodismo— entra de lleno en las de las grandes responsabilidades. Médicos, militares, jueces, sacerdotes…, y periodistas. La pluma puede —como la espada, el bisturí, o la balanza de la justicia— defender, curar o matar. Bien necesitamos un protector, un Patrono, algún mediador, ante el Dios, Padre y Juez.
Algún mediador, digo, de los nuestros, que sepa del oficio y lo haya experimentado en su vida. Porque el periodismo, al ser tan reciente, tiene, hoy por hoy, como patrono, a un hombre del pre-periodismo: san Francisco de Sales, obispo. Un hombre santo, bondadoso, escritor de libros…, pero no de periódicos. El próximo día 24, las Asociaciones de la Prensa le honran con diversos actos.
Afortunadamente, quizás muy pronto, tengamos un patrono periodista, periodista de verdad, de periódicos. Por lo pronto, ya lo tenemos en los altares. Español y andaluz. Contemporáneo de muchos de nosotros, que le pedíamos artículos, los distribuíamos en nuestras agencias de información —Logos, Prensa Asociada…— multiplicando, a través de ellas, la eficacia de su pluma santa por todos los rincones de España. El 12 de junio de 2010, el Papa Benedicto XVI, por medio de su legado, el cardenal Angelo Amato, proclamaba beato a Manuel Lozano Garrido, al que llamábamos y conocíamos como Lolo.
Lolo —ya muchos le van conociendo— estuvo paralítico la mayor parte de su corta vida, por una enfermedad progresiva y dolorosa; llegó a escribir con un punzón atado al dedo para teclear la máquina. Luego, ni eso: quedó ciego. Siguió dictando artículos. Y, en ellos, la alegría y la mirada positiva sobre la realidad, como substrato principal. Este concepto del periodismo —tan distinto del más habitual que tiende a valorar la noticia negativa— lo explicaba así en 1962: «Con las teclas de la máquina se puede hacer un santo, un héroe, un genio o unos seres humildes; alegrar en un llanto o armar una esperanza, hacer que no se odie y también que se ame, remediar una lacra y crear más hermanos».
En sus días empezó a crecer el periodismo nuevo de la radio y la televisión. Y Lolo, desde su silla de ruedas, no sólo fue periodista, sino que amplió al máximo su trabajo por los propios periodistas. Sembró por los monasterios de toda España una red de oración por y para los periodistas. Unió a esos monasterios en una asociación que llamó Sinaí; creó una revista para mantener ese objetivo. Escribió y repartió por toda España una Oración por los periodistas y un Decálogo del periodista, en el cual inserta esta joya: Cuando escribas lo has de hacer: de rodillas, para amar; sentado, para juzgar; erguido y poderoso, para combatir y sembrar.
Así fue el hombre y el periodista elevado ya por la Iglesia a los altares. Ahora se trabaja para conseguir el paso siguiente: su canonización. Quizás pronto tengamos un patrono periodista-periodista. Buen protector y buen ejemplo.