Un maestro se despide de sus alumnos visiblemente emocionado. Es el último día del curso. También el último en el que ejerce de maestro después de 30 años; acaba de jubilarse. Los niños lo besan uno detrás de otro a la salida. Igual de emocionados. Siempre que veo esta escena del documental Ser y tener acabo llorando. Lo pongo en clase todos los años, no solo para que mis alumnos entiendan lo que significa ser un maestro: quiero recordarme, además, lo lejos que yo estoy de serlo.
Ser y tener se rodó a principios de siglo en un pueblecito de Auvergne y retrata el último año de Georges López, un maestro rural al que sus alumnos respetan a la vez que quieren y admiran. El profesor López es de la vieja escuela: los alumnos se levantan cuando él entra en el aula y le hablan de usted.
Lo admiran hasta el punto de que quieren imitarlo: en una escena en la que pregunta qué desean ser de mayores, la mayoría responde que maestro. En realidad quieren ser el profesor López, ese adulto que cada mañana derrocha paciencia con ellos y les despeina en el patio mientras nieva sobre los bosques de abetos. El profesor López les atiende en clase con una atención delicada, sin perder la autoridad. Se implica afectivamente. Como un jardinero del corazón humano, a cada uno le proporciona una medida concreta de calor y de riego. Sin prisa, con atención. Como se poda un bonsái o se borda un brocado. Esos niños han sido afortunados. El recuerdo de un adulto amoroso en la infancia es más tarde, cuando uno crece y se enfrenta a la adversidad, un refugio contra el infierno.
No me canso de este documental por más veces que lo vea, y siempre me emociono, ya digo, cuando llega la escena última, en la que el profesor se despide de sus alumnos uno a uno. En la que también se despide de su vida como maestro. Ser y tener es el retrato de una vida rebosante de sentido. Vivida con atención, humanamente. Cuando uno ocupa su lugar en el mundo, el único sitio que le corresponde, todo alrededor mejora, se aprecia el dibujo en las piezas del puzle. En el único momento en el que habla a las cámaras, el profesor López confiesa que ya desde la infancia quería ser maestro y disfrutaba dando clases a otros niños de su edad. La vocación es la mejor de todas las vidas que podemos elegir, aquella donde podemos amar con más entrega. Donde podemos dar fruto.