Podemos - Alfa y Omega

Podemos

XXIX Domingo del tiempo ordinario

Juan Antonio Martínez Camino
Cristo con los apóstoles. Sacristía de la basílica de la Inmaculada Concepción de Washington D.C. Foto: CNS

En la sierra madrileña hay una casa de estudio y de retiro del Seminario Conciliar de Madrid. En los pasillos de la planta baja lucen unas rústicas lámparas de hierro forjado. La ancha corona que les da cuerpo ha sido ornamentada con letras taladradas en el duro metal que dejan pasar la luz y que componen una palabra latina: possumus.

Es una de las palabras centrales del Evangelio del próximo domingo: «Podemos». Así responden Santiago y Juan al examen que Jesús les hace: «¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Ellos contestaron: «Podemos».

La palabra no aparece en el texto evangélico que se reproduce en esta misma página. Es la traducción litúrgica de los libros oficiales de las últimas décadas; una traducción por lo general excelente y muy apta para la proclamación del Evangelio ante la asamblea; pero que tiene también algunas cosas mejorables, como en el caso que nos ocupa. Desde el próximo primer domingo de Adviento se podrán utilizar ya, Dios mediante, los nuevos leccionarios que recogen la traducción de la Sagrada Biblia de la Conferencia Episcopal, la cual permitirá leer de nuevo «Podemos» en lugar de «Lo somos».

Los seminaristas que se retiran a la casa de la sierra madrileña para orar, estudiar o descansar, tienen delante una palabra desafiante: «Podemos». ¿Podemos? –se preguntarán al leerla en letras luminosas mientras pasean y meditan–. ¿Podemos? –nos preguntaremos todos cuando oigamos de nuevo en la iglesia la respuesta de Santiago y de Juan–.

Ser cristiano es poder. Cristianos son aquellos que pueden beber el mismo cáliz que el Señor ha bebido. ¿Podemos? Pues no. Nosotros no podríamos, si no nos fuera dado por Él. Nosotros solos lo que podemos es lo mismo que Santiago y Juan: buscar nuestro propio poder; hacernos valer con el mejor puesto. Los demás se indignaron cuando oyeron la petición descarada de los «hijos del trueno». Porque también ellos aspiraban a lo mismo.

Sin embargo, es conmovedora la respuesta de aquellos hermanos, tan llenos de coraje y de voluntad. Sonaba, en efecto, como un trueno: «¡Podemos!». Está muy bien esa ilusión primera de aquellos jóvenes dispuestos a todo por estar con el Maestro. Su «podemos» es ignorante e iluso: en realidad no sabían todavía a qué se comprometían. Pero lo hacían. Como nos pasa también a nosotros hoy y les pasa a los que se ponen en camino para seguir al Señor, bien como sacerdotes o consagrados, bien como esposos y padres. ¡Podemos! ¡Cómo no! Si hay gente que puede sacrificarse por una carrera deportiva o profesional, ¡cómo no vamos nosotros a comprometernos con el Señor del mundo y de nuestras vidas!

Pero esa primera respuesta ha de ser iluminada y fortalecida. No basta. El compromiso es tan radical que no lo comprenderemos del todo hasta el final. Es el compromiso de dar la propia vida con Cristo, que ha venido precisamente a dar la suya para rescatarnos de nuestro yo y de nuestra autorreferencialidad. Algo que solo nos es posible cuando recibimos de Él su propia vida, la Vida eterna.

Evangelio / Marcos 10, 35-45

En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir». Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?». Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís; ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que me voy a bautizar?». Contestaron: «Lo somos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber los beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado».

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso; el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos».