Los cinco números especiales, monográficos, de Alfa y Omega dedicados a la JMJ, tal como el acontecimiento eclesial y el interés de nuestros lectores exigía, me han liberado, prácticamente durante un par de meses, de la responsabilidad semanal de tener que recordar, desde este rincón, lo que no es verdad en la vida española. Lo cierto es que, con la que ha caído en estos dos meses y la que sigue cayendo, harían falta varios números especiales, monográficos, sobre la situación actual en España. Resulta tarea imposible ni siquiera mencionar todo lo merecedor de crítica y de reproche que ha ocurrido. Una vez más, la prodigiosa capacidad de síntesis de los humoristas -hace falta mucho humor para aguantar todo lo que estamos aguantando- nos ayuda a hacerlo, comenzando por la fabulosa viñeta de Idígoras y Pachi que ilustra este comentario. Ahora que los psiquiatras y los psicólogos no dan abasto ante el síndrome postvacacional, no está de más recordar que acaso la mitad de los españoles no sufren síndrome postvacacional, porque no han tenido vacaciones, ni tienen en su horizonte inmediato el poder disfrutarlas.
El Gobierno y sus alrededores están enfrascados, como dice el profesor Velarde, en tratar de disimular los agobios económicos, recurriendo a la Constitución o sin recurrir, consultando en referéndum a los ciudadanos o sin consultar. A trancas y barrancas, de lo que se trata es de capear el temporal lo mejor posible, o de hacer como que se capea, aunque el temporal siga y, si Dios no lo remedia, para largo. Asombra hasta la náusea que aquí sigamos dos meses después, dos años después, treinta años después con lo de Bildu y lo de Sortu, y mucho más cuando la Jornada Mundial de la Juventud ha sido, sin la menor duda, una victoria rotunda, en toda regla, del bien frente al mal; una victoria con V de verdad y de vida, frente al estramonio físico y moral asfixiante y deleznable. La inmensa mayoría de los españoles ha podido respirar aire limpio y comprobar que en el mundo -y en España también- hay muchos más jóvenes con limpia esperanza de los que podía parecer. La JMJ, entre otros muchos frutos, ha servido para dar voz a unos jóvenes, nada minoritarios, que en España están queriendo ser ignorados por el rodillo mediático, ignorados por el sistema, y que han perdido miedos y complejos.
Mingote ha pintado a Rajoy tirándose a la piscina del Gobierno y mientras cae pregunta: «¿Estáis seguros de que han dejado el agua?»; o también una barca que cae por unas cataratas al grito de «¡Elecciones anticipadas!». Kap ha pintado, en La Vanguardia, a Zapatero agarrándose al último saliente de una roca sobre un precipicio mientras dice: «Francamente, creo que ha llegado el momento de pasar el relevo». Ricardo ha pintado, en El Mundo, unas ruinas clásicas con dos turistas, cámara en ristre; él pregunta: ¿Grecia?, y ella contesta: No, Moncloa. Y Guillermo ha pintado, en El Mundo, una tira titulada Historia de España en dos tardes. Se ve a Zapatero hundido ante el escudo de España, bajo el águila de san Juan; feliz, en el siguiente cuadro, ante el escudo actual, mientras comenta: ¡Ja, ja! ¡Adiós aguilucho! Y hundido de nuevo, en el último cuadro, ante el escudo de Alemania con el águila de nuevo. Así de gráficamente lo saben sintetizar nuestros humoristas. Pero, verá usted: las corrupciones, aflicciones y divisiones del PSOE, donde, a estas alturas de la película, unos se consideran víctimas y otros verdugos, aunque se llamen Zapatero y Rubalcaba, con su pan se las coman. Se las han ganado a pulso. Muy pocas veces en la historia política de España la desaparición de un partido político así estaría tan justificada y sería tan beneficiosa para el bien común de todos los ciudadanos. Otra cosa sería un partido socialista serio y honrado, y los socialistas honrados que quedan deberían trabajar unidos por y para ello.
Mientras los que deben hacerlo se encargan de recuperar la información sensible que desapareció de los ordenadores de la Junta de Castilla-La Mancha que dirigía el socialista Barreda, el ilustrísimo Nobel de Literatura Vargas Llosa ha escrito -cómo no, en El País– un artículo titulado La fiesta y la cruzada, en el que, agnóstico militante, se alegra del éxito de la Visita del Papa a Madrid, que califica de bonito espectáculo, y habla de esos días «en que Dios parecía existir». Con que parecía existir, ¿eh, don Mario? Je, je, je…