La marea JMJ pasó por Madrid tiñendo de color sus calles, sus plazas, sus medios de transporte, las fachadas de sus edificios… Durante unos pocos días, el apostolado de las camisetas y las mochilas encontró acogida entre los ciudadanos, que contemplaban estupefactos lo que estaba sucediendo. Nadie pudo resistirse, aunque en algún caso pueda haber parecido lo contrario. Los habitantes de este país somos hijos del cristianismo, por eso la llegada del Papa y de casi dos millones de peregrinos convocados por una misma fe, no nos resultó indiferente.
El goteo con el que fueron llegando nos preparó, poco a poco, para lo que nos esperaba en la apoteosis de Cuatro Vientos: una multitud joven y creyente, educada por una fe que les ayuda a ser buenos, sonrientes, amables, cívicos, generosos, bulliciosos o silenciosos, según toque, porque saben estar y comportarse. Una juventud que cualquier sociedad querría para sí, porque tiene todas las potencialidades para construir la paz y el bien común que los Gobiernos buscan, a veces por caminos tan forzados y exteriores a la verdad del hombre.
Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe: es así como estos jóvenes construyen su vida, y ésta es la vida desbordante que han regalado estos días a nuestra ciudad. Una forma de vivir que explica que prefirieran pasar sus vacaciones durmiendo en un saco de dormir, amontonados y soportando las inclemencias del tiempo, antes que tumbados en una playa. Son jóvenes que han decidido construir su vida sobre roca, tal vez porque las arenas de esos parajes paradisíacos que muchos les habían prometido les dejan ya insatisfechos.
Pero los dos millones de jóvenes que estuvieron en Cuatro Vientos no son suficientes, porque no son todos los jóvenes. No podemos descansar -a pesar del gran esfuerzo hecho para la JMJ- hasta que todos los jóvenes de Madrid, de España y del mundo entero se encuentren con Cristo. También esa es la juventud del Papa, porque ésa es también la juventud de Cristo, la que Él adquirió amándolos con su sangre. Por eso, es necesario ver a Cristo en el rostro sereno de quienes le adoraron en el silencio de Cuatro Vientos, pero también en la tristeza de tantos rostros jóvenes que aún no han tenido la experiencia del Amor con mayúsculas. El Papa les volvió a repetir el mandato misionero del Señor: «No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe».
Éste es el gran desafío que deja planteado la JMJ: salir a campo abierto e invitar a los jóvenes que encontremos en los cruces de los caminos, convocar a los que no tienen acreditación ni invitación para entrar al recinto. Ahora, el reto de la JMJ no es cambiar la fisonomía de una ciudad durante cuatro días, sino ir cambiando poco a poco la fisonomía del mundo, hasta que todo vuelva a ser instaurado en Cristo.