Jóvenes de todo Madrid siguen el camino de Frodo «para crecer en la fe con una aventura»
Jóvenes de varias parroquias recorren este verano el Camino del Anillo, una iniciativa de la Fundación Laudato Si para cuidar de la creación y fortalecer su fe
Mirar el mundo con otros ojos es lo que hizo a los creadores del Camino del Anillo ver en El Berrueco, en plena sierra Norte de Madrid, el mismísimo escenario de Hobbiton, la pequeña localidad de la Tierra Media en la que comienza la gran aventura de El Señor de los Anillos. A partir de ahí, diseñaron una ruta de más de 120 kilómetros para recorrer a pie con un objetivo que sintetiza Pablo Martínez de Anguita, el director del proyecto: «Favorecer una conversión siguiendo el camino de Frodo; y ayudar a crecer en la fe con una aventura».
El proyecto nació en 2020 y en esta segunda temporada veraniega ha recibido a cuatro grupos de peregrinos que han pasado por Gamoburgo (Sieteiglesias), Bree (Buitrago), la Cima de los Vientos (cerro Piñuécar), Rivendel (La Hiruela), Caradhras (La Tornero), Moria (Puebla), Lorien (El Atazar) y Rohan (Patones). Esta es la penúltima etapa antes de llegar a Gondor (Torrelaguna), donde el mago Gandalf (interpretado por el propio Martínez de Anguita) les hace entrega de la cruz de san Damián, esa desde la que Jesucristo le dijo a san Francisco que reconstruyera su casa.
Uno de los grupos que ha peregrinado este verano llegaba de la parroquia Cristo Sacerdote. Nueve jóvenes veinteañeros a los que acompañaba Gonzalo Arroyo, el vicario parroquial, que ha resumido la experiencia con un expresivo «me lo he pasado como un niño». Fueron días duros, reconoce, con etapas de cerca de 20 kilómetros diarios, pero llenos de «momentos tan de Dios…» que les han convertido en una piña entre ellos y con el equipo de la organización, del que destaca su «calidad humana».
Este es precisamente otro de los objetivo del Camino del Anillo, hacer comunidad, porque, como explica Pablo, «esa conversión, como pasó en El Señor de los Anillos, es individual, pero también comunitaria». «Son días de crecimiento interior pero también de crecimiento comunitario», añade, y remite a la obra tolkiana en la que, de hecho, se crea una Comunidad del Anillo. «A ti te ha traído una comunidad, pues crece con ella», resume.
Es algo que ha sido muy evidente en el caso de la parroquia San Josemaría Escrivá, de Aravaca, otra de las peregrinas del verano, que ha hecho comunidad a partir de un grupo de jóvenes que inicialmente no era muy compacto, pero que se consolidó con los amigos de amigos que se sumaron a la iniciativa.
Servir en las necesidades
Para la organización, este verano ha sido también de aprendizaje, de ver que «cada parroquia tiene sus circunstancias», y por eso «intentamos servir a cada una atendiendo a sus necesidades». En el caso de Cristo Sacerdote, con toda la logística y la intendencia cubierta por el proyecto, el vicario parroquial estaba «supertranquilo», ya que «no tenía que pensar, solo ser cura». Porque además su grupo lo ha vivido como un verdadero recorrido espiritual; de hecho, la primera vez que Arroyo habló con el director «me cautivó» y vio que el Camino «era como hacer una especie de primer anuncio a través de Tolkien»; por eso «para mí celebrar la Misa le daba un sentido al día muy diferente».
El Camino del Anillo es exigente en lo físico, «pero esto también le da aventurilla cristiana y Providencia, y se aprovechaba el esfuerzo y las incomodidades para ofrecerlas por intenciones concretas», destaca el sacerdote. Y aunque hicieron kilómetros de más porque se perdieron en algunas ocasiones («Filomena dañó algunas señales»), todo tenía su recompensa: la siesta al llegar al final de etapa, las cervezas compartidas (en eso se parecían mucho a los hobbits), las bromas, las risas… Y también, si el cansancio no lo impedía, las exposiciones propias sobre el mundo de Tolkien en cada localidad, las charlas y catequesis acerca de los valores que se desprenden de la obra tolkiana, y la acogida de las gentes que sirven en el Camino.
Como Antonio, en El Molar, cetrero con 30 aves que les hizo una demostración. O Asun, de El Atazar, «la madre de todos», que les cuidó en un alojamiento «totalmente nuevo». O Aiana, que sirve a los peregrinos un desayuno en su casa de Madarcos, a mitad de etapa de camino a Rivendel (La Hiruela), y que además ha estado cocinando las cenas para los grupos este verano. Ella y su pareja, Gonzalo, hacen las veces de Tom Bombadil y Baya de Oro, quienes asistieron a Frodo y sus amigos fuera de la Comarca.
Aiana, que recuerda con cariño la visita del grupo de Cristo Sacerdote a su casa, es israelí de religión judía, con una fuerte espiritualidad y un camino de búsqueda que le ha llevado a un acercamiento al cristianismo. Tanto, que es la salmista en las Misas de los domingos de Madarcos. Los canta en hebreo, la misma lengua en la que los rezaba Jesús, y, como es música, ha compuesto melodías específicas para ellos.
Ella está «encantada de poder compartir mi cultura dentro de la Iglesia»; ha aprendido el Padrenuestro, «una oración completísima» que recoge «todo lo esencial que uno quiere en la vida»; y ahora, como integrante del equipo del Camino del Anillo, se sitúa ante «un reto», un proyecto nuevo en el que «nos estamos encontrando con gente buenísima». Reconoce no haber leído aún El Señor de los Anillos, pero sí está viendo las películas y sus paisajes le recuerdan, y mucho, a los que tiene al lado de casa. Aunque, asegura, «los paisajes más potentes tienen que ver con las relaciones» que se dan en ellos. «Lo que aporta el Camino del Anillo –concluye– es un senderismo con valores añadidos, que invita a la reflexión sobre la vida y a la experiencia espiritual a través de la naturaleza, del propio caminar…».
La naturaleza como maestra
El Camino del Anillo es una iniciativa de la Fundación Laudato Si, vinculada al Arzobispado de Madrid, que nació en 2019 para responder a esa llamada al cuidado de la creación que el Papa Francisco hacía en su encíclica. El proyecto tolkiano fue inaugurado por el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, en el verano de 2020, y el pasado mes de julio monseñor José Cobo, obispo auxiliar de Madrid, inauguró el centro de interpretación, en El Molar, que alberga también el Museo de los Cuentos.
Los actos comenzaron con una Eucaristía en la parroquia de la localidad, presidida por el prelado. Acto seguido, el director del proyecto, que es asimismo presidente de la Fundación Laudato Si, pronunció un discurso en el que recordó que «nuestro Camino del Anillo es un camino de naturaleza, de turismo, de contemplación, de hobbits y magos, pero sobre todo es un camino educativo. Un camino donde al menos uno de los maestros es la naturaleza, esa custodia de Dios como la definió el teólogo suizo Von Balthasar».
El director invitó a vivir la experiencia del Camino «a todos aquellos que conmovidos por la belleza y el dolor del mundo quieran portar su anillo, su mal, su pecado sufrido y el que hacen sufrir para librarse de él en una compañía de amigos, en una aventura compartida cuyo final escapa a las previsiones de su inicio, porque quizá contribuya a descubrir la vocación a la que estamos llamados». Asimismo, señaló que este proyecto «pretende ser una humilde contribución de la Iglesia católica al desarrollo local de la sierra norte de Madrid» y a la «desestacionalización del turismo».