Mirada a Venezuela con medicinas que curan también el alma
Lo que nació como un envío casero de medicinas a Venezuela por parte de un sacerdote venezolano en Madrid se ha convertido en una asociación que es «una mirada de compasión» a los más desfavorecidos
«¡Listo! Mañana viernes sale a Venezuela este cargamento de medicamentos, pero también de esperanza, amor y fe». Este mensaje de Instagram junto a una foto de ocho cajas embaladas y etiquetadas, bajo un cuadro del Jesús de la Divina Misericordia, concentra todo lo que significa la asociación Una mirada hacia Venezuela. La foto está hecha en la que es actualmente su base de operaciones, el salón parroquial de Santa María de la Caridad, muy cerca de La Vaguada, en el barrio más densamente poblado de toda Europa. En esta parroquia lleva Jesús Andrés Pérez, vicario parroquial, tres de sus diez años en España. Vino para estudiar el doctorado enviado por su obispo, el cardenal Baltazar Porras y, por el momento, aquí sigue, ahora también como profesor del Instituto de Teología Pastoral de la Universidad Pontificia Salamanca.
Fue el padre Jesús, venezolano, el que hace unos años empezó de forma individual a recoger y enviar medicamentos a su país. «La situación nuestra viene empeorando dramáticamente en los últimos cinco años», cuenta, y apunta a la escasez de los básicos, a la devaluación de la moneda —en cuatro ocasiones, a la espera de la que se prevé el próximo mes de octubre—, a los sueldos paupérrimos —1,5 dólares al mes para un funcionario, más un bono de alimentación que no llega a los dos dólares al mes—. «El país ahora mismo se sostiene gracias a las remesas de fuera». Los venezolanos empezaron a salir y raro es el que no cuenta con familia en el extranjero. El mismo Jesús tiene hermanos en Ecuador, Chile, España…
Así las cosas, «una persona allí que necesita medicamentos tiene que elegir: o comida o medicinas». El sacerdote hacía sus envíos a Mérida, de donde es natural. Allí tenía un matrimonio de contacto, Raimundo, Rai, y Mari Carmen, médicos de la Clínica Universidad de Los Andes (ULA), que además daban clase en la facultad de medicina de la ULA. Ellos hacían la selección y organización del material, que después se distribuía con la colaboración del obispo y de Cáritas.
Paracetamol e ibuprofeno, «oro puro»
Con la pandemia, esto se paró hasta que en septiembre del año pasado, «en colaboración con feligreses y amigos venezolanos», el proyecto se apuntaló con la creación de la asociación de cooperación internacional Una mirada hacia Venezuela, que es, como dice Jesús, «una mirada de compasión, de ayuda, de no olvidarnos de los más desfavorecidos, los que no tienen posibilidades». Mari Carmen y Rai están ahora en España y son el «aporte profesional» de la asociación. Vinieron a ver sus tres hijos, aquí establecidos, el verano antes de la pandemia, y lo que iba a ser un mes se ha convertido en permanente.
Ellos son quienes «optimizan la recopilación del material para que cuando llegue sea más fácil la distribución», cuenta Jesús. Se priorizan analgésicos, antibióticos, antiparasitarios, antiasmáticos, tratamientos para la diabetes, antiinflamatorios, antipiréticos… En Venezuela, el paracetamol y el ibuprofeno son «oro puro». Lo único que no se envía, explica Rai, son psicotrópicos «para que no vayan a ser mal usados». Para asegurar el buen estado de medicamento, contando con la duración del trayecto —que en barco es de semanas—, no se admiten aquellos con una caducidad inferior a tres meses. Se trata de «ayudar con dignidad», cuenta el sacerdote, «que a la gente le llegue en buen estado».
Junto al matrimonio venezolano, en el campo base de operaciones están también María Dolores y José Luis, voluntarios. Desechan cajas y prospectos y atan los blíster con gomas; después hacen con ellos un auténtico encaje de bolillos para aprovechar cada hueco de la caja a enviar. Con este truco también ahorran peso, de 9 a 15 kilos por caja. Todo se manda, además, inventariado. Mientras hablamos, han terminado una caja —cada una puede llevar hasta 350 principios activos diferentes—. «Cada vez que se cierra es un logro», dice José Luis. El padre Jesús añade: «¿Tú sabes lo que significa esta caja para los de allí? Es sentir que hay alguien que se preocupa por ellos…».
Lo que no cabe en las cajas se guarda en un almacén al que llaman SOS: seco, oscuro y seguro (en la imagen inferior, Mari Carmen y el padre Jesús en el SOS). Es el antiguo cuarto de calderas acondicionado para garantizar la conservación de los medicamentos, colocados por orden alfabético del genérico. Allí todo se aprovecha, asegura Jesús, ya que derivan parte del material donado a otras entidades, como pañales para ayudar a residencias. La asociación está compuesta también por Esperanza Sánchez, la tesorera, y ahora cuentan con otra voluntaria muy especial: Carmencita, la madre de Mari Carmen, que a sus 87 años acaba de realizar su segunda migración. La primera, con 21 años, ya casada, desde su Cabrales (Asturias) natal para «hacer las Américas»; en realidad no lo fue tanto, «sufrimos mucho, decíamos: “¿Dónde están esos millonarios?”». La segunda, ahora, de vuelta a España cuando ya no se siente ni de aquí ni de allí, aunque «la queremos mucho a Venezuela; nos duele Venezuela».
Entre 100 y 180 kilos de medicinas al mes
Actualmente, Una mirada hacia Venezuela está enviando medicamentos una vez al mes a tres ciudades: Mérida, Guanare (en la imagen inferior, en una de las entregas) y Guasdualito, esta última en un estado fronterizo con Colombia con mayor índice de pobreza y necesidad por estar en el interior. Una vez allí, se distribuye a través de las Cáritas de las diócesis. Son entre 100 y 180 kilos cada mes, que ayudan a más de 1.000 personas en cada lugar. La idea es crecer, porque las necesidades continúan, agravadas por la pandemia que asola el país. Una pandemia que he hecho que el resto del mundo se olvide de Venezuela.
«Si nos lo permite la Divina Providencia, tenemos ya sitios que quieren que les ayudemos», dice esperanzado el padre Jesús. Para ello se necesita, aparte de las medicinas, una red de puntos de recogida —ya hay parroquias que colaboran y otras que están interesadas—, voluntarios y dinero para el envío. Un envío especial puerta a puerta «para que no nos lo toque nadie» que cuesta once euros el kilo si es por vía aérea, y 65 euros una caja si es por vía marítima.
«En la realidad que estamos viviendo —apunta Jesús—, las parroquias tienen que convertirse en lugar de acogida y misericordia, y gracias a Dios aquí se ha podido», señala Jesús. En Santa María de la Caridad se nota la «generosidad» de los fieles en esas dos vertientes: acogiendo a la comunidad venezolana y nutriendo este proyecto que, aunque independiente, en definitiva está muy vinculado a la parroquia, como destaca el párroco, Andrés Esteban.
También apoyan el proyecto agentes externos y empresas. Así sucedió recientemente con la donación de 7.500 mascarillas destinadas a Mérida, y que el cardenal Porras entregó durante la Eucaristía del día de Santiago Apóstol —mientras, por ciento, se cantaba la salve rociera— (en la imagen inferior). «En febrero de este año, el cardenal estuvo en Madrid y conoció la asociación —cuenta el padre Jesús—; nos trasladó el agradecimiento por esta labor, y el hecho de que lo común que nos une desde la fe es ponernos en el lugar del prójimo». Y concluye: «Para nosotros los latinoamericanos, y en especial para los venezolanos, España es nuestra madre patria, y una madre no se olvida de sus hijos. Y menos, en las dificultades».