«Madre Trinidad nos ha enseñado a vivir y a morir por el Señor»
El arzobispo de Turín y obispo de Susa, monseñor Cesare Nosiglia, celebra la Misa funeral por la fundadora de la Obra de la Iglesia en la basílica de San Pablo Extramuros, en Roma
La madre Trinidad quiso «vivir, morir y ser sepultada en Roma», la sede de Pedro, «manifestando así su misión de ser el eco de la Iglesia para ayudar al Papa y a los obispos a la realización de su misión esencial». Todo ello, haciendo cuanto pudo «para tener a Dios contento y hacer felices a los demás». Así se expresó en la monición de entrada de la Misa funeral por la madre Trinidad, seglar consagrada a Dios y fundadora de la Obra de la Iglesia, que falleció el 28 de julio.
La Eucaristía se celebró el pasado 1 de agosto en la basílica San Pablo Extramuros, en Roma. En ella está enterrado Pablo, el «apóstol tan querido por la madre Trinidad» con el que se sintió identificada, entre otras cosas, por el «envío a manifestar» el misterio de Dios «a todos los hombres».
En esta basílica, el 25 enero de 1959 el Papa san Juan XXIII anunciaba la inspiración divina del Concilio Vaticano II «para el rejuvenecimiento de la Iglesia». Ese mismo día, la madre Trinidad recibía «en una profunda contemplación del misterio de la Santísima Trinidad, cómo Dios es la razón de ser de todas las cosas». Ya desde entonces «se sintió estrechamente unida al Papa y a sus “obispos queridos”, como a ella le gustaba llamarlos».
Presidida por el arzobispo de Turín y obispo de Susa, monseñor Cesare Nosiglia, la Misa funeral estuvo concelebrada por varios obispos y un gran número de sacerdotes. Durante la homilía el prelado reconoció que, «personalmente, debo tanto a la madre Trinidad, desde el momento lejano en que era un joven obispo auxiliar de Roma», cuando tuvo una largo encuentro y diálogo con ella «que aún conservo en la memoria» y que ha «sostenido y cuidado todo mi ministerio».
Destacó su intuición teológica y espiritual sobre el misterio de la Trinidad, «como una verdad revelada ciertamente del Espíritu Santo». También su humanidad, «que siempre me ha fascinado», y que le recuerda, dijo, a esa delicadeza que mostró Jesús cuando pidió que dieran de comer, recién resucitada, a la hija de Jairo. Detalles de la madre Trinidad que podrían ser banales pero que eran «todo un gesto de amistad, de maternidad, de bondad, de humanidad». Y, sobre todo, la fundadora de la Obra de la Iglesia fue una «madre, rica de amor a sus hijas e hijos, con el mismo sentimiento de María, Madre de Jesús, de la Iglesia y de todos nosotros».
«Madre Trinidad nos ha enseñado a vivir y a morir por el Señor», y este es el testamento que la fundadora ha dejado en herencia y del que «debemos ser fieles custodios». Jesús en el Evangelio invita a hacer la voluntad de su Padre, y también a la cruz, «que todo discípulo debe portar». Una cruz y sufrimiento que no faltó en la vida de la madre fundadora, pero que ella acogió, expuso monseñor Nosiglia, sabiendo bien que aquello era su «vocación y servicio» de amor y defensa de la Iglesia, «hasta donarle la propia vida». El misterio de Dios, concluyó el prelado, se revela a los pequeños, a los pobres, a los últimos. Así, a la madre Trinidad la «sentimos una santa de la puerta de al lado».
Al finalizar la Eucaristía, Francisco Javier Vicente, director general de la rama sacerdotal de la Obra de la Iglesia, agradeció la presencia de los prelados y las numerosas muestras de cariño y cercanía de cientos de obispos de todo el mundo, a los que les había sido imposible viajar a Roma, pero que quisieron manifestar su unión espiritual y sus oraciones. Hoy, animó el sacerdote al recordar a la fundadora de la Obra de la Iglesia, «toca cuidar como un gran tesoro su legado, sus obras, acciones y palabras».