85 años de las Formas incorruptas de Moraleja de Enmedio: «Sin la Eucaristía no podemos vivir»
El párroco de este pueblo madrileño, Rafael de Tomás, desvela los detalles de un prodigio eucarístico que fue profetizado por el párroco anterior a la Guerra Civil
¿Por qué crees que Dios ha querido realizar este prodigio eucarístico en Moraleja de Enmedio?
En primer lugar, hay que hablar de un dato que suele pasar desapercibido pero que es muy bonito. El párroco anterior al que consagró estas Formas en el año 1936 murió joven, pero antes de morir profetizó que aquí en Moraleja iba a suceder un gran milagro, y que el pueblo se iba a convertir en un lugar de peregrinación.
Impresionante. ¿Por qué el párroco que las consagró no las consumió, en esos primeros días de la Guerra Civil?
Lo normal era haberlas consumido, pero don Clemente decidió guardarlas por si tenía que dar la Comunión a algún enfermo o a algún moribundo. Lo bonito es que desde que el sacerdote tiene que salir del pueblo a escondidas, el copón con las Formas consagradas va de casa en casa, en una situación de peligro en la que la gente sabe que debe custodiar al Señor y defenderlo de cualquier profanación, pidiendo al mismo tiempo por todo lo que estaba viviendo España en esos momentos.
Este jueves comienza a las 22:00 horas una Vigilia de adoración por el 85 aniversario del prodigio eucarístico de Moraleja de Enmedio, en el que las Formas quedarán expuestas toda la noche y durante todo el viernes. Asimismo, el obispo electo de Asidonia-Jerez, José Rico Pavés, quien fuera obispo auxiliar de Getafe, preside este viernes la Eucaristía a las 20:00 horas.
Algo querría decir el Señor con esto…
Las Formas pasaron de un lugar a otro, bajo diversas condiciones climatológicas. Lo normal es que se hubieran deteriorado. El copón original acabó incluso oxidado, pero a las Formas no les pasó nada…
Me parece muy significativo que todo esto sucede justo en el momento en el que se extravía el milagro eucarístico de Alcalá de Henares, durante la guerra. Se ve que el Señor quiso suscitar otro, como subrayando que desea quedarse con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
¿Qué pasó después de la guerra?
Don Leopoldo Eijo y Garay, entonces obispo de Madrid, pidió que las Formas se conservaran. El copón se limpió y se lacró, con las Formas dentro, y se guardó dentro del sagrario. Cada cierto tiempo venía un obispo para verificar su estado, y de todo se tomaba acta y se filmaba. En el año 2013 vino el obispo don Joaquín López de Andújar, que además de consumir una de las Formas las trasladó a un copón con la parte de arriba transparente, para poder ser expuestas para la adoración, algo que hacemos habitualmente en la parroquia.
¿Esa fue la última vez que se consumieron?
Sí, y pasó algo muy bonito cuando, para no acabarlas, don Joaquín decidió consumir solo un pedazo de una de ellas. Durante la Misa, al partirla, sonó un crujido que todos los fieles pudieron oír, como sucede con cualquier forma elaborada recientemente. Al oírlo, la iglesia entera rompió a cantar de manera espontánea Cantemos al Amor de los amores.
¿Cómo vive este prodigio la gente del pueblo y aquellos que vienen en peregrinación?
La verdad es que prácticamente todas las semanas viene algún grupo a conocerlo. La gente del pueblo tiene muy claro que nuestros padres y abuelos hicieron un esfuerzo muy grande, poniendo en riesgo sus vidas, para cuidar al Señor, y ahora es el Señor el que nos cuida a nosotros. De alguna manera, saben que un cuidado especial por la Eucaristía te hace experimentar el cuidado especial que Dios tiene contigo.
Por otra parte, lo principal que se lleva la gente de aquí es que la Eucaristía es Dios. No es una representación de Dios, una imagen o un recuerdo. Es Dios mismo, que nos dice con fuerza: «Yo soy en Pan de la Vida», y que nos hace ver de nuevo que no podemos vivir si la Eucaristía.
El 16 de julio de 1936, Clemente Díaz Arévalo, párroco de Moraleja de Enmedio, actualmente en la diócesis de Getafe, consagró varias formas para dar de comulgar al pueblo en la fiesta del Carmen. Con las que sobraron dio la comunión los días 17 y 18, cuando le obligaron a cerrar el templo.
El 21 de julio, permitiéndole que celebrara un funeral, aprovechó para sacar a escondidas las formas sobrantes. Guardó en un pequeño copón 24 formas por si tenía que dar la comunión a algún enfermo, pero, por los acontecimientos difíciles del comienzo de la Guerra Civil, tuvo que huir del pueblo y dejó encargadas a las Marías de los Sagrarios la custodia de las Sagradas Formas.
El pueblo se decidió a custodiarlas, adorarlas y defenderlas de cualquier sacrilegio y profanación. Desde entonces, permanecen incorruptas hasta hoy.
Las 24 hostias fueron escondidas en un copón primero en casa de Hilaria Sánchez, esposa del secretario municipal, pensando que allí se encontrarían a salvo. Como no era infundado el temor a un registro, días después trasladaron el coponcito a casa de Felipa Rodríguez, que lo escondió en una cueva subterránea de la casa.
Unas dos semanas después se lo llevaron a la bodega de Isabel Zazo, una feligresa perteneciente a las Marías de los Sagrarios, donde el copón permaneció más de 70 días enterrado a 30 centímetros de profundidad.
A finales de octubre de 1936, las fuerzas republicanas ordenaron evacuar Moraleja de Enmedio y los vecinos obedecieron, no sin antes desenterrar el pequeño copón.
Vieron cómo su estado se iba deteriorando debido a la humedad, y como había que evacuar el pueblo, buscaron otro lugar donde esconderlo: en lo alto de una viga, dentro de un roto que la propia viga tenía, en la bodega de la superficie. Cuando pudieron regresar a sus hogares, el coponcito continuaba donde lo habían escondido, aunque lo encontraron completamente oxidado. Ante el temor de que las sagradas formas hubieran sufrido algún daño lo abrieron y vieron cómo las 24 formas originales estaban en perfecto estado de conservación. Las formas fueron trasladadas a otro lugar de la casa y quedaron vigiladas por las mujeres del pueblo.
Quince días más tarde llegaron a Moraleja dos sacerdotes, capellanes castrenses de un tercio de requetés, quienes, informados de la existencia de este prodigio, llevaron las formas en procesión desde la casa hasta la escuela. Celebraron la Eucaristía y comulgaron con dos de ellas comprobando que su sabor seguía siendo bueno cuatro meses después de su consagración.