Científico, filósofo y sacerdote: «El conocimiento neurocientífico no era suficiente»
José Manuel Giménez Amaya, investigador del grupo Ciencia, Razón y Fe de la Universidad de Navarra, ha sido elegido miembro de la Sociedad Internacional para la Ciencia y la Religión
Catedrático en Anatomía y Embriología, doctor en Filosofía, sacerdote… Un perfil casi renacentista.
Todo tiene su historia. Aunque soy médico, tanto en Estados Unidos como en España y otros países de Europa siempre he desarrollado mi trabajo en la universidad, en investigación en neurociencia. Primero trabajé en párkinson, y luego en estructuras cerebrales relacionadas con enfermedades mentales. Esto me llevó a buscar un acercamiento interdisciplinar, que encontré en el grupo Ciencia, Razón y Fe de la Universidad de Navarra, fundado por el padre Mariano Artigas. Ahí inicié estudios interdisciplinares que me llevaron a doctorarme en Filosofía.
¿Por qué sintió esa necesidad?
Me di cuenta de que los conocimientos neurocientíficos que tenía no eran suficientes para desarrollar ese trabajo adecuadamente. Estamos en un punto límite, el de la relación mente-cerebro. Ahí empecé a estudiar seriamente Filosofía. Me abrió un mundo nuevo, porque podía entender a los filósofos y a los científicos. Ha sido la gran aventura de mi vida.
Y, ¿se siente más cerca de poder entender o explicar esa relación mente-cerebro?
Se le empezó llamando «relación», pero ahora se denomina «problema». Es un tema muy difícil de solventar. Quizá en lo que más he avanzado desde mi perspectiva personal es en que, ni desde el punto de vista de la ciencia ni desde el de la filosofía se pueden mantener reduccionismos. El conocimiento del ser humano por la ciencia experimental supone un enriquecimiento innegable. Pero hay aspectos a los que no puede dar respuesta.
Buscar esa relación exige necesariamente verla desde ambas perspectivas. Si uno de los ángulos se descuida, la perspectiva se oscurece y el mensaje que se transmite es irreal. Interdisciplinarmente se atisba más luz. Fenómenos como la atención, la memoria, los hábitos, la identidad, están cada vez más presentes tanto en neurociencia como en filosofía, y hacen que los estudios interdisciplinares tengan una preeminencia muy grande. Pero esto exige un esfuerzo, dedicar mucho tiempo a la ciencia experimental pero también a la filosofía; y el tiempo es limitado. En estos temas, además, interviene también de alguna manera la religión. Creo que en el mundo científico y de las ideas se ha perdido el sentido interdisciplinar, una visión global de lo que es el ser humano. Lograrla exige conocer todas las teclas del conocimiento: experimental, filosofía y religión.
¿Es ahí donde encaja su vocación al sacerdocio?
Surgió entre medias de mi itinerario. Recibí la ordenación sacerdotal cuando vine a Pamplona a dirigir el grupo, que incluía una dinámica de relación con la filosofía, la teología y las ciencias experimentales.
¿Qué supone en su trayectoria entrar en la International Society for Science and Religion?
Es un foro que permite establecer contactos y discusiones con un grupo multiconfesional de científicos, pensadores e historiadores de las ideas desde muchas disciplinas. Es un foro muy selecto con gente muy capaz, como Francis Collins, [director del Proyecto Genoma Humano] y el antiguo arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, que protagonizó un célebre debate con Richard Dawkins en Oxford. No me lo esperaba. Creo que tiene que ver con la difusión que está teniendo el grupo Ciencia, Razón y Fe. En la ISSR, lo más importante es el trabajo que hace cada uno. Tiene una página web muy activa, con mucho acceso a los miembros. Podemos poner nuestros intereses, currículum y comunicaciones. También te permite interactuar con ellos en los simposios que organiza.
La ISSR, la Fundación John Templeton y sus premios a la investigación sobre realidades espirituales… Se ve que es un ámbito que al menos en algunos círculos genera interés. ¿Ha sido testigo de que esta atracción vaya en aumento?
Sí. Hay aspectos del mundo científico que tienen una gran inmediatez. Es prioritaria la investigación de la COVID-19, del cáncer, de las enfermedades cardiovasculares… esto exige una labor experimental de mucho peso y muy incisiva. Pero de fondo hay una pregunta de base, la pregunta por el ser humano. Ahí, estas instituciones tienen mucho que aportar. En el mundo anglosajón estos intentos de interdisciplinariedad están muy desarrollados y aceptados, se valoran más y se encuentran más científicos enormemente interesados por la filosofía y la religión.
¿Por qué?
No sabría decir. Quizá porque en ese ámbito el diálogo es un punto central en la investigación y se valora mucho la defensa racional de tus propias ideas. En el mundo latino, el tono tiende a ser más agresivo y a veces ideológico. La ideología se mete en todas partes. Pero creo que en el mundo universitario anglosajón hay más capacidad de dejarla de lado para iniciar un diálogo fructífero.
En temas como el inicio de la vida y la embriología, ¿es posible y puede aportar algo el diálogo científico y filosófico, cuando la polémica sobre el aborto lo tiñe todo y además parece más centrada en otras cuestiones?
En ese debate, como en el de la eutanasia, la clave es ver al ser humano como una unidad. No se le puede encasillar en momentos concretos de su existencia, sino que hay un todo unitario desde el inicio hasta la muerte. Explicarlo así ayuda enormemente a entender qué es un ser humano. Aquí entran los hallazgos de la morfogenética [el estudio del proceso por el que un organismo desarrolla su forma, N. d. R.], también la cronobiología y el sentido de cuánto tiempo vamos a durar… Podemos entrar también en un capítulo interesante, el del transhumanismo y el posthumanismo.
En este debate también es muy importante la importancia que tienen la vulnerabilidad, el cuidado y la atención a las personas para el desarrollo del ser humano; sobre todo, el desarrollo ético. Mis estudios de filosofía se han centrado en Alasdair MacIntyre, y esta idea suya de la vulnerabilidad que éticamente nos capacita para el cuidado es extraordinariamente rica para entender qué es el ser humano. Somos vulnerables en todas las etapas de nuestra vida, pero eso nos enriquece mucho a nosotros y a los demás.