Un pianista italiano rescata música compuesta en cautividad
Francesco Lotoro ha reunido 8.000 partituras, 12.000 documentos y 300 horas de grabaciones de músicos deportados o asesinados en campos de concentración
Lleva más de tres décadas escarbando en el infierno del pasado en busca de composiciones musicales. Lo que comenzó en 1989 como una simple curiosidad investigativa hacia las sinfonías escritas por los judíos en los campos de exterminio nazis, se ha convertido en una auténtica misión. Hasta el punto de que el pianista italiano Francesco Lotoro ha conseguido acopiar el mayor acervo musical compuesto en cautividad.
«La música es un lenguaje universal y no podía limitarme a una sola raza», relata. Todo comenzó cuando tenía 27 años y escuchó por casualidad en Praga una música compuesta en un centro de detención forzosa. Una experiencia que cambió su vida para siempre y que solo la pandemia ha logrado frenar. Tras un parón obligado de un año y cuatro meses, Lotoro retomó esta semana su periplo internacional para recuperar la memoria musical nacida en cualquier espacio de reclusión injusta. En Israel se reunirá en una semana con los hijos de un superviviente al horror nazi que conservan las partituras que su padre escribía a escondidas en un trozo de papel higiénico. «No hemos podido salvar la vida de sus autores, pero debemos salvar sus creaciones. Sería una doble injusticia no salvar estas obras», agrega.
La sonata para piano y violín compuesta por el pianista checo Gideon Klein, que fue arrestado en 1940 por los alemanes y deportado a Auschwitz-Birkenau, fue la primera de una larga lista. «Su hermana Eliska, que murió en 1996, confió en mí y me la entregó», subraya con orgullo. «Su lenguaje musical era muy avanzado para la época, una verdadera obra de arte».
La calidad artística es, según Lotoro, la nota común de las composiciones que ha ido recabando. «Es la música del futuro. Algún día tendremos que estudiarla como una materia distinta porque se trata de una historia musical paralela, aislada del mundo, que en muchos casos explora un lenguaje experimental y se adelanta a su tiempo», defiende.
Al contrario de lo que podría pensarse, ni estar privado de libertad bloquea la creatividad, ni se acaba componiendo música desangelada. «Cuando un compositor dice la palabra Auschwitz en una canción, la convierte en poesía», señala. Y añade: «La música convierte en flor lo que ha nacido en el desierto». Así recuerda que el blues emanó en medio de los trabajos asfixiantes en las plantaciones de algodón, y que Víctor Jara no perdió nunca la inspiración, ni siquiera cuando le cortaron los dedos y la lengua en el antiguo Estadio de Santiago de Chile.
Su archivo incluye más de 8.000 partituras, 12.000 documentos –que incluyen ensayos escritos en las minorías lingüísticas de Europa occidental como el baskir o el tártaro– y 300 horas de grabaciones de músicos deportados o asesinados en campos de concentración en Europa, América, Asia o incluso en la antigua África colonial. Pero podría ser mucho mayor. Los costes de la catalogación son excesivos para su modesto presupuesto, pero en pocos meses saldrá a la luz uno de sus proyectos más ambiciosos: «Una enciclopedia de doce volúmenes dedicados a la historiografía de esta música con un diccionario con el elenco de los músicos, también los anónimos; un mapa con los campos de concentración, y un volumen con dos DVD de grabaciones de 600 partituras con los derechos cedidos por las familias».
El único límite que se ha impuesto Lotoro es el temporal: se trata de música compuesta entre los años 1933 y 1953. «He viajado hasta Tailandia o Japón en busca de esta música. Es increíble cómo, después de incluso 18 horas de trabajos forzados, estos músicos encontraban la fuerza para tocar su instrumento o componer obras. Esta música tiene una capacidad de regeneración intelectual asombrosa. La creatividad explota cuando el hombre está extenuado física y psicológicamente», subraya.
En su búsqueda incansable Francesco Lotoro ha hablado con los pocos supervivientes del horror que quedan vivos, o con sus familiares. Como aquella mujer de Michigan (EE. UU.) que contactó con él para regalarle el violín con el que su marido hacía más vivible las noches en un campo de concentración nazi. Recuerda con especial afecto el encuentro en 2016 en Israel con el pianista y compositor lituano Alex Tamir que, con tan solo 11 años, mientras estaba recluido en el gueto de Vilnius, compuso la melodía Shtiler, shtiler (Silencio, silencio), que se sigue cantando en memoria de los judíos asesinados de Europa. «La tocó para mí y es una de las piezas que conservo con más cariño», matiza. Pero muchas otras son solo vagos y lejanos sonidos: «Algunos se acuerdan de la música y me la tararean. Después tengo que descifrar las partituras», explica. Otras veces las pesquisas le han llevado a bucear por bibliotecas, centros de documentación o anticuarios. Lotoro libra una verdadera carrera contra el tiempo: «Tengo todavía 12.000 documentos por analizar». Un ciclo infinito para recuperar la memoria que ha sido plasmado en la película documental Maestro del director franco-argentino Alexander Valenti.