¿Tiene algo cristiano el transhumanismo?
El IV Congreso Razón Abierta de la Universidad Francisco de Vitoria analiza el transhumanismo y su incidencia en las ciencias
La idea fundamental de la que parte el transhumanismo es que «el ser humano puede ser cualitativamente mejorado mediante la implicación de las biotecnologías». Su finalidad última es «liberarse de la carnalidad, de la finitud, de la contingencia y de la vulnerabilidad, desarrollar todas sus capacidades naturales al máximo nivel e incorporar nuevas mediante la hibridación con el artefacto técnico». Pero este suppositum, explica Francesc Torralba, catedrático de Filosofía en la Universidad Ramón Llull, «es más que discutible filosóficamente», porque parte de «la omnipotencia de las tecnologías, o dicho de otro modo, de la capacidad que tiene el ser humano de extirpar la finitud de su ser y, con ello, su condición mortal».
Torralba, que el viernes impartirá una conferencia sobre transhumanismo y neognosticismo en la IV edición del Congreso Razón Abierta, que se celebra desde este jueves en la Universidad Francisco de Vitoria y que este año se centra en el transhumanismo y su incidencia en las ciencias, explica para Alfa y Omega la relación entre ambas doctrinas y su divergencia con el cristianismo: «Lo propio del gnosticismo antiguo y moderno es la visión negativa de la carnalidad, entendida como un lastre para el ser humano». En este punto «la diferencia con la antropología de raíz cristiana es evidente, porque en el humanismo cristiano el ser humano es un ente encarnado», instalado en un cuerpo que, a su vez, «es canal de expresión y elemento consustancial de su identidad personal».
¿Se podría entonces ser cristiano y afín al transhumanismo? Según el filósofo, existen múltiples modos de acercarse a esta propuesta. «Existe un transhumanismo radical, de signo liberal y elitista, y otro social y moderado», explica. «El anhelo de mejora forma parte inherente de la vida cristiana; estamos llamados a trascender nuestra realidad, a una plena conversión de nuestro ser». Aquí es donde la conexión entre transhumanismo social y cristianismo «es clara». Sin embargo, recalca Torralba, «desde la opción cristiana, la plena realización del ser humano, su culminación total, solo es posible por impulso del Espíritu. El hombre, por sí mismo, no puede alcanzar la eternidad». Pero el transhumanismo parte de que el ser humano, «con sus propias facultades, puede superarse a sí mismo y trascenderse; puede convertirse en un ser nuevo liberado de la servidumbre de la finitud». En este sentido, puede calificarse de «neopelagianismo cientifista y tecnocrático».
Una sociedad desmoralizada
Juan Arana, catedrático de Filosofía en la Universidad de Sevilla, es el encargado de clausurar el congreso y exponer los desafíos del poshumanismo, que sostiene, tendrán que afrontarse más a largo plazo de lo que ahora mismo parece: «La robótica progresa más lentamente de lo que se quisiera, la nanotecnología tiene todavía un largo camino que recorrer y la inteligencia artificial afronta el fin de los avances exponenciales que se han dado». Los cambios más importantes, y los mayores riesgos, expone Arana, «vendrán seguramente por el lado de la edición genética, mucho más difíciles de controlar».
El caldo de cultivo para que proliferen estos riesgos es, fundamentalmente, una sociedad «desmoralizada». «Mejorar la condición humana es extremadamente difícil para una sociedad que ya no sabe dónde está el bien y dónde el mal», constata Arana. Para Torralba, la clave y a la vez la gran asignatura pendiente, es el avance del progreso moral a la par que el tecnológico. «Necesitamos una ilustración radical y global. Disponer de más artefactos tecnológicos no nos hace necesariamente más libres», reconoce. Y ofrece una reflexión: «Vivir en un mundo conectado digitalmente no nos convierte en seres más fraternos. El progreso moral solo es posible si se desarrolla a fondo la conciencia ética de las personas, y eso exige una ardua tarea educativa».
Ya en 1987 Robocop incluía «conceptos en clara sintonía con postulados transhumanistas», con un hombre mejorado tecnológicamente y al servicio de la ley, recuerda Dámaso Ezpeleta, productor de Medios en Blanco & White y participante en el congreso de la UFV. Cada vez más, «esos contenidos forman parte de la narrativa de un modo divulgativo, que ayuda a la audiencia a familiarizarse y a aceptar esos postulados». El modelo de naturaleza modificada ha dado el salto de las producciones de ciencia-ficción a dramas o thrillers, como en la serie Biohackers (Netflix), «con elementos de manipulación genética», o Years and Years (HBO España), en la que una de sus protagonistas «supera sus deficientes relaciones personales con implantes tecnológicos». El riesgo en esta ficción ya normalizada, señala Ezpeleta, es que «no se muestra con claridad la falta de continuidad en el discurso sobre los seres humanos». Cuando se habla de hombres mejorados y de conceptos como superlongevidad o superinteligencia, «casi nunca se plantea la cuestión de la mejora ética, ese potencial que nos hace verdaderamente humanos».