La misión, de la A a la Z
Monseñor Osoro recopila un centenar de textos de su etapa en Valencia en el libro Pasión por evangelizar, que mañana pone a la venta Edicep. Éstas son algunas ideas clave:
Aborto: «La nueva legislación sobre el aborto en España es un momento crucial para que todos los cristianos recordemos la responsabilidad que tenemos con respecto a la vida. (…) Al anunciar el Evangelio de la vida, no debemos temer la hostilidad e incluso la impopularidad».
Catecumenado: En la Iglesia primitiva, el catecumenado era el camino originario y específico para la iniciación eclesial. ¡Qué fuerza tenía para los candidatos al Bautismo participar en una catequesis cuyo objetivo era iniciar en la forma de vida de la fe en la comunidad de la Iglesia! Y es que, detrás de esta realidad, latía la convicción de que uno llegaba a ser cristiano tras un largo camino de transformación, purificación y conversión. (…) Hoy se han debilitado las vías que hasta ahora teníamos como fundamentales para la transmisión de la fe: la familia, la parroquia, la escuela. Por ello, hay que recuperar la dimensión catecumenal, vinculada al primer anuncio y a la evangelización».
Crisis: «¿Cómo resolver la crisis? Con hombres y mujeres buenos, es decir, que tienen la estructura de su corazón con la misma hechura del buen samaritano».
Cruz: «Es Jesucristo quien nos muestra la forma de vida del verdadero evangelizador. (…) Él no redime al mundo con bellas palabras, sino con su sufrimiento y con su muerte. No podemos dar vida a otros, sin dar nuestras vidas. (…) Omitir la cruz es olvidar la esencia del cristianismo».
Cultura: «La cultura es aquella actividad que le hace posible al hombre estar en el mundo precisamente en cuanto hombre, es decir, como ser dotado de sentido, abierto a la trascendencia. (…) Pablo VI escribió hace unos años lo siguiente: La ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo».
Esperanza: «En situaciones como las que estamos viviendo, donde la desesperanza y la desilusión se hacen presentes en la historia de los hombres, se ha de entregar con más fuerza lo que el Señor nos ha regalado, la gracia de la esperanza. (…) Quien vive en la esperanza, sabe que la tiene y la vive para los demás. Y sabe, además, que es un gran servicio y, muchas veces, un gran sacrificio el que tiene que hacer para ejercerla. Porque tiene que dar esperanza como lo hizo Jesucristo, hasta el don de su vida misma. La esperanza es fuente de amor y servicio al prójimo. Para los cristianos, ¡qué bueno es saber que quien cuida de uno es el Señor! Por eso, para quien no tiene que tener cuidado de sí mismo, la angustia no existe».
Familias misioneras: «Esta sociedad de crisis y de emergencias, de enfermedades y heridas, necesita de la familia cristiana. La familia cristiana ha supuesto en la historia de la civilización una institución de sanación de la Humanidad, transformadora de las relaciones, ofertadora de vida, escuela de humanidad, maestra en el desarrollo de la persona como imagen de Dios, en mostrar la dignidad de la persona y cómo se ha de servir a esa dignidad, escuela que engendra libertad, fraternidad, servicio, entrega, fidelidad. (…) Os llamo a todos los que estáis viviendo la fe en los movimientos de grupos de matrimonios, de familias, donde cultiváis de una manera especial lo que sois; os llamo también a los que pertenecéis a comunidades del estilo y carisma que fuere, lo mismo a las que os asociáis como familias para promover una educación cristiana de vuestros hijos a través de las asociaciones de padres; os llamo a tantas familias que vivís la fe en vuestra parroquia sin más y que os habéis tomado en serio ser cristianas. (…) Hoy, la familia cristiana está llamada a asumir el compromiso de ser familia misionera. ¿Qué compromisos asume una familia que quiere ser familia misionera? 1. Comer la familia una vez a la semana todos juntos, para hablar y compartir la vida entre todos los miembros; 2. Rezar una vez a la semana juntos, proclamando el Evangelio del domingo próximo y rezando por lo menos un misterio del Santo Rosario; 3. Tener en la casa el rincón del encuentro, es decir, un lugar donde esté un crucifijo, una imagen de la Virgen, la Biblia y el Catecismo de la Iglesia católica; 4. Todos los domingos, mientras los hijos tengan la edad para hacerlo, ir juntos a Misa a la parroquia; 5. Vivir sin vergüenza, con explicitud y testimonio en medio del mundo, que somos cristianos».
Jóvenes: «Os invito a hacer una nueva revolución, no con armas, insultos, batallas (…), sino quitando todas las esclavitudes que hay en este mundo y que tienen diversas manifestaciones, pero en el fondo nacen de vivir en pecado y de vivir sólo para uno mismo. (…) Para construir la fraternidad que necesita el mundo, no bastan las ONG, no basta que yo dé mi ropa a otro -que también-, sino que cambie el corazón del ser humano, algo que solamente se produce cuando entramos en contacto con Jesús que triunfa sobre la muerte y da vida. El robo más grande que os pueden hacer hoy es que os quiten el horizonte de la resurrección de Jesucristo, que os aparten de Dios».
Kerigma: «¡Qué bueno es comenzar siempre dando la Buena Noticia que es Jesucristo! ¿Habéis pensado alguna vez que el mayor servicio que se puede hacer a los hombres es entregar de primera mano a Jesucristo? Es lo más positivo, lo más alegre, lo más esperanzador, lo más valioso que se puede dar».
Oración: «La oración debe ser el centro íntimo de la evangelización. Y es que tenemos que ser conscientes de que no somos nosotros quienes ganamos personas para Cristo, sino que las recibimos de Dios. La oración debe ser la meta verdadera, pues de Dios únicamente se puede hablar si también se le habla a Él y se habla con Él».
Sagrado Corazón: «Todos necesitamos tener un centro en nuestras vidas, un manantial de verdad y de bondad del que podamos beber. Nuestro corazón tiene que latir para encontrar el verdadero amor y descanso en los latidos del Corazón de Cristo. (…) Es en el Corazón de Jesús donde se expresa el núcleo esencial del cristianismo, porque se nos entrega toda la novedad revolucionaria del Evangelio: el Amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios. Su Corazón llama a nuestro corazón, nos invita a salir de nosotros mismos, a fiarnos de Él, a hacer de nosotros un don de amor sin reservas».
Santidad: «San Juan Pablo II ndos lo dice: Lo que el mundo necesita no son personas buenas, sino personas santas. (…) Es santo quien vive de la fuerza del Resucitado. Sabes muy bien que la distinción entre malo y bueno se da en el plano humano. Pero esto a ti, para mantener la identidad y regalar esperanza, no te basta. Tú tienes que distinguir entre bueno y santo. Y, si te fijas, el bueno y el santo se hacen y constituyen en dos planos diferentes: el conquistado por el hombre mismo y el regalado por Dios que se nos ha manifestado en Cristo. Para ser santo, tienes que entrar en la dinámica de la gracia y de la resurrección y cambiar, por tanto, de perspectiva».
Testigos: «(los hombres y mujeres de nuestro tiempo) nos están pidiendo, con una urgencia especial, que no sólo les hablemos de Jesús, sino que vivamos de tal manera que les hagamos ver a Jesús. (…) El mandato misionero no se puede hacer más que bajo el signo de la santidad».
Vocación sacerdotal: «Nunca tengamos miedo a proponer el seguimiento radical de Jesucristo. (…) Vivamos convencidos de que es la invitación más valiosa que podemos ofrecer a un joven. (…) A vosotros, sacerdotes, os animo a que invitéis a niños y jóvenes a ser también sacerdotes».
Zaqueo: «Es necesario dejarnos transformar por Jesús, dejar que entre el Señor en vuestra vida, porque cambia el corazón, como cambió el corazón de Zaqueo. (…) En la llamada que hace para seguirle, Jesús no pone condiciones, porque no mira lo que hemos hecho o dejado de hacer en nuestra vida anterior, sino que lo que ofrece es que vayamos con Él».
Prólogo de monseñor Ricardo Blázquez
Este libro recopila cerca de un centenar de reflexiones del arzobispo Carlos Osoro Sierra. Su título expresa bien su contenido, ya que todos estos escritos intentan analizar y transmitir con entusiasmo los distintos aspectos de la esencial vocación misionera de la Iglesia y de cada cristiano. Pero, además, el título sirve también pare definir a su autor. Pronto se descubre que estas páginas constituyen una especie de confesiones, en las que se muestra el alma de un pastor apasionado por llevar la alegría del Evangelio a los ámbitos más alejados, y que ha intentado transmitir esta pasión a todos los cristianos de su diócesis.
Las reflexiones aquí contenidas han surgido en distintas circunstancias de la vida eclesial y explican diferentes aspectos de la evangelización: sujetos, contenidos, móviles, destinatarios, modos… Pero hay un denominador común que las une a todas, su estilo dialogal. Todas parecen conversaciones con unos oyentes cuyos rostros está mirando el autor. Y esto que parece, es verdad en la mayoría de los casos. Porque Carlos Osoro será recordado siempre como el pastor cercano. Para miles de vecinos de esas tierras que ha pisado y en las que ha sido obispo, para cristianos y no cristianos, será siempre «el primer obispo que me habló y con el que hablé». Esto le exigió una movilidad de vértigo, casi increíble. Pero, cuando el día ofrecía la ocasión del merecido y necesario descanso, a última hora del día o en las primeras luces del alba, llegaba para el arzobispo el momento de la oración. Y allí, ante el Señor, volvían a salir los rostros concretos que había encontrado el día anterior y también aquellos con los que se iba a encontrar al día siguiente. Casi todas estas conversaciones se han escrito en este marco. (…)
La primera parte del libro lleva el título Salir y, en ella, se nos invita a realizar los dos primeros elementos de la escena de Zaqueo: entrar en la historia de los hombres y mirarlos y llamarlos. Para ello, el arzobispo anima a su Iglesia a ser una Iglesia en salida, que obedece al mandato misionero de Jesús: «Id y haced que todos los pueblos sean mis discípulos». Pero curiosamente, como paso previo, comienza invitando a sus cristianos, y sobre todo a los jóvenes, a recuperar una soledad fecunda, en la que nos encontramos con Dios y con los demás en profundidad. Es una manera de recordar que Jesús, antes de enviar a los apóstoles a predicar, los llamó a estar con Él. Antes de salir hay que entrar. (…)
La segunda parte se titula Regalar. En la exégesis que hacía del encuentro con Zaqueo, se trata de «regalar la versión nueva de la vida y provocar su acogida». Y esta nueva vida no es otra que la experiencia del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Casi la mitad de las reflexiones de esta segunda parte describen ese núcleo esencial del Evangelio, que, según el Papa Francisco es «lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario». Osoro es un enamorado de la «belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (cfr. La alegría del Evangelio, 35-36). Y un enamorado que se empeña en que los demás se enamoren también. Por eso su objetivo pastoral es construir una Iglesia que sea icono del amor y la ternura de Dios. Y su llamada a todo cristiano se puede resumir así: «Muestra con tu vida la belleza de Dios y del hombre». (…)
Dijimos al principio que el título de este libro reflejaba bien el alma de su autor. Y lo mismo hay que decir de esos dos verbos que titulan las dos partes. Salir: se trata de un obispo andariego, peregrino lo llamó el Papa Francisco; por eso, los hombres lo encuentran con frecuencia en sus propios caminos. Regalar: toda persona que le ha visto acercarse con su sonrisa, su apertura y su comprensión, se ha sentido amado; y muchos, por primera vez.
+ Ricardo Blázquez Pérez
arzobispo de Valladolid, Presidente de la CEE