La Orden mercedaria nació en el siglo XIII, cuando infieles del norte de África secuestraban a familias enteras de las costas europeas y las sometían a esclavitud. Durante siglos, la Merced fue un referente en la Iglesia católica, por dedicarse a curar esta herida abierta en la Cristiandad. Cuanto tenían y recogían lo destinaban a redimir a esos cristianos sometidos a condiciones infrahumanas, como bien supo por experiencia nuestro gran Cervantes, al que redimieron nuestros compañeros de misión, los trinitarios. Por su cuarto voto, los mercedarios se comprometían a quedarse en rehenes si algún cristiano quedaba sin redimir por falta de medios y corría peligro de perder la fe. No pocos lo hicieron, y algunos sufrieron el martirio debido a su celo apostólico. Esta labor, que durante cinco siglos fue realmente heroica, estuvo inspirada por la Virgen en su admirable advocación de la Merced. Su afán de promover la fe llevó, luego, a los mercedarios a colaborar en las primeras universidades españolas (Alcalá, Salamanca) y en la evangelización de América.
Por su carisma de amparar la vida de fe en peligro, los mercedarios atienden hoy a encarcelados y sus familias. De ahí que la Virgen de la Merced sea considerada como patrona de las cárceles. Especial atención prestan también estos religiosos a los refugiados, sobre todo los cristianos perseguidos.