Colegios diocesanos: aulas abiertas al barrio
En España hay 310 colegios diocesanos. Sus aulas están especialmente abiertas a las familias más vulnerables y a las necesidades del barrio
María, Kelly, Christian, Natalia, Pablo, Alex…, y así, hasta algo más de 550 nombres cruzan cada mañana las puertas del colegio San Pedro Apóstol, situado en el madrileño barrio de Barajas. Este mes no solo estrenan curso, también estrenan cole, porque las nuevas instalaciones del San Pedro Apóstol (un centro con más de 60 años de historia en esta zona popular de Madrid) por fin están listas tras año y medio de obras. Y aunque cualquiera puede adivinar que en sus recién inauguradas pizarras van a impartirse las mismas lecciones de Matemáticas, Lengua, Música o Inglés que en cualquier otro colegio, la enseñanza más importante que reciben los alumnos del San Pedro es otra: «Como en la mayoría de los centros católicos –explica el director, Jorge Javier Flores–, para nosotros, la enseñanza es un medio para mejorar la sociedad y formar personas íntegras y libres. Pero, además, tenemos muy claro que nuestra vocación es la de ser un lugar especial para acoger a las familias y abrir la puerta de la diócesis y de la Iglesia universal a todos los alumnos y a sus padres». Porque el San Pedro Apóstol es uno de los 310 colegios diocesanos que hay repartidos por España.
Católico, pero distinto
Pero ¿qué es exactamente un colegio diocesano? Como explica Jorge Javier Flores, «desde el punto de vista técnico, un colegio diocesano es aquel cuyo titular es la diócesis –normalmente a través de una fundación–, en lugar de una congregación o un instituto religioso, como son la mayoría de los colegios católicos». Y esto tiene su repercusión fuera de los papeles: «Nuestra actividad pedagógica y pastoral no tiene los matices propios de una orden concreta, sino que nuestro carisma es el de ser Iglesia universal».
Históricamente, los colegios diocesanos en España han surgido por tres vías: una, ligados a los seminarios menores, en los que se formaba a los niños que intuían una posible vocación pero aún eran demasiado jóvenes como para entrar al seminario. Otra, por iniciativa de grupos de fieles que en un momento concreto quisieron ocuparse de los niños con menos recursos o en zonas marginales, y terminaron por constituirse en auténticos colegios. Y una tercera, vinculados directamente a la actividad de alguna parroquia, en barrios con graves carencias educativas. Este es el caso del colegio San Pedro: «La parroquia no solo catequiza, sino que educa –dice Jorge Javier Flores–. Y con un colegio diocesano, esto se ve muy claramente. La Iglesia no quiere a personas adoctrinadas y esclavas, sino libres y con una formación íntegra. Por eso, allí donde hay carencias, la Iglesia ha ido respondiendo».
Donde caben todos
Del mismo modo que las parroquias buscan integrarse en los barrios para brindar un servicio de acogida y evangelización, los colegios diocesanos tienen la misma vocación. «Un colegio diocesano como este es casi una comunidad parroquial: aquí caben todas las personas y todas las familias. Como Iglesia diocesana, estamos abiertos a todos: tenemos creyentes, no creyentes, musulmanes, niños de integración, chicos con síndrome de Down, con Asperger… Formamos a los niños, sean quienes sean, y por eso también acompañamos de forma especialmente cercana a los padres, y estamos presentes en los momentos importantes de la vida familiar: matrimonios, bautizos, comuniones, funerales…», dice el director, que es también párroco de la zona.
Gracias a esa doble dimensión pastoral-pedagógica, «cuando los padres vienen a verme al despacho para hablar de sus hijos, muchos terminan por abrir su corazón y salen temas más personales», explica Flores. «Aquí hay familias que salen adelante e integradas en la Iglesia», concluye.
El vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, presidió el lunes la apertura del seminario Clases de Religión e inteligencias múltiples, organizado por el Colegio Profesional de Educación. Monseñor Osoro se dirigió a los profesores de Religión de colegios públicos, concertados y privados, para pedirles un renovado «entusiasmo en la tarea». «Donde hablemos de deberes y exigencias, es preciso hablar con un corazón cargado de amor y de compasión, experimentando ese amor de Dios que engendra entusiasmo en la tarea y ese amor de Dios que engendra capacidad para encontrarme con todos los distintos a mí», añadió. Ante una crisis antropológica en la que «el hombre no sabe lo que es el hombre», monseñor Osoro recordó a los docentes que «vosotros tenéis mucho que decir» para mostrar que «el hombre es imagen de Jesús, y todo aquel que destruya esa imagen está liquidando a Dios mismo».
En el acto también participó Roberto Salmerón, decano del Colegio de Doctores y Licenciados, que ha trasladado al ministro de Educación un proyecto de congreso nacional sobre educación que tenga por objetivo alcanzar un Pacto Escolar.
El respaldo de los obispos españoles a los profesores católicos está siendo uno de los puntos fuertes del inicio del curso, y muchas diócesis ofrecen de un modo u otro su apoyo expreso a los docentes. Hoy, por ejemplo, en Orihuela-Alicante, cerca de 900 profesores de Religión de Primaria, Secundaria y Bachillerato participan este jueves a las 18 horas en la Misa de envío que tendrá lugar en la concatedral de San Nicolás de Alicante, donde recibirán del obispo diocesano, monseñor Jesús Murgui, la missio canonica para el curso 2015-2016. También la Delegación de Enseñanza de la diócesis de Segorbe-Castellón ha ofrecido una alternativa de formación para profesores católicos, con un fin de semana de oración, organizado en el Desierto de las Palmas, del 2 al 4 de octubre, bajo el lema Caminos de sanación interior.
El sello de la casa
Esa labor de integración en el barrio y de apertura a los más vulnerables es uno de los sellos distintivos de los centros diocesanos. José Luis Castro Pérez, director del colegio San Ignacio, de Ponferrada, en la diócesis de Astorga, lo sabe bien. El San Ignacio comenzó vinculado a la Compañía de Jesús, pero con el tiempo los jesuitas se fueron y la diócesis se hizo cargo. Con el cambio, la iglesia del colegio se convirtió en templo parroquial para la zona, «y aunque en nuestro caso parroquia y colegio somos independientes, tenemos una gran vinculación que nos ayuda a estar más integrados y a responder a las necesidades de las familias», explica Castro.
La cercanía al clero diocesano y la participación en la vida eclesial son otra de las riquezas de este tipo de centros. «Nosotros –cuenta el director– cuidamos mucho la participación en las actividades de la diócesis para reforzar la pertenencia eclesial. No queremos que los chicos dejen la Iglesia cuando salgan del cole, como a veces pasa en algunos colegios católicos, y por eso intentamos que, a través del contacto con la gran comunidad eclesial, descubran que la Iglesia es su casa, y que los sacerdotes son referentes reales de entrega y dedicación». Una tarea que sería imposible «sin cuidar mucho a los profesores y sin el contacto con jóvenes de otras realidades. Gracias a eso –concluye Castro Pérez–, puedo decir con gran alegría que cuando la mayoría de nuestros alumnos y de sus familias acaban su paso por el colegio, se quedan cerca de la Iglesia y participan en ella». Porque a entregarse y a hacer comunidad, también se aprende en las aulas.