La maravillosa lógica de Dios
XXV Domingo del tiempo ordinario
El Evangelio de este domingo nos presenta de nuevo a Jesús enseñando a sus discípulos. Una vez más utiliza una parábola para expresarse. Los personajes están muy definidos: un propietario y unos jornaleros que representan a Dios y a cada uno de nosotros. El actuar del propietario nos deja entrever un deseo profundamente arraigado en el corazón de Dios: la llamada a colaborar con Él en la construcción de su Reino.
Un primer elemento, que a mi modo de ver es fundamental en este relato, es el hecho de que Dios cuente con nosotros y nos llame. Ser llamados se convierte en sí, en la primera recompensa. Nos da la oportunidad de trabajar con Él, en Él y para Él. Nos permite ponernos a su servicio, colaborar en su obra. Si uno se hace plenamente consciente de lo que esto significa, cualquier fatiga se verá recompensada.
Tan importante como el llamamiento será el analizar nuestra respuesta. En el caso de los jornaleros de la parábola, la respuesta es siempre positiva. Se ha producido una sintonía de intenciones. Dios ha calado en el corazón de aquellos hombres y se deciden a trabajar con Él. Es determinante descubrir el sentido real de la invitación del Señor y lo que significa. Aquellos que trabajan solo por el jornal y no descubren el amor como motivación última, no terminan de entender el sentido real de lo que están viviendo.
Interpretar de modo adecuado la situación y descubrir el inestimable tesoro que se nos presenta, exige amar al Señor y su Reino. Desde esta perspectiva, podemos abordar el problema del salario que los jornaleros reciben. ¿Por qué todos reciben la misma paga? Sencillamente porque ésta simboliza el don del amor de Dios, que culmina con la vida eterna. Pero, desde el primer momento, esa donación por parte de Dios es plena: Dios ante la respuesta afirmativa del corazón del creyente, se da totalmente.
Una vez más, la lógica de Dios es distinta a la de los hombres. Sus planes no son nuestros planes. Entonces, ¿de qué estamos hablando cuando decimos que Dios se nos da? En el fondo, es encontrarnos con Él mismo, con su grandeza y amor, que se convierten para nosotros en un acontecimiento, a partir del cual ya nada es igual. El descubrir esa presencia y la relación que entonces se instaura, nos conduce a la vida plena y es entonces cuando la alegría del Evangelio llena nuestros corazones y nuestra vida en su totalidad.
San Mateo vivió en primera persona la experiencia que nos narra en el evangelio. Antes de que el Señor le llamase, era un cobrador de impuestos, es decir, un pecador público excluido de la viña del Señor. Pero todo cambia cuando Jesús, pasando junto a su mesa de impuestos, lo mira y le dice: Sígueme. Mateo se levantó y lo siguió. De publicano se convirtió inmediatamente en discípulo de Cristo. De último, se convirtió en primero, gracias a la lógica de Dios, que -¡por suerte para nosotros!- es diversa de la del mundo.
También nosotros somos jornaleros llamados a trabajar en la viña del Señor. Sabemos cual es nuestra paga y recompensa. Descubramos el gran don del amor de Dios.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«El reino de los cielos se parece a un propietario que, al amanecer, salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia medio día y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Le replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos a un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?
Así, los últimos serán los primeros, y los primeros los últimos».