«Generosidad sin límites»
A José Luis se le hizo tarde, y decidió volver a casa sin pasar a saludar a Manuel García Viejo. Dos días después, le llamaron para comunicarle que su amigo del alma tenía ébola. «Sólo le pido a Dios que me permita darle el abrazo que le debo», escribe desde su misión de Sierra Leona, donde el martes se detectó un posible caso del virus. Ahora, los dos compañeros luchan contra el ébola: uno desde la cama del hospital Carlos III. El otro, desde el barro del camino
«La vida hoy duele más que nunca. Duele por la muerte evitable de mi pueblo. Duele por el contagio con el virus del ébola de mi amigo, de mi hermano del alma, Manuel García Viejo». Lo escribe el misionero pamplonica José Luis Garayoa desde Sierra Leona, al enterarse de la fatal noticia. Dos días antes de que el médico y religioso fuese diagnosticado, habían quedado para verse, pero el encuentro nunca se produjo. «Era miércoles, 17 de septiembre. Estábamos celebrando con las clarisas de Lunsar el día de la independencia de México. Se nos hizo tarde, y decidimos volver a nuestra misión de Kamabai sin parar en Mabesseneh para darle un abrazo a Manuel. Sabía que se iba pronto a España, y quería despedirme de él. Pero decidí volver otro día», cuenta.
48 horas después del encuentro postergado, el Administrador Apostólico de la zona, un misionero javeriano, llamó a José Luis. Necesitaban contactar urgentemente con Javier Atienza, un joven cirujano español que trabaja de voluntario en la misión de Garayoa: «Me dijo, con la voz entrecortada, que Manuel tenía fiebre alta hacía tres días, y que no parecía malaria. Javier me pidió una ambulancia, para que al día siguiente, bien temprano, llevasen a Manuel al hospital de Laka». Hubo que mover hilos hasta con varios Ministerios para conseguirla, pero finalmente llegó. Horas más tarde, supieron la noticia: Manuel García Viejo, de la Orden de San Juan de Dios, daba positivo en el virus del ébola.
Sólo hacía una semana que habían reabierto el hospital de Lunsar, después de la cuarentena. «Inmediatamente, Manuel se puso a hacer lo que sabe: operar y curar a destajo. Estar cerca de la miseria, de la gente, con el pobre: eso le contagió el virus. El cristianismo se transmite por cercanía, como el ébola. Nunca en la distancia», señala Garayoa, para quien, ahora, la vida duele: «Quise llamarle para decirle que le quería, que rezaba con toda mi alma por él, pero ya no cogió el teléfono. No se me quitan de la cabeza las charlas compartidas, y sus pásate por aquí, que tengo chorizo de la tierra».
El misionero sabe cómo nos las gastamos en España: «Supongo que no faltará quien ponga el grito en el cielo cuestionándose si el Gobierno español ha hecho bien pagando la repatriación de Manuel». Pero asegura: «Nadie como el Hermano hospitalario Manuel García Viejo ha paseado por África la marca España con tanta pasión y sacrificio. Su generosidad y simpatía no tenían límites. Siempre tenía tiempo para atender al enfermo que le llevabas desde las aldeas más remotas. Aunque su agenda no tuviese un resquicio, él siempre encontraba 5 minutos entre operación y operación. Sólo le pido a Dios que me permita darle el abrazo que le debo. Ese que no pude darle porque se me hacía tarde y diluviaba».
El martes, la misión de los agustinos, en la que trabaja Garayoa, se levantó con una noticia bomba que adelantó a este semanario: «Nos acaba de explotar la situación aquí. Ayer se llevaron el cadáver de un muchacho de 17 años, y ha venido la policía a aislar a los que viven en la misma choza», aseguraba, preocupado. «Quieren poner en cuarentena el poblado, y tengo que ir rápido a ver si tienen comida suficiente», explicaba. Aún no se sabe si el chico murió de ébola. Pero José Luis no se arredra: «Tengo unas ganas locas de salir corriendo de este infierno, pero me quedo clavado con los ojos húmedos y la esperanza de que esto también pasará. Sólo nos queda eso, la esperanza».