Un Escobar que habla de paz
Juan Pablo Escobar estaba destinado a ser el heredero del narcoimperio de su padre, pero eligió la paz e incluso pidió perdón a las víctimas de su progenitor. Su testimonio ilumina una Colombia sumida en la violencia
Colombia vive sumida en la violencia, la que imponen los cárteles de la droga y la generada en torno a las protestas por la reforma tributaria presentada por el presidente Iván Duque. A pesar de que el Gobierno ha dado marcha atrás, lo que no ha retrocedido es la violencia de algunos manifestantes, ni la de algunos miembros de las Fuerzas de Seguridad. En el caso del narcotráfico, el terror es ya un problema enquistado.
Ante ambos problemas, el testimonio de Sebastián Marroquín demuestra que es posible salir de esa espiral odio y enfrentamientos, incluso aunque uno se encuentre metido de lleno en ella, y es un ejemplo elocuente para la realidad actual del país. Su nombre quizá no les diga nada, y esto es precisamente lo que buscaba Juan Pablo Escobar cuando se lo puso: poder continuar con su vida a pesar de ser el hijo del mayor narcotraficante de la historia, responsable durante décadas del 80 % del mercado internacional de sustancias estupefacientes y autor de innumerables atentados, incluido el del ministro de Justicia de Colombia, Rodrigo Lara Bonilla, en 1984.
«Lo que nos obligó a cambiarnos la identidad en Colombia fue la imposibilidad de tener un refugio en el mundo para salvar nuestras vidas», sostiene Juan Pablo Escobar en conversación con Alfa y Omega. «A mí me amenazaron porque me convertí en un hombre de paz y también porque no continué con los pasos de mi padre». Juan Pablo, o mejor dicho, Sebastián, es consciente de que es difícil entender que te quieran matar por una cosa y la contraria, pero cree que «es parte del show que se ha ido montando, tristemente, alrededor de la historia de mi padre». Lejos de participar de él, lo único que «he querido hacer con la historia de mi progenitor es dejar un mensaje de paz a la juventud». Por ello, clama: «Ojalá todos nos concienciemos de que Pablo Escobar nos mostró el camino que no hay que seguir».
Desde esta posición, Escobar hijo hace un llamamiento, muy en línea con lo expresado recientemente por los obispos del país –«la violencia y el vandalismo no resuelven nada, solo traen sufrimiento y muerte, además de deslegitimar y convertir en discutible toda protesta social»–, para que se rebaje la tensión en Colombia. «Yo creo en el derecho que tienen todos los pueblos a manifestarse, mientras lo hagan pacíficamente. Cuando a cualquier reclamo, por válido que sea, le agregas violencia, lo único que logras es deslegitimarlo», subraya. «También es muy triste ver cómo algunos representantes de la ley y el orden han violentado los derechos humanos de algunas personas. Eso tampoco puede ocurrir», añade.
«Casi morimos de hambre»
Este llamamiento a la paz no le es ajeno al hijo de Escobar. Ya había hecho algo similar con anterioridad. «Mi madre y yo le pedimos infinidad de veces a mi padre que dejara tanta violencia, que no era la solución», explica. Pero el narcotraficante no hizo caso. Al contrario. Tras el atentado que la familia al completo sufrió en 1988 mientras dormía, Escobar dio orden de sembrar Colombia de bombas, especialmente dirigidas contra objetivos del cártel de Cali. «El 13 de enero de ese año estábamos durmiendo y explotó un coche bomba aparcado junto al edificio. Milagrosamente salimos ilesos, pero tras aquel suceso mi padre inició la etapa del narcoterrorismo y quedó un reguero tremendo de sangre, muerte y dolor».
A esa lista hay que sumar también hambre, la que sufrió la familia Escobar a pesar de contar con varias mansiones de lujo, coches, un zoo privado o muchos millones de dólares en efectivo. Hubo una ocasión en la que estuvieron a punto de perecer por falta de alimentos. «Entonces se ofrecían 20 millones de dólares por la cabeza de mi padre y cuatro por la mía», explica. La Policía estaba próxima a cobrarse el botín, haciendo una redada en el barrio en el que Pablo, su mujer y sus hijos estaban escondidos. «Precisamente, teníamos cuatro millones de dólares en efectivo tirados por el suelo. Con ese dinero podríamos haber comprado todo el stock de comida de la ciudad, pero como la investigación policial duró toda una semana, no podíamos salir al comercio de enfrente a comprar ni siquiera un trozo de pan y un poco de agua. Y literalmente casi morimos de hambre», rememora.
Un padre amoroso
Más allá de estos episodios traumáticos, Escobar hijo reconoce que su infancia estuvo marcada, sobre todo, por el amor. «Paradójicamente, fui criado en una familia en la que nunca faltó el amor. Mi padre también nos enseñó valores como el esfuerzo o el trabajo, a pesar de que luego él no los practicaba», asevera Juan Pablo, que hoy es arquitecto y vive un exilio forzoso en Argentina. En este sentido, recuerda el día que les preguntó a los compinches de la organización de su padre, con los que tenía trato frecuente, que qué era lo que más había calado en ellos de Pablo Escobar. «Me contestaron: “Lo que más nos ha impresionado del patrón es lo buen padre que es contigo”». Y esto, reflexiona Juan Pablo, «habla de la relevancia del amor a la familia. Es transformador y nos puede ayudar a salir adelante en las peores situaciones».
Junto al amor, Escobar reivindica el perdón. Él mismo tiró del perdón para paliar, en parte, toda esta espiral de odio generada por su padre. Así lo hizo con cerca de 150 familias, incluida la del ministro Lara Bonilla, que «sufrieron una violencia directa y terrible de manos de mi padre; aun así, hemos podido todos superar ese dolor y perdonar», asegura. «Esto no es una invitación al olvido», aclara. «El perdón no tiene nada que ver con el olvido. La memoria es importante para que no cometamos el error de repetir esas historias».
Escobar es muy crítico con las series sobre su padre. «Le presentan como un caso de éxito y no lo fue», afirma. «Mientras salía en la revista Forbes como el más rico, yo le veía viviendo en tugurios». Esos capítulos «no los vimos en ninguna serie y habrían servido para educar a toda una generación que quiere emular la vida de Pablo Escobar».