El don de la libertad interior - Alfa y Omega

El don de la libertad interior

Palabras antes de la oración del Angelus

Papa Benedicto XVI
La multitud congregada en la plaza de la catedral de San Esteban, de Viena, escucha la palabra de Benedicto XVI
La multitud congregada en la plaza de la catedral de San Esteban, de Viena, escucha la palabra de Benedicto XVI.

Queridos hermanos y hermanas: Esta mañana, ha sido para mí una experiencia particularmente hermosa poder celebrar con todos vosotros el día del Señor de modo tan digno en la magnífica catedral de San Esteban. El rito eucarístico, celebrado con el debido decoro, nos ayuda a tomar conciencia de la inmensa grandeza del don que Dios nos hace en la santa misa. Precisamente así nos acercamos también unos a otros y experimentamos la alegría de Dios. Por tanto, expreso mi gratitud a todos los que, mediante su contribución activa en la preparación y en el desarrollo de la liturgia o también mediante su fervorosa participación en los sagrados misterios, han creado un clima en el que la presencia de Dios era verdaderamente perceptible. Gracias de corazón y que Dios os lo pague.

En la homilía he tratado de decir algo sobre el sentido del domingo y sobre el pasaje evangélico de hoy, y creo que esto nos ha llevado a descubrir que el amor de Dios, que se perdió a sí mismo por nosotros entregándose a nosotros, nos da la libertad interior para perder nuestra vida, para encontrar de este modo la vida verdadera.

La participación en este amor dio a María la fuerza para su Sí sin reservas. Ante el amor respetuoso y delicado de Dios, que para la realización de su proyecto de salvación espera la colaboración libre de su criatura, la Virgen superó toda vacilación y, con vistas a ese proyecto grande e inaudito, se puso confiadamente en sus manos. Plenamente disponible, totalmente abierta en lo íntimo de su alma y libre de sí, permitió a Dios colmarla con su Amor, con el Espíritu Santo. Así María, la mujer sencilla, pudo recibir en sí misma al Hijo de Dios y dar al mundo el Salvador que se había donado a ella.

También a nosotros, en la celebración eucarística, se nos ha donado hoy el Hijo de Dios. Quien ha recibido la Comunión lleva ahora en sí de un modo particular al Señor resucitado. Como María lo llevó en su seno -un ser humano pequeño, inerme y totalmente dependiente del amor de la madre-, así Jesucristo, bajo la especie del pan, se ha entregado a nosotros, queridos hermanos y hermanas. Amemos a este Jesús que se pone totalmente en nuestras manos. Amémoslo como lo amó María. Y llevémoslo a los hombres como María lo llevó a Isabel, suscitando alegría y gozo. La Virgen dio al Verbo de Dios un cuerpo humano, para que pudiera entrar en el mundo. Demos también nosotros nuestro cuerpo al Señor, hagamos que nuestro cuerpo sea cada vez más un instrumento del amor de Dios, un templo del Espíritu Santo. Llevemos el domingo con su Don inmenso al mundo.

Pidamos a María que nos enseñe a ser, como ella, libres de nosotros mismos, para encontrar en la disponibilidad a Dios nuestra verdadera libertad, la verdadera vida y la alegría auténtica y duradera. Quiero rezar ahora la oración a la Madre de Dios que, en realidad, hubiera querido recitar ante la Columna de la Virgen. Como sabemos, allí se produjo un apagón que lo hizo imposible. Por eso quiero recuperar ahora esa oración a la Virgen:

Santa María, Madre Inmaculada de nuestro Señor Jesucristo, en ti Dios nos ha dado el prototipo de la Iglesia y el modo mejor de realizar nuestra humanidad. A ti te encomiendo a Austria y a sus habitantes: ayúdanos a todos a seguir tu ejemplo y a orientar totalmente nuestra vida hacia Dios. Haz que, contemplando a Cristo, lleguemos a ser cada vez más semejantes a Él, verdaderos hijos de Dios. Entonces también nosotros, llenos de toda clase de bendiciones espirituales, podremos corresponder cada vez mejor a su voluntad y ser así instrumentos de paz para Austria, para Europa y para el mundo. Amén.

Queridos amigos, ahora cantemos todos juntos el Angelus Domini a la manera austríaca.