El principio de lo nuevo
El cardenal Angelo Sodano, Decano del Colegio Cardenalicio, presidió el día 12 por la mañana la Misa pro eligendo Pontifice, previa al comienzo –ese mismo día por la tarde– del Cónclave. Acompañaban a los cardenales y obispos en la Basílica de San Pedro muchos fieles, de todo tipo de procedencias, que se congregaron para pedir a Dios –en palabras del cardenal Sodano– que, «a través de la solicitud pastoral de los Padres Cardenales, quiera pronto conceder otro Buen Pastor a su Santa Iglesia». En la homilía, el Decano de los cardenales afirmó que «la actitud fundamental de cada buen Pastor», y en especial del Sucesor de Pedro, «es dar la vida por sus ovejas. Cuanto más alto y más universal es el oficio pastoral, tanto más grande tiene que ser la caridad del Pastor». Puso como ejemplo de ello a «los últimos Pontífices», que «también han sido artífices de muchas iniciativas benéficas hacia los pueblos y la comunidad internacional, promoviendo sin cesar la justicia y la paz»
Son las siete de la mañana, y algunos fotógrafos madrugadores esperan para intentar tomar la última imagen del próximo Papa entrando en el Vaticano aún vestido de cardenal. En el otro extremo de la plaza, ya hay cola para entrar en la Basílica de San Pedro, a la Misa pro eligendo Pontifice. Aquí no se hacen quinielas. No porque sea un tema tabú; simplemente, predominan otros sentimientos, la impresión de estar a punto de participar en un acontecimiento histórico.
Un brasileño da gracias por su buena suerte al haber coincidido el Cónclave con este viaje previsto desde hace mucho tiempo. Su única pena es que no estará ya para recibir al nuevo Papa, «y hay una pequeña opción de que sea brasileño», dice. Aunque añade: «Pero la nacionalidad no es lo importante. Benedicto XVI es alemán y le hemos querido siempre como a un padre». Le corrigen unos jóvenes americanos de la Comunidad de Emmanuel, que se forman en Roma para hacer misión en sus lugares de orígenes. «Oh, la nacionalidad sí es importante. El próximo Papa será del Vaticano… Todos los cardenales tienen pasaporte del Vaticano». Hay muchas personas de Estados Unidos en la Misa. Les fascina, sobre todo, la liturgia, la solemnidad del momento.
Sobre las nueve, empiezan a llegar los cardenales a la Basílica de San Pedro, la Basílica mayor de la cristiandad. Algunos se acercan a grupos de fieles a saludar. Se les ve a todos tranquilos, en paz. La imagen es muy distinta a la que ofrece el diario La Stampa, que habla del enésimo conciliábulo en la misma víspera del Cónclave, nada menos que en Santa María la Mayor, la Basílica del cardenal español Santos Abril. Sólo hay un cardenal visiblemente cansado, súbitamente envejecido. El cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado de Benedicto XVI, está claramente afectado por los sucesos de las últimas semanas.
También los fieles echan de menos a Benedicto XVI. Cuando el cardenal Sodano pronuncia unas palabras de agradecimiento por él, es interrumpido por un aplauso que dura varios minutos. No es sólo un gran Papa que se va. Termina una gran era, la era Wojtyla-Ratzinger. Benedicto XVI era «el final de lo viejo y el principio de lo nuevo», parafraseando a su biógrafo, Peter Seewald. El próximo Papa será de otra generación. No habrá conocido la Segunda Guerra Mundial, ni habrá participado en el Concilio. Por su pontificado seguirá las huellas de los últimos Papas, y estará volcado en la nueva evangelización, ese nuevo aggiornamento o puesta al día, que requiere de las fuerzas de todos para anunciar el Evangelio. Fuerzas como las de esos jóvenes americanos que se forman para ser misioneros entre otros jóvenes.
Los cardenales se desvisten de sus ropas litúrgicas tras unos biombos, en la parte derecha de la Basílica de San Pedro. Los operarios no se han esmerado en la colocación, y hay filtraciones de lo que ocurre al otro lado. Pero no se ve nada indebido. Al contrario: se palpa un clima de atmósfera fraterna. Se despiden con una sonrisa los cardenales mayores de 80 años y otros obispos que han concelebrado la Eucaristía, entre ellos los no cardenales al frente de dicasterios vaticanos. A la salida, a más de uno le piden un autógrafo. No es lo habitual, pero estos días los cardenales son el centro de toda la atención. Estamos en sede vacante, aunque ya no por mucho tiempo.
¡Queridos concelebrantes, distinguidas autoridades, hermanos y hermanas en el Señor!
«Cantaré eternamente las misericordias del Señor» es el canto que una vez más ha resonado en la tumba del Apóstol Pedro, en esta hora importante de la historia de la Santa Iglesia de Cristo. Son las palabras del salmo 88, que han florecido en nuestros labios para adorar, agradecer y suplicar al Padre que está en los Cielos. «Las misericordias del Señor eternamente cantaré»: es el bello texto que nos ha introducido en la contemplación de Aquel que siempre vigila con amor sobre su Iglesia, sosteniéndola en su camino a través de los siglos y vivificándola con su Santo Espíritu.
También nosotros hoy, con tal actitud interior, queremos ofrecer con Cristo al Padre que está en los Cielos, agradecerle por la amorosa asistencia que siempre reserva a su Santa Iglesia, y en particular por el luminoso Pontificado que nos ha concedido con la vida y las obras del 265º Sucesor de Pedro, el amado y venerado Pontífice Benedicto XVI, al cual en este momento renovamos toda nuestra gratitud.
Al mismo tiempo queremos implorar del Señor que, a través de la solicitud pastoral de los Padres Cardenales, quiera pronto conceder otro Buen Pastor a su Santa Iglesia. Cierto, nos sostiene en esta hora la fe en la promesa de Cristo sobre el carácter indefectible de su Iglesia. Jesús en efecto dijo a Pedro: «Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (cfr. Mt 16, 18).
Hermanos míos, las lecturas de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar, nos pueden ayudar a comprender mejor la misión que Cristo ha confiado a Pedro y a sus Sucesores.
1. El mensaje del amor
La primera lectura nos ha vuelto a proponer un celebre oráculo mesiánico de la segunda parte del libro de Isaías, aquella parte llamada el Libro de la consolación (Isaías 40, 66). Es una profecía dirigida al pueblo de Israel destinado al exilio en Babilonia. Para ellos Dios anuncia el envío de un Mesías lleno de misericordia, un Mesías que podrá decir «el espíritu del Señor Dios está sobre mí… me ha enviado a traer el feliz anuncio a los pobres, para vendar los corazones rotos, a proclamar la libertad a los esclavos, la excarcelación de los prisioneros, a promulgar el año de misericordia del Señor» (Isaías 61, 1-3)
El cumplimiento de tal profecía se ha realizado plenamente en Jesús, venido al mundo para hacer presente el amor del Padre hacia los hombres. Es un amor que se hace particularmente notar en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza, con todas las fragilidades del hombre, sean físicas o morales. Es conocida al respecto la célebre encíclica del Papa Juan Pablo II Dives in misericordia, que añadía: «el modo en el cual se manifiesta el amor es a propósito denominado en el lenguaje bíblico misericordia». (Ibid. n. 3).
Esta misión de misericordia ha sido luego confiada por Cristo a los pastores de su Iglesia. Es una misión que compromete a cada sacerdote y obispo, pero compromete aún más al Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal. A Pedro, en efecto, Jesús dijo: «Simón de Juan ¿me amas tú más que estos? … Apacienta mis ovejas» (Juan 21,15). Es conocido el comentario de san Agustín a estas palabras de Jesús: «Sea por lo tanto tarea del amor apacentar la grey del Señor»; «sit amoris officium pascere dominucum gregem» (In Iohannis Evangelium, 123, 5; PL 35, 1967).
En realidad, es este amor que empuja a los Pastores de la Iglesia a desarrollar su misión de servicio a los hombres de cada tiempo, del servicio caritativo más inmediato hasta el servicio mas alto, aquel de ofrecer a los hombres la luz del Evangelio y la fuerza de la gracia. Así lo ha indicado Benedicto XVI en el Mensaje para la Cuaresma de este año (cfr. n. 3). Leemos en efecto en tal mensaje: «A veces se tiende en efecto a circunscribir el término caridad a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. Es importante, en cambio recordar que la máxima obra de caridad es precisamente la evangelización, o sea el servicio de la Palabra. No hay una acción más benéfica y por tanto caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la más alta e integral promoción de la persona humana. Como escribe el Siervo de Dios Papa Pablo VI en la Enciclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cfr. n. 16)».
2. El mensaje de la unidad
La segunda lectura sacada de la Carta a los Efesios, escrita por el Apóstol Pablo propiamente en esta ciudad de Roma durante su primer encarcelamiento (años 62-63 d. C.). Es una carta sublime en la cual Pablo presenta el misterio de Cristo y de la Iglesia. Mientras la primera parte es más doctrinal (cap. 1-3), la segunda, donde se introduce el texto que hemos escuchado, es de tono más pastoral (cap. 4-6). En esta parte, Pablo enseña las consecuencias prácticas de la doctrina presentada antes y empieza con una fuerte llamado a la unidad eclesial: «Os exhorto pues yo, el prisionero del Señor, a comportaros de manera digna de la vocación que han recibido, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándose recíprocamente con amor, tratando de conservar la unidad del espíritu a través del vínculo de la paz» (Ef. 4, 1-3).
San Pablo explica luego que en la unidad de la Iglesia existe una diversidad de dones, según la multiforme gracia de Cristo, pero esta diversidad está en función de la edificación del único cuerpo de Cristo: «Es él el que ha establecido a algunos como apóstoles, otros como profetas, otros como evangelistas, otros como pastores y maestros, para hacer idóneos a los hermanos para cumplir el ministerio, a fin de edificar el cuerpo de Cristo» (cfr. 4, 11-12).
Es propiamente por la unidad de su Cuerpo Místico que Cristo ha enviado luego su Santo Espíritu y al mismo tiempo ha establecido a sus Apóstoles, entre los cuales Pedro sobresale como el fundamento visible de la unidad de la Iglesia.
En nuestro texto san Pablo nos enseña que también todos nosotros tenemos que colaborar para edificar la unidad de la Iglesia, ya que para realizarla es necesaria «la colaboración de cada articulación, según la energía propia de cada miembro» (Ef 4, 16). Todos nosotros, pues, somos llamados a cooperar con el Sucesor de Pedro, fundamento visible de tal unidad eclesial.
3. La misión del Papa
Hermanos y hermanas en el Señor, el Evangelio de hoy nos reconduce a la última cena, cuando el Señor les dijo a sus Apóstoles: «Éste es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 12). El texto también conduce a la primera lectura del profeta a Isaías sobre el actuar del Mesías, para recordarnos que la actitud fundamental de los Pastores de la Iglesia es el amor. Es aquel amor que nos empuja a ofrecer la misma vida por los hermanos. Nos dice, en efecto, Jesús: «Nadie tiene un amor más grande que éste: dar la vida por los propios amigos» (Jn 15, 12).
La actitud fundamental de cada buen Pastor es pues dar la vida por sus ovejas (cfr. Jn 10, 15). Esto vale sobre todo para el Sucesor de Pedro, Pastor de la Iglesia universal. Porque cuanto más alto y más universal es el oficio pastoral, tanto más grande tiene que ser la caridad del Pastor. Por esto en el corazón de cada Sucesor de Pedro resuenan siempre las palabras que el Divino Maestro dirigió un día al humilde pescador de Galilea: «Diligis me plus his? Pasce agnos meos… pasce oves meas». «¿Me quieres más que éstos? Apacienta mis corderos… ¡Apacienta mis ovejas!» (cfr. Jn 21, 15-17).
En el surco de este servicio de amor hacia la Iglesia y hacia la humanidad entera, los últimos Pontífices también han sido artífices de muchas iniciativas benéficas hacia los pueblos y la comunidad internacional, promoviendo sin cesar la justicia y la paz. Rogamos para que el futuro Papa pueda continuar esta incesante obra a nivel mundial.
Del resto, este servicio de caridad es parte de la naturaleza íntima de la Iglesia. Lo ha recordado el Papa Benedicto XVI diciéndonos: «También el servicio de la caridad es una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y es expresión irrenunciable de su misma esencia» (Carta apostólica en forma de Motu proprio Intima Ecclesiae natura, el 11 de noviembre de 2012, proemio; cfr. Carta Encíclica Deus caritas est, n. 25).
Es una misión de caridad que es propia de la Iglesia, y de modo particular es propia de la Iglesia de Roma, que, según la bella expresión de san Ignacio de Antioquía, es la Iglesia que «preside en la caridad»; «praesidet caritati» (cfr. Ad Romanos, praef.; Lumen gentium, n. 13).
Mis hermanos, oremos para que el Señor nos conceda a un Pontífice que desarrolle con corazón generoso tan noble misión. Se lo pedimos por intercesión de María Santísima, Reina de los Apóstoles, y de todos los Mártires y los Santos que en el curso de los siglos han hecho gloriosa esta Iglesia de Roma. ¡Amén!