Las tres avemarías de Fidel Castro
El joven Fidel Castro estuvo muy unido al padre Llorente, a quien terminaría expulsando de Cuba. La historia se completa en el piso de una anciana señora en Madrid
Los padres de Fidel Castro llevaron a su hijo al colegio de Belén, en La Habana, regentado por los mismos jesuitas a los que Fidel obligó a exiliarse en Miami cuando llegó al poder. Uno de sus profesores fue el padre Amando Llorente –hermano de Segundo Llorente, el conocido jesuita misionero en Alaska–, quien tuvo siempre un gran recuerdo del Fidel de aquellos años: «En la graduación del curso de Fidel Castro, la gente le dio un aplauso de diez minutos cuando escuchó su nombre, porque se graduaba un atleta, un gran jugador de baloncesto y de béisbol y un estudiante brillante».
El padre Amando recordaba especialmente una excursión con un grupo de alumnos en la que tuvieron que vadear el río Taco Taco: «Aquel río se había desbordado y se había convertido en una cascada tremenda. Entonces propuse a Fidel cruzar el río con una soga entre los dientes, porque nadaba muy bien. Llegó al otro lado con la soga y la amarró a un árbol, y así pudieron cruzar los otros 30 muchachos. Yo me quedé el último y quise desatar la soga para llevárnosla otra vez, pero el río me arrastró y me fui aguas abajo. Entonces Fidel se lanzó al agua para salvarme; nadamos juntos unos 300 metros, hasta que al final conseguimos salir del río. Entonces Fidel me dijo: Padre, esto ha sido un milagro. Vamos a rezar tres avemarías a la Virgen. Y abrazados y empapados de agua, le rezamos esas tres avemarías a la Virgen María».
El deseo de absolver a su alumno
«Yo siempre he hablado bien del Fidel que yo conocí, porque me salvó la vida y esas cosas no se olvidan», decía el padre Llorente. Quizá por ese cariño, en 1958, disfrazado de ganadero, se adentró en Sierra Maestra, donde Fidel se escondía del régimen de Batista. «Él me confesó que había perdido la fe, y yo le respondí: Fidel, una cosa es perder la fe y otra la dignidad», recordaba el padre Llorente.
Más recientemente, en una entrevista a EFE, el jesuita reconocía que «si en algún momento de lucidez Fidel me llama para encontrarme con él, iría inmediatamente para confesarle».
«Y lo primero que haríamos –imaginaba el padre Llorente– sería darnos un abrazo tremendo, y reírnos recordando las aventuras que tuvimos juntos. Y luego le diría: Fidel, ha llegado el momento de la verdad». Pues para su viejo profesor, Fidel «debería arrepentirse de todo el mal que ha hecho». Y reconocía que su mayor deseo era poder absolver a su exalumno, porque «quiero salvar esa veta buena de Fidel que está sepultada».
Eso ya no podrá ser, porque el padre Amando Llorente falleció en el año 2010. Hacia el final de sus días, reconocía: «Cada vez encuentro más belleza en poner la fe al servicio de la vida, en momentos en que todo el mundo tiene hambre de espiritualidad. ¿Quién puede cansarse de vender un producto que sirve, que remedia, que llena?».
Fidel Castro lo probó, aunque solo fuera por algunos pocos años, gracias sobre todo al padre Llorente. Y esa veta buena sigue ahí…