Julián Ríos (Comillas): «Después de la justicia restaurativa, uno ya no es el mismo»
El profesor de la Universidad Pontifica Comillas ha abordado los beneficios de esta herramienta en el País Vasco durante el congreso sobre Reconciliación Ignaciana de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas (IAJU)
Durante estos días tiene lugar en la Universidad Pontificia Comillas la primera Conferencia Internacional de la Asociación Internacional de Universidades Jesuitas (IAJU) sobre Reconciliación Ignaciana. En ella se presentan más de 50 experiencias de reconciliación, entre las que se encuentran diversas iniciativas de justicia restaurativa. El profesor de Derecho Penal en la Universidad Pontificia Comillas y experto en justicia restaurativa Julián Carlos Ríos Martín aborda este miércoles los beneficios de esta herramienta en el escenario del País Vasco tras la declaración de ETA de abandonar la violencia terrorista.
¿Qué es la justicia restaurativa y qué objetivos persigue?
Por un lado, la justicia restaurativa busca el interés legítimo de las víctimas por hacerse oír con más fuerza en relación con la respuesta a su victimización, por comunicarse con el ofensor y por conseguir la reparación y satisfacción en el contexto del proceso de justicia. Por otro, apuesta por la importancia de suscitar el sentido de la responsabilidad entre los ofensores y brindarles oportunidades de reparar el daño causado, lo que podría favorecer su reinserción, permitir el desagravio y fomentar el desistimiento de cometer nuevas conductas dañinas.
¿Es una herramienta realmente eficaz?
En este congreso tratamos experiencias de perdón desde los encuentros restaurativos en temas de violencia grave y terrorista. Constituyen un proceso de comunicación entre personas vinculadas por la actividad terrorista: quien cometió delitos y quien los sufrió. En nuestra experiencia, se incluyen hechos gravísimos como asesinatos y secuestros. Como todo lo que depende de la justicia restaurativa, estos encuentros descansan sobre la responsabilidad y la autonomía de cada una de las personas participantes.
¿Cómo se realizan?
Los instrumentos principales son la palabra y el diálogo. Para que sean eficaces se reclaman unas buenas dosis de honestidad, empatía y de respeto por el otro. En muchos casos aparecen la compasión y la humanidad. Quien acepta iniciar un proceso restaurativo que puede culminar en el encuentro con una víctima –algo que no es desde luego imprescindible– expresa una intuición: la necesidad de iniciar un viaje personal hacia la pacificación interior. Ello exige asumir el riesgo de enfrentarse a la inquietante pregunta de los porqués, escuchar las consecuencias de su crimen en la viva voz de su víctima, relatar toda la verdad que esta requiera y, sobre todo, abrirse al cambio que supone reinterpretar la realidad desde una clave prepolítica, lisa y llanamente humana y moral.
Me imagino que será un proceso de cambio interior nada fácil…
Es un proceso de transformación que se origina en la toma de conocimiento y comprensión de la realidad desde una perspectiva diferente a la mantenida encastilladamente durante años. Esta intelección profunda transforma: uno ya no es el mismo, no puede volver a ser el mismo. Aparecerá mayor valentía, más conexión íntima con lo más esencial y profundo de uno. Se abre la autoconciencia y se da paso a una nueva forma de ser y de contemplar la realidad.
¿Qué condiciones son necesarias para este diálogo?
Para que se puedan iniciar los encuentros se requiere el cese definitivo e incondicional de la violencia interpersonal. También la garantía prestada a la víctima de que la violencia no se volverá a repetir, que la administración de justicia continuará haciendo su trabajo, que se buscará la verdad respecto de la violencia sufrida y que, en todo caso, además de ser un itinerario restaurativo individualizado y personalizado, habrá de ser un proceso sincero y absolutamente honesto, sin finalidades latentes diferentes.
¿Todo esto vale también para los delitos de terrorismo?
Sí, en este marco se encuadran los encuentros restaurativos interpersonales entre quienes cometieron delitos de terrorismo y las víctimas de los mismos. Lo pequeño, aparentemente insignificante, además de ser necesario, es de una gran importancia para el cambio social. Digo lo pequeño, porque en este trabajo no nos centramos en la gestión política del futuro, necesaria, imprescindible, plagada de intereses; tampoco en la situación jurídica o judicial, imprescindible si se quiere alcanzar la justicia, reconociendo formal y públicamente el crimen y etiquetando jurídica y socialmente a cada partícipe. De hecho, en todos los casos, nuestra propuesta comienza cuando ya existe una declaración judicial formal (una sentencia), una categorización de cada partícipe (asesino y víctima) y una condena a pena de prisión que se esté cumpliendo o haya sido cumplida en gran parte.
En este nivel en que nos situamos, la experiencia va despojando de etiquetas: se trata de personas que tratan de restañar sus heridas, restablecer su humanidad y, de su mano, las relaciones sociales. Las únicas categorías que concurren son la de quien reconoce el daño causado y la de quien reconoce haberse sentido destruido o anulado por el crimen durante algún tiempo desde que él o su familiar sufrió el delito. Esta intervención es independiente de lo acontecido o pendiente de acontecer en el plano judicial y en el político. El objetivo final es que las personas, unas y otras, sean capaces de no quedar lastradas por el pasado, sanen sus heridas y se abran al futuro como un tiempo en el que lo mejor está siempre por venir.
La reconciliación es un tema clave dentro de la espiritualidad del fundador de los jesuitas porque «la llamada a reconciliar, a reconciliarse y a ser instrumento de reconciliación la comenzó a sentir intensamente Ignacio de Loyola hace 500 años», afirma Julio Martínez, rector de Comillas, encargado de inaugurar las jornadas de la IAJU este lunes.
Al comienzo de la aventura que emprendieron el fundador de los jesuitas y sus primeros compañeros, «san Ignacio expresó la llamada a “reconciliar desavenidos”». Hoy esta vocación «la actualizamos como misión de “establecer relaciones justas con Dios, con el prójimo y con la creación” y “construir puentes en medio de las divisiones de un mundo fragmentado”», señala Martínez, para quien el fundamento teológico de esta clave «lo condensan aquellas estremecedoras palabras del apóstol Pablo: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo y nos encargó a nosotros el mensaje de la reconciliación”». El rector de Comillas cita asimismo al Papa Francisco cuando señala que «cada vez que las personas y las comunidades aprendemos a apuntar más alto de nosotros mismos y de nuestros intereses particulares, la comprensión y el compromiso mutuo se transforman en un ámbito donde los conflictos, las tensiones e incluso los que se podrían haber considerado opuestos en el pasado, pueden alcanzar una unidad multiforme que engendra nueva vida».
Durante los tres días de duración del congreso se habrán presentado más de 50 experiencias de reconciliación «a cuál más interesante», señala José Carlos Romero, profesor de Comillas y coordinador del evento. «Si tuviera que destacar algo, es la enorme variedad, tanto geográfica (tenemos ponencias de los cinco continentes) como temática (teología, psicología, relaciones internacionales, ciencias políticas, filosofía, entre otras), de dichas experiencias», añade, al mismo tiempo que resalta la sesión final de este miércoles, en la que el profesor Jacques Haers ofrecerá un resumen con las principales llamadas a la reconciliación presentadas en el congreso.
La clausura ha corrido a cargo de Joseph Christie, SJ, próximo secretario para la Educación Superior de la Compañía de Jesús, que ha reconocido que el trabajo realizado «pone en el centro de la misión de reconciliación la raíz espiritual ignaciana del discernimiento en común». Christie ha invitado, además, a los participantes a seguir trabajando en una red de reconciliación que se acaba de poner en marcha para responder a los retos que se han planteado en este evento.