«Aquí florecen las cosas más bonitas»
Chen tiene 20 años y vive en Camboya. El año pasado estaba cortando caña en un monte cerca de su casa cuando pisó una mina antipersona y perdió las dos piernas. Su juventud se vio truncada, al parecer, sin posibilidades ya de salir adelante. Sin embargo, este acontecimiento le llevó a vivir a la Casa Arrupe, un hogar de acogida para personas afectadas por las minas, que lleva el misionero jesuita Enrique Figaredo, obispo de la provincia de Battamban.
Casos como el de Chen existen desde la guerra civil que tuvo lugar en el país hace 40 años cuando se plantaron cientos de minas antipersonas en la lucha de los guerrilleros comunistas Jemeres Rojos contra el gobierno del Presidente de la República Jemer. Ahora, «son niños y campesinos, mujeres en muchas ocasiones que van por senderos que normalmente no se camina, a cortar leña, o a cazar, lugares remotos donde había estado la guerrilla, los que sufren estas minas», cuenta Figaredo, más conocido como Kike.
También el año pasado un niño «que ahora tendrá 11 años», jugaba cerca de su casa cuando pisó una mina y perdió una pierna.
«Los llevamos a nuestro hogar donde se sienten como en casa porque hay otros niños como ellos», cuenta el misionero en su visita a Manos Unidad en Madrid. A partir de ahí, comienza un proceso de «reconstrucción personal» donde el discapacitado se da cuenta de su nueva situación. El contexto sanador en el que se encuentra juega un papel fundamental para su recuperación. Desde la Casa Arrupe, facilitan a los chavales la educación. «Hacen deporte y estudian en el colegio del lugar», explica Kike, porque de lo que se trata es de integrarlos en la vida normal.
Manos Unidas colabora desde hace años en la promoción de las personas discapacitadas o en riesgo de exclusión laboral. Así, la organización se puso manos a la obra para crear un centro de formación y producción textil que dará empleo a 200 personas después de pasar por un proceso de formación remunerada.
Señor, ¿por qué permites esto?
Kike Figaredo lleva 30 años de misionero en Camboya. Llegó cuando los estragos de la guerra estaban todavía muy presentes. Como cualquier persona, la duda que surge es preguntarse por qué Dios permite tanto sufrimiento. Kike se lo preguntaba pero vio en los discapacitados «el rostro de Dios diciéndome: estoy aquí, quiéreme, cuídame, acompáñame».
La religión budista, mayoritaria en le país, achaca los accidentes o sufrimientos a una mala acción cometida en el pasado o en otra vida (creen en la reencarnación). Es por esto que los niños, jóvenes o adultos que han resultado mutilados por una mina creen que ha sido el Karma, «el destino negativo por las malas acciones», pero «cuando les dices que no, que no es un castigo de Dios sino que están más cerca de Dios que nadie, esta tragedia se torna en una oportunidad», ya que, la mayoría de ellos no tendrían acceso a una educación y un oficio si no hubieran llegado a la casa del misionero. «Son los renglones torcidos de Dios, parece que las cosas van mal dadas pero aquí florecen las cosas más bonitas».
Para ellos, que el obispo del lugar les acoja en su casa, les devuelve, de alguna forma, la dignidad, «nuestras eucaristías y celebraciones de la comunidad católica son muy sanadoras», cuenta el obispo. «Cuando estos chicos y chicas, que tienen accidentes, son acogidos en la comunidad, se sienten personas y no despojos».
El hogar de los jóvenes
Durante la guerra civil, se acabó con el cristianismo por lo que ahora los católicos son una minoría. Sin embargo, Kike cuenta como los jóvenes se acercan iglesia «porque encuentran un espacio de hogar para crecer. Les llama la atención la fe y estudian y muchos se dejan interpelar por el Señor y quieren ser cristianos». Así, al año hay entre 400 y 500 bautizados más. Es de agradecer, asegura el misionero, la tolerancia de los budistas. «Ellos quieren aprender y yo quiero compartir, tenemos varios momentos de encuentro, porque los patriarcas son muy abiertos y ven en nosotros una fuente de inspiración», cuenta Figaredo que además imparte clases sobre cristianismo a los monjes budistas.
Además, también surgen vocaciones para sacerdote ya que «tenemos un seminario que sirve a todo Camboya con 8 seminaristas», cuenta monseñor Figaredo. Pero aún así, hacen falta manos para ayudar. «En la prefectura de Battambang tenemos 3 misioneros camboyanos, el resto son extranjero, 14 en total para 28 parroquias», dice el misionero, «hacen falta vocaciones».