Antonio Javier Aranda: «Me parece bien la jornada de 32 horas semanales»
Ante el 1 de mayo, el nuevo director de Pastoral del Trabajo de la CEE afirma que el mundo laboral «es un lugar privilegiado para encontrarse con Dios»
Nació en Tetuán porque sus abuelos tuvieron que emigrar en busca de trabajo. ¿Le marcó esta experiencia?
Lo que más me ha marcado es proceder de una familia trabajadora; esto me ha hecho valorar especialmente el trabajo y a las personas trabajadoras. La migración ha sido el resultado de la falta de trabajo y, por lo tanto, de buscar los medios suficientes para poder construir un proyecto familiar. Por ello mis abuelos migraron a Marruecos, y mis padres se vieron en la necesidad de volver a España.
Siempre ha estado vinculado al mundo del trabajo. Incluso como delegado de Personal en el Ayuntamiento de Elche. ¿Qué me puede contar de este compromiso?
He sido miembro de la Junta de Personal durante muchos años y esto me ha llevado a comprometerme sindicalmente y asumir responsabilidades en Comisiones Obreras. Siempre he visto el trabajo como un lugar donde vivir mi compromiso cristiano. En la actualidad, soy delegado de Prevención y desde ahí sigo intentando ser fiel a Jesucristo.
Es el primer laico en dirigir el Departamento de Pastoral del Trabajo de la Conferencia Episcopal.
La Iglesia camina hacia una mayor sinodalidad y en ese caminar está el que los laicos vayamos asumiendo nuestra responsabilidad. Ser el primero da algo de vértigo, y esto se suma a las dificultades propias de dinamizar y coordinar la pastoral obrera y del trabajo. El mundo laboral es un lugar privilegiado para encontrarse con Dios.
¿Hay prejuicios dentro de la Iglesia hacia este campo?
Hay un gran desconocimiento como creyentes de la necesidad de desarrollar la dimensión social y política de la fe en este ámbito. No es solo problema de la Pastoral del Trabajo, sino que es una situación con la que se encuentra cualquier pastoral que intente desarrollar la promoción humana.
¿Conocen los católicos la doctrina social de la Iglesia?
Hay mucho desconocimiento. Y si hablamos de su aplicación práctica a la vida y a la pastoral, aún más.
¿Qué diagnóstico hace hoy?
No son buenos tiempos para el mundo del trabajo. El Papa Francisco es muy expresivo cuando nos dice que «esta economía mata», y también cuando nos habla del descarte y de las situaciones en las que se niega la dignidad a las personas trabajadoras. Hoy, en nuestro país, eso se traduce en los altos porcentajes de desempleo, en la precariedad laboral, en la realidad de los trabajadores pobres, en los índices de pérdida de la salud y de siniestralidad que se vive en el mundo del trabajo, en el desequilibrio que existe en la negociación colectiva y el diálogo social, en cómo la economía está por encima de las personas, etcétera.
¿Cuál debe ser el papel de la Iglesia?
Acompañar estas realidades. Nos toca vivir la parábola del buen samaritano en el mundo obrero y del trabajo. Tenemos que saber cómo traducir «la opción preferente por los pobres» en este contexto y tomar partido. El fin es velar por el bien común y posibilitar una sociedad de hermanos. Pero para ser buen samaritano, debemos acercarnos a la realidad que viven los trabajadores empobrecidos, los que sufren la precariedad; debemos conocerla y ver qué podemos hacer, qué necesitan de nosotros. Tenemos que recuperar la confianza de amplios sectores del mundo del trabajo que nos sienten lejanos, que no esperan nada de nosotros, que no han descubierto en la fe una respuesta liberadora.
¿Qué le parece la propuesta de la jornada de 32 horas semanales?
Me parece bien y hay que comprometerse con esta propuesta, pero no es nuevo. En los años 80, organizaciones católicas lanzaron una campaña con el lema Trabajar menos para trabajar todos. Pero junto a esta propuesta hay que impulsar otras como las rentas de ciudadanía, el combate del consumismo o la apuesta por otro tipo de industria y de motor económico.
¿Qué esperanzas percibe?
Cuesta descubrir signos en este sentido, pero los hay. Por ejemplo, el compromiso de personas en organizaciones políticas y sindicales o propuestas como las de las 32 horas. También hay avances en conciliación, las rentas de inclusión, la economía de comunión… Muchos católicos formamos parte de esto y se nos valora individualmente, pero tenemos que conseguir que esa valoración sea colectiva y se vea en la Iglesia esperanza para el mundo obrero.