Única hermana de la Consolación filipina: «Allí no tenemos colegios. No somos suficientes»
Jennylyn Magtaka celebra la Jornada de Vocaciones Nativas en España. Considera «una bendición» estar en el país de origen de su congregación
Era medianoche del 5 de junio de 2010. Jennylyn Magtaka, una joven de 21 años, había ido a una feria vocacional organizada por su diócesis, en Filipinas. Mientras recorría el recinto, una religiosa le dio el último folleto de los que llevaba. Lo que ponía en él le llamó la atención: «Sé consuelo». Y un número de móvil. La invitación venía de las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación. En ese momento no las conocía, ni podía saber que unos años después serían su familia. Ni que sería su primera hermana filipina.
Aunque el carisma de su congregación es la educación, las dos comunidades que se han fundado hasta ahora en Filipinas aún no han conseguido poner en marcha ningún colegio. «Solo tenemos una guardería», explica. «No podemos expandirnos más porque no somos suficientes». De momento, se contentan con un programa de nutrición, y con ofrecer formación para jóvenes y familias.
Se encargan además de la pastoral en dos colegios privados, y ofrecen becas a niños y jóvenes hasta que acaban la educación secundaria. En su país, explica, muchas familias no pueden permitirse escolarizar a sus hijos. «Y bastantes colegios públicos no dan una buena educación», a la que «todos los niños tienen derecho». Magtaka está al frente de la promoción vocacional. Pero no le preocupa solo, matiza, conseguir que haya más hermanas de Filipinas. También «acompañar a tantas jóvenes que lo necesitan».
Cuatro años de lucha
Cuando recibió aquel intrigante papel en la feria vocacional, Jennylyn era una joven muy implicada en las distintas actividades juveniles y de formación de su parroquia. En ellas y a través del contacto con las religiosas de los Sagrados Corazones de Jesús y María, había comenzado a sentir que Dios la llamaba a la vida religiosa. «Intenté ignorarlo, porque me daba miedo. Y como soy la hija mayor, también tenía obligaciones hacia mis padres».
Por otro lado, «ni siquiera sabía exactamente lo que significaba esa palabra, “consolación”», reconoce. «Hasta que la sentí cuando empecé a pasar fines de semana y vacaciones en la casa de las hermanas haciendo voluntariado con los niños». También le impactó cómo hacían realidad una frase de la española santa María Rosa Molas, su fundadora: «Solo deseo que se sirva a los pobres y se alabe a Dios, nada para nosotras». Viendo cómo trabajaban a cambio de nada y haciendo que Jesús fuera conocido, «descubrí que yo quería hacer lo mismo».
Le costó cuatro años dar el paso final. Pero en 2014 «me di cuenta de que Dios me estaba llamando y que ya no podía esperar más. Su amor por mí era muy fuerte y quería compartirlo con los demás». Fue entonces cuando decidió unirse a la Consolación. Y, con el tiempo, fue descubriendo que «cuanto más doy sin reservarme nada para mí, más encuentro la felicidad y el consuelo de Dios».
«Solo miraba en mi interior»
Magtaka comparte su testimonio con Alfa y Omega a través de OMP, con motivo de la Jornada de Vocaciones Nativas que se celebra este domingo. El lema, compartido con el de la Jornada de Oración por las Vocaciones, es Y yo, ¿para quién soy? Una pregunta clave para la consagrada filipina. Durante el discernimiento, «pasé mucho tiempo buscando mi vocación, pero solo mirando en mi interior y preguntándome quién era yo».
La perspectiva cambió cuando «Dios se me reveló y a través de muchas experiencias descubrí que soy para los demás, que mi vida es un regalo y que quería compartirlo» dejando a Dios «usar mis manos, mis pies y todo mi ser». Todavía hoy, después de seis años de vida religiosa, «me sigo preguntando para quién soy en cada momento».
«Una bendición» estar en España
Desde noviembre, la respuesta a esa pregunta apunta a los niños y jóvenes del colegio de la Consolación en el que está en España. En él se está formando, conociendo la vida de la congregación en nuestro país y ayudando en las clases, el comedor y la pastoral. Al mismo tiempo, sigue participando virtualmente en un curso sobre pastoral familiar que había empezado en Filipinas. Salir por primera vez de su tierra no ha sido fácil. Además de la diferencia de idioma y de cultura, aquí se contagió del coronavirus. «Me sirvió para estar unida a la gente que sufre. Me sentí uno de ellos, y vi que Dios quería que lo pasara para poder consolarles». Y añade: «Ahora aprecio más a quienes ayudan a pesar de todo».
El balance de su estancia es muy positivo. La religiosa aprecia el cariño de tantas personas que «me han hecho sentir en casa». Le parece «una bendición» estar en el país donde nació santa María Rosa Molas, fundadora de su congregación. Una figura con las que tiene una relación especial. «Muchas veces», confiesa, en Filipinas «cogía la mano de la escultura que teníamos en la capilla, sobre todo cuando tenía miedo o tenía que hacer algo importante, y la sentía muy cerca». Aquí, «me da la sensación de que está en todas partes».
Además, el estar en España da un significado más rico al V centenario de la llegada del cristianismo a su país, que comenzó a celebrarse el 4 de abril. Esta efeméride «me recuerda el regalo de la fe que recibimos, y que realmente es un don porque se insertó en nuestra cultura y en nuestro ser como filipinos». Vivirlo desde el país de donde partieron esos misioneros la mueve a «querer dar gratis lo que he recibido, en cualquier cosa que tenga que hacer aquí. Estoy muy agradecida al pueblo español, porque son parte de nuestra historia». Con lo menos bueno de la colonización, y con lo mejor: «una fe profunda y viva».