El Papa: «No permanezcamos indiferentes» ante el sufrimiento de los demás
El Papa ha celebrado el Domingo de la Divina Misericordia en la Iglesia del Santo Espíritu de Sassia, en Roma, junto a un grupo de refugiados, sanitarios, presos y enfermos
Como ya hizo el año pasado, el Papa Francisco ha celebrado el Domingo de la Divina Misericordia fuera del Vaticano, en la Iglesia del Santo Espíritu de Sassia, en Roma, y lo ha hecho junto a un grupo de refugiados, sanitarios, presos y algunos de los misioneros de la misericordia. Su principal mensaje ha sido el de no permanecer indiferentes ante el sufrimiento de los demás.
La celebración de esta fiesta tiene su origen en las revelaciones privadas de Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca que recibió mensajes de Jesús sobre su Divina Misericordia en el pueblo de Plock, Polonia.
En su homilía, el Pontífice puso de ejemplo a los apóstoles, que una vez que reciben la misericordia de Dios tras la Resurrección, se vuelven misericordiosos. «Son misericordiados por medio de tres dones: primero Jesús les ofrece la paz, después el Espíritu, y finalmente las llagas».
Sobre el primer don, el Santo Padre ha resaltado que los discípulos «se habían encerrado en casa por temor» a «correr la misma suerte del Maestro». Pero entonces Jesús se aparece en medio de ellos y «les repite dos veces: “¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros”». Aquellos discípulos desalentados, ha subrayado el Papa, «son reconciliados consigo mismos. La paz de Jesús los hace pasar del remordimiento a la misión». No los condena, no los humilla, sino que cree en ellos. «Para Dios ninguno es un incompetente, ninguno es inútil, ninguno está excluido».
Todos necesitamos la Confesión
El segundo don es el Espíritu Santo, que «lo otorga para la remisión de los pecados», ha explicado Francisco. Igual que los discípulos, que «habían huido abandonando al Maestro», nosotros «necesitamos dejarnos perdonar».
En este sentido, ha reivindicado el sacramento del perdón, pero ha explicado que «en el centro de la Confesión no estamos nosotros con nuestros pecados, sino Dios con su misericordia». Por eso, «el camino de los sacerdotes que reciben las confesiones de la gente» es «hacerles sentir la dulzura de la misericordia de Jesús que perdona todo. Dios perdona todo».
Por último, el Pontífice ha recordado que «no nos confesamos para hundirnos, sino para dejarnos levantar. Lo necesitamos mucho, todos. Lo necesitamos, así como los niños pequeños, todas las veces que caen, necesitan que el papá los vuelva a levantar».
Comienzo del camino cristiano
El último don «con el que Jesús misericordia a los discípulos es ofrecerles sus llagas». Estas «son canales abiertos entre Él y nosotros, que derraman misericordia sobre nuestras miserias» y nuestro sufrimiento. «Las llagas son los caminos que Dios ha abierto completamente para que entremos en su ternura y experimentemos quién es Él, y no dudemos más de su misericordia, ha asegurado Bergoglio.
En este punto es donde, precisamente, «comienza el camino cristiano», para el que es imprescindible apoyarse en la misericordia y no «en nuestras capacidades», porque si no, «no remos lejos. Solo si acogemos el amor de Dios podremos dar algo nuevo al mundo».
Se volvieron misericordiosos
Paz, Espíritu y llamas, así «misericordiados, los discípulos se volvieron misericordiosos». Y, entonces, dice el Evangelio, «“nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común”. No es comunismo, es cristianismo en estado puro».
Pero ¿cómo cambiaron tanto?, se ha preguntado el Papa. «Vieron en los demás la misma misericordia que había transformado sus vidas». «Sus temores se habían desvanecido tocando las llagas del Señor, ahora no tienen miedo de curar las llagas de los necesitados. Porque allí ven a Jesús. Porque allí está Jesús, en las llagas de los necesitados».
¿Me inclino ante las heridas de los demás?
Francisco ha concluido con otra pregunta: «¿quieres una prueba de que Dios ha tocado tu vida? Comprueba si te inclinas ante las heridas de los demás. Hoy es el día para preguntarnos: “Yo, que tantas veces recibí la paz de Dios, que tantas veces recibí su perdón y su misericordia, ¿soy misericordioso con los demás? Yo, que tantas veces me he alimentado con el Cuerpo de Jesús, ¿qué hago para dar de comer al pobre?”».
«No permanezcamos indiferentes. No vivamos una fe a medias, que recibe pero no da, que acoge el don pero no se hace don. Hemos sido misericordiados, seamos misericordiosos. Porque si el amor termina en nosotros mismos, la fe se seca en un intimismo estéril. Sin los otros se vuelve desencarnada. Sin las obras de misericordia muere», ha concluido.
Regina caeli
Una vez terminada la Misa, el Pontífice ha rezado el Regina caeli. Tras la oración mariana, se ha dirigido a los presos, los sanitarios, los huérfanos, migrantes, los enfermos presentes y les ha dicho que cada uno de ellos «representa algunas de las realidades en las que la misericordia se hace concreta, se convierte en cercanía, servicio, atención a las personas en dificultad».
«Espero que se sientan siempre misericordiados para ser, a su vez, misericordiosos. Que la Virgen María, Madre de la Misericordia, obtenga esta gracia a todos nosotros», concluyó el Papa.