Bernardito Auza: «La Iglesia unificó a los pueblos dispersos en 7.000 islas»
«Los viajes de Magallanes y de los otros navegadores, a través de los siglos, generaron nuevas identidades y culturas», afirma el nuncio en España, de origen filipino
Personalmente, ¿qué supone para usted realizar su ministerio como nuncio en España, el país del que el suyo recibió como principal herencia la fe cristiana?
Para mí es pura Divina Providencia, porque todo lo que vivo y hago pasa por la fe que mis antepasados, mis padres y yo recibimos gracias al encuentro –providencial, podríamos decir también– de dos mundos: los pueblos que habitaban las islas que después se llamarían Filipinas (en honor a Felipe II), y la expedición multinacional de Fernando de Magallanes en 1521 y, sobre todo, la de Miguel López de Legazpi y el fraile agustino Andrés de Urdaneta, que en 1565 llegaron a mi isla de Bohol.
Efectivamente, la fe cristiana es la herencia más grande, más profunda y más duradera de los más de tres siglos de presencia española en las Filipinas. Estamos profundamente agradecidos a los misioneros que nos anunciaron el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo a través de siglos. Por eso, es para mí un enorme honor y una benevolencia divina ser nuncio apostólico en España en este tiempo. Filipinas es un poco de España en Asia. Y yo, siendo filipino, espero ser también una pequeña Asia en España hoy; si bien me siento muy universal siendo católico. Ahora que en España hay un filipino como legado del Romano Pontífice, puede decirse que como en el caso de Magallanes y Elcano, ¡la fe también ha dado la vuelta al mundo!
Filipinas es el único país asiático de mayoría cristiana, a pesar de que otros tuvieron presencia europea. ¿A qué cree que se debe?
Pienso que muchos factores hicieron posible la implantación rápida, profunda y no sangrienta (¡tampoco hubo ni un martirio!) de la fe cristiana en Filipinas. Esta no se produjo en otros lugares con presencia de países europeos, como la del Reino Unido en la India cerca de 250 años, con la excepción del pequeño joven Estado de Timor Oriental.
Antonio Pigafetta, en su célebre crónica sobre la increíble circunnavegación de Magallanes y Elcano, me da las claves para explicar esto. Me gustaría subrayar, sobre todo, la calidísima y generosísima bienvenida que los pueblos de las primeras islas les brindaron, especialmente en Limasawa. Allí, muy cerca de donde nací yo, se celebró la primera Misa en tierra filipina de la que tenemos certeza histórica, el 31 de marzo de 1521. Basta leer la crónica sobre la breve pero histórica (si no determinante) estancia de Magallanes y sus hombres en Limawasa, para hacerse idea de la amigable actitud y de la generosa acogida dispensada por el jefe y por el pueblo. A Magallanes y todos les impresionó tan positivamente su piadosa adoración ante la Santa Eucaristía, que creo que la pronta acogida de la fe por parte de los nativos se convirtió en un tipo de leyenda que animó y empujó la llegada de numerosos misioneros.
Además, creo también que los habitantes isleños ya tenían creencias que los dispusieron a recibir la fe cristiana. Cuando pienso en esto, me viene a la mente lo que el Papa Francisco nos recuerda: que en la obra de evangelización el Espíritu Santo siempre nos precede. Es el protagonista. Por eso el Santo Padre nos exhorta a rezar para que su soplo suscite una nueva primavera misionera.
¿Qué significa esta herencia para la sociedad filipina hoy?
El pueblo filipino practica su fe sin complejos. La confiesa públicamente y la manifiesta a través de una vivaz religiosidad popular, a la vez extrema y espectacular. Durante la Semana Santa podemos ver algunas manifestaciones, como los escenarios de crucifixiones de penitentes con efusión real de su sangre. Aproximadamente el 85 % de la población filipina es católica, más o menos 93,5 millones de fieles. Eso es más del doble de la población española. Es la tercera iglesia local más grande del mundo detrás de la brasileña y la mexicana. La Iglesia posee muchas instituciones, universidades y hospitales. En 1611, en Manila, fue fundada la universidad más antigua de Asia, que continúa hoy existiendo: la Real, Pontificia, Católica y Eclesiástica Universidad de Santo Tomás, de la cual soy orgulloso exalumno.
Pero, como en casi todo el mundo, la sociedad filipina también experimenta la secularización. Por eso, los obispos han decidido preparar a la Iglesia para celebrar el V Centenario de la evangelización en las Filipinas a través de un programa formativo de nueve años bajo el lema Gifted to give, inspirado en el Evangelio de san Mateo: «Gratis habéis recibido, dad gratis». Tiene el doble objetivo de renovar su fe y compartirla con los demás.
¿Cuál debe ser su aportación a la evangelización en Asia?
La Iglesia filipina posee una conciencia colectiva de primera línea sobre su papel en ella. En el vasto continente asiático vive el 60 % de la población mundial, seis veces más que en Europa. Pero el porcentaje de católicos es de poco más del 3 %. Asia es la cuna de algunas de las civilizaciones y de las religiones más antiguas y enraizadas del mundo. En tal contexto, hay que promover la evangelización con mucho respeto, con mucho cuidado de evitar el proselitismo y con mucho coraje en proponer la alegría del Evangelio a través del testimonio de fe vivida en la caridad y esperanza cristianas. Pienso que la evangelización en Asia pasa sobre todo por el diálogo intercultural e interreligioso. Siendo pueblos asiáticos y siendo una Iglesia muy grande con vocaciones generosas, los católicos filipinos tienen su papel único.
Ahora los misioneros más numerosos son los trabajadores filipinos en todo el mundo. El 14 marzo, en la Misa en conmemoración de este V Centenario, el Santo Padre nos recordaba que hemos recibido la alegría del Evangelio. Y reiteraba también que los filipinos son «traficantes de fe». En Roma, decía, las mujeres filipinas donde van a trabajar también siembran la fe. Y no es diferente en España o en otras partes del mundo, incluso en los rincones más peligrosos para la práctica de la fe. ¡Es, decía el Santo Padre, una dichosa enfermedad! Y nos exhortaba a no detener la obra de evangelización, porque el anuncio cristiano que hemos recibido, debe llevarse siempre a los demás.
¿Qué fruto le gustaría que estas celebraciones tuvieran en la relación entre Filipinas y España?
Es un hecho que los lazos entre Filipinas y España no están tan desarrollados como con América Latina. La enorme distancia física entre los dos países es obviamente una de las razones por la que la presencia de población española fue mucho menor. Más significativamente, los filipinos jamás han utilizado el español como idioma vehicular. Hay más de 80 dialectos en las islas, que coexisten perfectamente con la lengua nacional, junto con la ubicua lengua inglesa y con otros idiomas. Esta multiplicidad de idiomas es una gran riqueza. Los misioneros aprendieron estos dialectos. Ya en 1590 en Manila, los dominicos publicaron el manual catequético Doctrina cristiana en chino, y en 1593 en tagalo.
No obstante las escasas relaciones después de la salida de España de las Filipinas en 1898, allí permanece, como decía antes, un poco de España gracias casi únicamente a su fe católica y a sus tradiciones religiosas. En el mundo de hoy, en el que las distancias físicas cuentan poco, creo que el V Centenario es una buena y feliz ocasión para promover y enriquecer los lazos, con más intencionalidad y voluntad política. Creo que nuestro querido embajador en las Filipinas, Jorge Moragas, está haciendo bien en este sentido. Cuando yo era estudiante universitario en Manila, de 1977 a 1986, cada año había una competición de canciones españolas organizada por el Círculo Español. Participaban muchas universidades, como la de Santo Tomás, ¡y en muchas ocasiones ganamos! Y conocía también un buen restaurante de cocina española, que se llamaba Guernica. No podía frecuentarlo regularmente, ¡porque para un estudiante era muy caro!
¿Cómo fue la relación entre evangelización y política durante los tres siglos de presencia española en Filipinas?
Muy parecida a la de América Latina. El papel de la Iglesia era predominante, y no tengo ninguna duda de que ella fue el factor unificador entre los distintos pueblos dispersos en las más de 7.000 islas. Por desgracia, como en todas partes, hubo abusos y violaciones de los derechos humanos. Pero nosotros también tuvimos nuestros Antonio de Montesinos y Bartolomé de las Casas. En efecto, apenas llegado a Manila en 1581, su primero obispo, el dominico alavés Domingo de Salazar, denunció públicamente el trato a los nativos. Fue el primer conflicto entre Iglesia y Estado, que concluyó felizmente con la institución de la Audiencia en Manila. Diez años después, en 1591, Salazar volvió a España para defender ante Felipe II sus posiciones a favor de los indígenas y en contra de un proyecto de conquista de China.
La Iglesia fue la educadora y la administradora de pueblos y aldeas, de manera que, como escribió el sevillano Antonio de Morga, entonces vicegobernador, en su libro Sucesos en las islas Filipinas (1609), «en estas islas, no hay provincia o población que se resista a la conversión o que no la desee».
¿Cómo perciben los filipinos hoy la larga presencia española? ¿Hay rechazo?
El papel predominante de los frailes los hizo objetivo primario de la propaganda revolucionaria para la independencia. Las dos novelas de nuestro héroe nacional José Rizal (fusilado por alta traición en 1896 en Manila), Noli me tangere y El filibusterismo, que fueron instrumentos para mover al pueblo a rebelarse contra España, son casi una crónica de abusos de poder por parte del Estado y de la Iglesia.
Pero los filipinos en su gran mayoría, a pesar de las novelas y otros escritos de la época que han tenido una profunda influencia en la conciencia colectiva, no conservan ninguna animosidad hacia España. Consideramos que los viajes de Magallanes y de los otros navegadores generaron nuevas identidades, culturas y maneras de pensar. La gesta de Magallanes y de Elcano, hace 500 años, abrió nuevos horizontes a la humanidad. Inmensas partes del mundo desconocidas entre sí entraron en contacto y establecieron comunicación. El encuentro de los mundos empezó a dar frutos, lo que demuestra que la globalización no es de hoy.
Al celebrar el V Centenario de la llegada de España y del Evangelio a las islas Filipinas, hacemos votos por la continuidad de aquel proyecto que hoy brilla con luz propia, en cuanto refleja las aspiraciones más hondas de valor universal que tienen por fruto una convivencia más humana, más fraterna y más feliz.