«Los ciudadanos occidentales de los comienzos del siglo XXI andamos a malas con el tiempo, en pelea continua con él. Quienes vivimos en las sociedades opulentas estamos sometidos continuamente a presión: alguien o algo maquiavélicamente nos roba el tiempo, nos despoja de ese elemento tan fundamental y limitado de la vida. Las 24 horas del día no nos dan de sí como quisiéramos y no se pueden alargar. Los señores de la ciencia y la técnica topamos con un límite infranqueable, con el agravante de que ninguno sabemos con certeza de cuánto tiempo disponemos en el conjunto de nuestra vida, y que, además, pese a toda la industria de la salud, el cuerpo y la nutrición, no parece que se pueda adquirir a capricho más o menos tiempo del que la salud, la fortuna, el destino o el Señor del tiempo nos otorgue». Esta descripción realista de nuestra trágica relación con el tiempo aparece en el último capítulo de este pequeño libro, sin duda su capítulo más novedoso y provocativo, en el que el autor nos remite a la gran pregunta, siempre pertinente, pero más aún en este periodo que pasará a la historia por mostrarnos no menos trágicamente la falsedad de nuestro empeño por controlar la vida controlando su tiempo.
«¿No podría el cristianismo sanar de raíz y transformar la vivencia del tiempo en los países occidentales? ¿No podríamos aparecer precisamente los cristianos como seres extraños, reconciliados con el tiempo, viviéndolo permeado de gozo y alegría, a la vez que de modo distendido y con pasión? ¿No expresa eso tan difícil de apresar como es el tiempo y la manera de vivirlo, de sentirlo, el latido profundo de nuestro modo de estar en la vida, de captar su gozo y belleza, su sentido y su plenitud?». Sin dejarnos arrastrar por el engaño de «la liturgia del tiempo de El Corte Inglés», paroxismo del consumo y del estrés; o por el engaño de la consolación compensatoria de la creencia en la reencarnación, en la que se deshace la identidad de la persona, los cristianos podríamos vivir el tiempo sin ansiedad, pues si «nada ni nadie nos podrá separar de Cristo ni del amor de Dios», en realidad, «nos sobra todo el tiempo, como regalo para dar gloria a Dios y dilatar su Reino». De tal suerte que «el transcurrir del tiempo, lejos de constituir una pesadumbre, corre a nuestro favor, pues significa que se acerca el encuentro pleno con el Señor de la gloria».
Y precisamente de este encuentro nos hablan los cuatro capítulos precedentes, síntesis creativa de la escatología cristiana que nos enseña el jesuita español Gabino Uríbarri, sin duda uno de los teólogos más importantes de la Iglesia de hoy. Si en el primer capítulo nos explica la escatología cristiana en los albores del siglo XXI, en el segundo nos muestra las modulaciones teológicas del tiempo y sus formas de duración. Para exponer la escatología en el credo y el «tiempo escatológico» en el tercer capítulo, así como la relación entre escatología y Eucaristía en el cuarto. En cada uno de estos capítulos hay una propuesta para todo tipo de lectores, no necesariamente doctos en teología: uno modo de reconciliarnos con el tiempo, «liberado de la angustia, pleno de esperanza y habitado por la alegría».
Por eso este libro aparece en el mejor momento posible, precisamente cuando los hombres de hoy han pasado de la angustia por querer alargar con métodos científicos hasta lo inverosímil la esperanza de vida, a la angustia ante el temor de que la propia vida pueda fácilmente tener los días contados. Un temor que nos ha puesto a todos ante un dilema: o la ausencia de motivaciones para vencer la tristeza y la desesperanza, o el reconocimiento de una promesa: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas […]. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo» (Jn. 14, 1-3).
Gabino Uríbarri Bilbao
2020
160
10,05 €