Calor a pesar de Filomena
Las entidades de Iglesia no dejaron a nadie desatendido en los peores momentos de la borrasca y sumaron esfuerzos entre ellas y con las administraciones
«Sois la primera buena noticia de mi día». En realidad el día había pasado ya hacía horas. Era el domingo por la noche cuando José Luis, de Ecuador, le dijo esto a Carlos Busto, de la Comunidad de Sant’Egidio de Madrid, que le llevaba un caldo caliente y sobre todo su compañía. Parapetado tras sus cartones en la plaza de Santa Cruz, pasaba la noche al raso el tercer día de la embestida de Filomena. Muy cerca, en la plaza Mayor, había otras cinco personas sin hogar. Ali, un chico muy joven marroquí, daba las gracias «porque esto que hacéis sale del corazón, esto os lo pagará Dios».
Nada hay comparable a Filomena. «Hemos vivido otras olas de frío —cuenta Busto—, pero en este entorno tan hostil, con la nieve y con tanta dificultad para caminar y llegar a ellos…». Tampoco es comparable la gente que han encontrado en la calle. «En la época más dura del confinamiento llegó a haber más de 100 personas en los soportales de la plaza Mayor; era una ciudad de vagabundos». En esta ocasión había muchos menos. Porque aunque están acostumbrados al frío, ahora «el saco y las mantas no son suficientes». Ni lo es el calzado, tan poco apto para el temporal que los obliga a dormir con los calcetines mojados toda la noche.
La Comunidad de Sant’Egidio había acogido en su sede a los amigos de la calle más vulnerables al comienzo de la borrasca, y facilitó a otros alojamiento en pensiones. Al resto, los animaron a que hicieran uso de las estaciones de Metro que la Comunidad de Madrid habilitó para ellos. Con unas temperaturas extremas «incompatibles con la vida», esto «marca la diferencia entre vivir o morir», indica Tíscar Espigares, la responsable.
También les hablaron de las plazas ofertadas por el Ayuntamiento, que había reforzado con 157 nuevas en hostales y pensiones en dos fases sucesivas, del 6 al 9 de enero. Sumadas a las más de 500 con las que ya se contaba para la Campaña del Frío destinada a personas sin hogar, la oferta alcanzó las 665 plazas. «Un máximo histórico para una nevada histórica en nuestra ciudad», en palabras del delegado de Familias, Igualdad y Bienestar Social, Pepe Aniorte.
Esfuerzos redoblados
Precisamente a esas plazas fueron derivados el viernes cuatro de los seis refugiados alojados en la parroquia San Ignacio, en La Ventilla. Habían llegado allí de la mano de Sercade (Servicio Capuchino para el Desarrollo y la Solidaridad), una de las entidades que forma parte de la Mesa por la Hospitalidad, puesta en marcha en 2016 a instancias del cardenal Osoro para la acogida de emergencia de migrantes y refugiados en situación de calle, en una labor subsidiaria de las administraciones.
Otras instalaciones parroquiales, las de Resurrección del Señor, acogieron a los afectados por Filomena de Cáritas Diocesana de Madrid. Lo cierto es que se las cedieron ya en octubre al CEDIA 24 horas para personas sin hogar mientras duraba la reforma de sus instalaciones. De manera excepcional durante la borrasca, el CEDIA Mujer se mantuvo abierto de día —además de para pernoctas— «precisamente para evitar los desplazamientos de las usuarias, con la nieve y los riesgos de caídas». Lo explica Susana Hernández, responsable de Obras Sociales Diocesanas de Cáritas Diocesana de Madrid. Para ello, dos técnicos del equipo se trasladaron allí. A su vez, se incrementaron las llamadas solicitando alojamiento y aunque sin plaza, ya que estaban al 100 % –45 para hombres y 20 para mujeres–, no se desatendió a nadie porque un hueco siempre se hace, «aunque sea en una silla».
Con todo, lo más complicado de esos primeros días fue la alimentación. Ante la imposibilidad de que les llegara la comida y la cena que les sirve Carifood, el sábado compraron, en supermercados de la zona que «menos mal» que estaban abiertos, «tortillas, empanadas, pan y sopa instantánea, y apañamos así las comidas». La conjunción de tanta nieve acumulada con temperaturas tan bajas supone esta semana otro serio inconveniente —«encima de la pandemia, ahora esto», se dicen los usuarios— porque se les paraliza la posibilidad de realizar trámites administrativos.
«Que cuidemos unos de otros siempre es importante, pero en estos momentos, todavía mucho más». Es la cultura del cuidado de la que habla Espigares, que se ve en las batidas vecinales para limpiar las calles, como han hecho los voluntarios de Mensajeros de la Paz en su barrio, con mucha gente mayor, y en el acompañamiento de los sin hogar. Porque al final, como apunta Busto, «lo que más sufren es la indiferencia de la gente» y lo que más necesitan, con Filomena o sin ella, «es que alguien se preocupe por ellos». En el fondo, «lo que necesitamos todos: un poco de calor».