Gregorio Ordóñez, el héroe tranquilo
Una postal de san Francisco, un viejo Catecismo o un sencillo crucifijo metálico son algunos de los objetos que pueden verse en la exposición que conmemora los 25 años del asesinato de Gregorio Ordóñez
Cuando el 14 de febrero de 1996 ETA asesinó a Francisco Tomás y Valiente, un profesor habló a sus alumnos de Joaquín Ruiz Giménez, quizás la figura más destacada de esa democracia cristiana que en España nunca llegó a cuajar. Los jóvenes escucharon su nombre con indiferencia, pues no sabían quién era, pese a que aún vivía y había ejercido el cargo de defensor del Pueblo. Me temo que hoy sucedería lo mismo con Gregorio Ordóñez, asesinado por ETA un 23 de enero de 1995. Gregorio Ordóñez destacó por su valentía y serenidad. Nunca se dejó intimidar por las campañas de acoso de la izquierda abertzale, que incluyeron pintadas en su casa, amenazas telefónicas y balas que depositaban en su casillero del Ayuntamiento de San Sebastián. Afiliado a las Nuevas Generaciones de Alianza Popular, afirmaba que su vocación política nacía de la «rebeldía». No le parecía tolerable vivir bajo la intimidación de los terroristas. «Hay que poder recuperar la libertad de poder decir lo que uno piensa».
Con solo 24 años, Ordóñez fue elegido concejal. Fue el comienzo de una carrera basada en el trabajo, la tenacidad y la honestidad. Siempre estaba el primero en los actos públicos contra ETA y en los homenajes a las víctimas. Simpático, cercano, afectuoso y comprometido con el bienestar de sus vecinos, adquirió pronto una enorme popularidad, pero esa visibilidad también le costó ocupar la primera línea entre los objetivos de los pistoleros. Nada amigo de los eufemismos, afirmó que «ETA y HB eran las dos caras de la misma moneda». Se opuso a negociar con los terroristas, pues hacerlo significaría reconocer la legitimidad de la violencia como estrategia política.
Gracias a su incansable actividad, Gregorio Ordóñez logró que la lista del Partido Popular en el País Vasco fuera la más votada en San Sebastián durante las elecciones al Parlamento Europeo. Ordóñez había sido elegido candidato del Partido Popular a la alcaldía de San Sebastián. Era su mayor ilusión, pues pensaba que ese puesto era el que mejor se adaptaba a su vocación de servicio. Los terroristas se sintieron desafiados y un comando de ETA acabó cobardemente con su vida mientras comía en el bar La Cepa. María San Gil fue testigo de cómo le descerrajaban un tiro en la nuca. La izquierda abertzale celebró el atentado, asegurando que se había hundido el «buque insignia del fascismo español». Su tumba ha sido profanada en varias ocasiones. Su viuda, Ana Iríbar, y su hermana, Consuelo, portavoz de COVITE, abandonaron el País Vasco para huir del hostigamiento de los nacionalistas. Una exposición titulada Gregorio Ordóñez. La vida posible ha conmemorado los 25 años del asesinato. Durante tres meses ha podido visitarse en el CentroCentro Cibeles de Madrid. Si la COVID-19 lo permite, en primavera se abrirá en el Parlamento Europeo y se está gestionando que viaje a París.
Visité la exposición con una guía excepcional: Ana Iríbar. Su entereza y serenidad me impresionaron profundamente. No vi en ella ni una pizca de odio ni rencor. Solo mostró su inquietud por el creciente clima de crispación que se respira en España. Me contó que el domingo anterior al asesinato habían acudido a Misa, sin pensar que sería la última vez, pero sin ignorar el gravísimo peligro al que se hallaba expuesto Gregorio. La exposición está llena de objetos e imágenes con una gran fuerza emotiva: la cartera que llevaba el día del asesinato, fotografías de su niñez, cartas de pesar de ciudadanos anónimos, caricaturas, obras de arte. Me agradó descubrir una postal de san Francisco de Asís y un viejo Catecismo desgastado, con un Cristo de El Greco en la portada. Si tuviera que destacar algún recuerdo de Gregorio, elegiría sin dudar el sencillo crucifijo metálico que le acompañaba desde su mesa de trabajo.
La elegancia espiritual de Ana Iríbar es asombrosa y explica la madurez de su hijo Javier, que solo tenía 14 meses cuando asesinaron a su padre. Necesitamos ejemplos, como dice Javier Gomá, y ellos lo son. Gregorio Ordóñez fue un héroe tranquilo. Apasionado y firme, pero sencillo y humano. Su figura trasciende la política. Es uno de los gigantes de esa democracia que sigue sufriendo los ataques de los fanáticos y los intolerantes.