«30 años yendo a la cárcel es un regalo»
Confraternidad Carcelaria cumple tres décadas evangelizando a los presos y ayudándolos en el difícil tránsito de la celda a la calle
«Cristo cambió mi vida y por eso quise llevarlo a los demás. Siempre me ha parecido que los presos tienen derecho a conocerle y experimentar lo que yo he vivido», dice Carmen Rubio, impulsora de Confraternidad Carcelaria en España, que acaba de cumplir 30 años de existencia.
El origen está en un grupo que se creó en el seno de la Renovación Carismática en Madrid para rezar por los enfermos en los hospitales. Les llamaron para ir a ver a un preso que estaba ingresado en el Hospital Penitenciario, en el barrio de Carabanchel, que era el lugar al que iban todos los presos enfermos de las cárceles españolas. «Eran los tiempos del sida y al principio se desconocía todo de la enfermedad, pero yo me dije: “Si es de Dios, Él sabrá”», afirma.
Así empezó un contacto cada vez más estrecho con el mundo de la cárcel, en un momento en el que «prácticamente la pastoral penitenciaria no existía: solamente estaban los capellanes y no había casi voluntarios. Los mismos capellanes reconocían que no sabían mucho de esta pastoral», asegura Carmen, hoy vicepresidenta de la asociación.
Entonces el capellán del Hospital Penitenciario, el sacerdote Evaristo Martín Nieto, conoció en México la labor de Prison Fellowship International, una organización dedicada a la evangelización de los presos y sus familias que nació en Estados Unidos en 1986 y que hoy está presente en 120 países. «Él la trajo a España y tomamos el nombre de Confraternidad Carcelaria. Nuestro objetivo era la oración, ir a la cárcel y organizar seminarios de vida en el Espíritu para que su vida cambiara gracias a Dios».
«Momentos de perdón»
Lo que siguieron fueron años de mucha actividad, al principio solo en Madrid y en los últimos años en varias prisiones sobre todo del centro de España. Organizaron algunos encuentros multitudinarios de justicia restaurativa, «cuando todavía no sabíamos ni qué era eso. Simplemente, los presos iban y pedían perdón por todo lo que habían hecho delante de todo el mundo, y luego la gente salía a abrazarlos y animarlos. Eran momentos preciosos», asegura Carmen.
En todos estos años la asociación ha hecho posibles muchos cambios de vida, incluso el de una presa madre soltera que rehízo su vida y ahora se ha consagrado al Señor como monja. «Los presos reciben el Espíritu Santo con lágrimas y con un amor impresionante. Imagínate un corazón herido y destrozado que siente de repente el amor de Dios».
En paralelo, en la Nochevieja de 1992 Carmen organizó una Adoración eucarística en pleno centro de Madrid que más tarde se extendió a todos los viernes por la noche. A ella acudían muchos internos de permiso o que salían definitivamente de la cárcel. «Hemos cambiado la discoteca por la Cristoteca», dijo Marcelino, uno de ellos. Y con ese nombre quedó fijado en Madrid uno de los pulmones espirituales de aquellos a los que la vida llevó a pisar la prisión.
Cursos de justicia restaurativa, una revista que daba esperanza a los internos en el interior de las celdas, el programa de Radio María Libertad a los cautivos o el itinerario de evangelización La peregrinación del prisionero se han ido añadiendo a la cobertura que Confraternidad Carcelaria hace de sus necesidades más básicas: pisos de acogida que los voluntarios han llegado a pagar de su propio bolsillo, repartos de alimentos para los internos y también para sus familias, recogida de material escolar y regalos de Reyes Magos para niños, cinefórum…
«A pesar de ir siempre escasos de recursos, nunca nos ha faltado de nada», señala Carmen, quien solo puede dar las gracias «por haber sido testigo de tantos cambios de vida». «Estos 30 años han sido un regalo de Dios», asevera.
La Navidad es un tiempo de fe y de vida en familia, ¿pero cómo se viven estos días en el interior de una prisión? «Bastante mal –responde Alfonso Vargas, veterano voluntario de Pastoral Penitenciaria en Madrid que impulsó durante el confinamiento la iniciativa Escribe una carta a un preso–. Hay muchos que se encierran en su celda e intentan pasar la Navidad como un día cualquiera, porque les duele recordar a sus seres queridos y solo quieren que el día pase lo antes posible. Además, el no tener la posibilidad del vis a vis, debido a las restricciones por la pandemia, les hace un daño terrible y una gran angustia».
Estos días es cuando los internos «están más blanditos y más cariño y cuidados requieren», pero las medidas de la cárcel de este año impiden que los voluntarios hayan podido pasar todavía al interior de las prisiones. «Solo puede entrar el capellán, y es él el que tiene que consolar y acompañar. Es comprensible en esta situación, pero va a ser muy duro para todos. La soledad se va a hacer más grande».