José, el santo «sin campanas»
Este viernes se cumplen 150 años de la declaración de José como patrono de la Iglesia universal. El Papa Francisco ha convocado un año del santo discreto, «que no pone condiciones», como le define Rodríguez Carballo
San José es el santo del silencio. Los Evangelios no recogen ni una sola palabra pronunciada por el padre adoptivo de Jesús. Solo describen una vida de servicio en la sombra que nunca buscó los aplausos. «Unas veces cuida de su hijo, ocultándolo cuando es perseguido, y otras veces mostrándolo, pero siempre sin repique de campanas», reseña José Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA). Este viernes 18 de diciembre se cumplen 150 años de la declaración de san José como patrono de la Iglesia universal. Una decisión adoptada por Pío IX que ahora retoma Francisco con la institución del Año de San José, que se extenderá hasta el próximo 8 de diciembre para «perpetuar ese patrocinio» ante las «graves circunstancias» que atraviesa la humanidad en plena emergencia sanitaria, y con una crisis económica devastadora a las puertas.
El Papa reivindica la figura comedida del marido de María para que los cristianos «puedan reforzar su fe en el cumplimiento de la voluntad de Dios», y para afrontar con «esperanza» este «tiempo tan delicado y duro». Su presencia tiene eco en las personas que han luchado en primera línea en esta pandemia «pasando desapercibidas»: docentes, médicos, enfermeros, voluntarios, sacerdotes, religiosos… En la carta apostólica Patris corde (Con corazón de padre), el Pontífice propone a san José como un intercesor seguro en tiempos de dificultad. Desvela además que, desde hace más de cuatro décadas, recita una oración a san José tomada de un libro de devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las Religiosas de Jesús-María. Su devoción por san José no es nueva. En su despacho de Santa Marta tiene una imagen del padre de Jesús dormido bajo la que acumula –en palabras de Rodríguez Carballo– «un buen colchón de papeles» en los que escribe los problemas con lo que tiene que lidiar cada día: «Al preguntarle a qué se debía dicho colchón, el Papa me respondió sonriendo: “Los problemas que el Papa no puede resolver, que se ocupe san José. Ya ve usted que no son pocos”, me dijo».
La Biblia narra cómo José de Nazaret vivió el momento en que supo que María estaba embarazada y acabó aceptando con fe ciega el proyecto del Señor. «José acoge el proyecto de Dios aún sin haberlo entendido. Sin poner condiciones. La rebelión y la decepción hubieran sido reacciones humanamente comprensibles, pero José acoge el misterio con responsabilidad y se reconcilia –como dice el Papa– con su propia historia», explica el obispo español. Incluso va más allá, porque admite con gusto vivir en la sombra, «dejando el protagonismo a otros». De hecho, cede en todo momento la palabra a María. San José escucha a Jesús, lo admira y se calla. Una actitud escasa en una sociedad que se mira al espejo constantemente, y en contraste solo aparente con la vocación de los apóstoles, cuya misión fue anunciarlo al mundo: «No hay oposición alguna. Son dos formas complementarias de ser fieles a la misión que el Señor les encomienda». Y esto «también es válido hoy. En ambos casos está presente el amor a Jesús, que se manifiesta a partir del servicio. Los apóstoles, con el anuncio directo, y José de forma discreta».
Puentes, no barreras
Rodríguez Carballo se imagina a san José «en el pequeño patio de su casa de Nazaret, trabajando en el taller mientras va instruyendo poco a poco a Jesús en la experiencia vital». «Pienso también en la reacción de José cuando perdió al Niño, que luego apareció en el templo». Seguro que en aquel momento «tanto María como él aprendieron que ser padres no tiene mucho que ver con la posesión del hijo. Los hijos no pertenecen a los padres, sino al Señor», reseña.
Para el obispo español, custodio en el Vaticano de la vida consagrada, la figura de san José es hoy más necesaria que nunca: «La sociedad necesita padres que ejerzan la paternidad de forma responsable». Ser padre «no es solo acompañar una vida a venir al mundo, sino acompañarla para que crezca de forma integral». Esto, asegura, «no es conciliable con delegar sus responsabilidades en las instituciones, ni siquiera en la Iglesia, sino asumir con gozo que la figura del padre no puede ser sustituida por nadie». «Necesitamos padres obedientes, que actúen con ternura, y que no sean obstáculos para el proyecto que Dios tiene diseñado para sus hijos. Los padres no han de ser barrera, sino puente», concluye.