La barca no se hunde
XXXIII Domingo del tiempo ordinario
A estas alturas del año litúrgico, ya esperamos un Evangelio con este corte apocalíptico, se nos ha ido preparando para esto, especialmente para centrar la mirada en Jesús, de donde nos viene la salvación. Si Jesús les recriminó a sus discípulos la falta de fe, cuando le gritaban porque pensaron que se hundía la barca, es natural que nos esté pidiendo a todos nosotros confianza, serenidad, paciencia y perseverancia. Se nos advierte de varios peligros, no menores, sobre los que hemos de estar alerta, que estemos preparados porque se presentarán falsos profetas; otro peligro es que les prestemos oídos a sus falsas doctrinas…
A propósito de esto, podemos resaltar la advertencia que nos hacía el mismo Papa Benedicto XVI, en el mes de junio pasado: «Con todo, las persecuciones, a pesar de los sufrimientos que provocan, no constituyen el peligro más grave para la Iglesia. El daño mayor, de hecho, lo sufre por lo que contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y de sus comunidades, corrompiendo la integridad del Cuerpo místico, debilitando su capacidad de profecía y de testimonio, empañando la belleza de su rostro».
El evangelista san Lucas es sumamente cuidadoso con el lenguaje y dulcifica bastante las cosas, pero en este caso es contundente: Nadie os debe apartar de la fidelidad al Señor: ni la belleza externa, ni los lujos, ni siquiera los desastres naturales…; no debemos alejarnos del Señor ante las persecuciones, o ante los oscuros presagios de traiciones y odios, incluso aunque sean vuestros padres o hermanos los que vayan contra vosotros. Sin duda que habla con claridad, cuando leemos: «Haced el propósito de no preparar vuestra defensa…», porque el mismo Señor saldrá a nuestro encuentro dándonos las palabras oportunas… ¡Menuda fortaleza nos pide! Pero el consuelo y la esperanza vienen enseguida, cuando nos asegura que tenemos asegurada la protección divina.
Es un tema preferido de san Lucas lo que podría parecer una paradoja: evangelizar a los cristianos de su época, sí, así de simple, pero tiene una explicación, y es que él estaba notando en muchos una cierta dejadez, rutina, tentaciones de dejarlo todo, dejarse llevar…; es decir, que habían perdido la tensión primera.
¿No les parece que tenemos el mismo problema dos mil años después? ¿Qué nos pasa? La solución que pensó él fue que se debía escuchar de nuevo a los testigos, cuidar la interioridad de los cristianos de su época, porque los veía vacíos. Lo que deben hacer es volver a escuchar. La escucha de la Palabra es una Bienaventuranza.
La fe en la victoria de Cristo es un fuerte apoyo para los cristianos que están en apuros, pero, para esto, es necesario saber escuchar y permanecer.
En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»
Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: Yo soy, o bien: El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida».
Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y, en diversos países, epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre; así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres y parientes y hermanos y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas.