Tal vez hayamos olvidado una de las numerosas anécdotas con las que se iniciaba el pontificado del Papa Francisco. Me refiero a su proceder austero, que le llevaba a apagar personalmente y de forma espontánea, la luz innecesaria de muchos de los pasillos y habitaciones de las residencias vaticanas. Ante el asombro de quienes le rodeaban, su explicación no podía ser más sencilla: «Ahorrando luz se da sueldo a un párroco».
Si bien es cierto que la encíclica Laudato’si responde al más puro genio bergogliano, uno de los errores más generalizados en la primera acogida mediática a este documento magisterial, ha sido la falsa suposición de que su contenido es plenamente novedoso y hasta rompedor con respecto a los pontificados anteriores. Nada más lejos de la realidad. El propio Papa Francisco se esfuerza en demostrarlo a lo largo de su escrito, con numerosas citas del magisterio precedente. De hecho, el mismo término «conversión ecológica», fue acuñado por San Juan Pablo II; sin olvidar los múltiples documentos que Benedicto XVI dedicó a esta cuestión («Si quieres promover la paz, protege la creación», 01.01.2010). Una vez más, se demuestra que ha tenido que venir el Papa Francisco para que no pocos empiecen a conocer lo que la Iglesia lleva años predicando.
En mi opinión, una de las mayores aportaciones de Laudato’si estriba en las referencias que se hacen a estudios científicos, filosóficos y de organizaciones sociales, encuadrando y contextualizando la reflexión de la Iglesia. Sin inmiscuirse en el debate científico, mantiene una «distancia» equilibrada, como se aprecia en la siguiente afirmación: «Hay discusiones sobre cuestiones relacionadas con el ambiente, donde es difícil alcanzar consensos. (…) la Iglesia no pretende definir las cuestiones científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten al bien común» (n. 188). He aquí una de las denuncias proféticas fundamentales de esta encíclica: No siempre existe la suficiente honestidad y transparencia en el actual debate científico sobre la conservación del medio ambiente. Los grandes intereses económicos «compran» en ocasiones esas reflexiones científicas. En palabras del Papa: «la corrupción que esconde el impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores suele llevar a acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente» (n. 182). El Papa Francisco deja muy claro en su reflexión que la defensa del medio ambiente es uno de esos bienes que la economía de mercado, por sí sola, no es capaz de defender o de promover adecuadamente.
Otra cuestión clave en la encíclica es la reivindicación de una ecología integral, la cual se traduce en una ecología humana. El Papa Francisco señala la absurda contradicción de defender la bandera ecologista desde posturas abortistas: «Tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto» (n. 120). Más aún, frente a la ideología de género (transgénero), subraya: «La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente» (n. 155).
Resumiendo lo dicho en versión tuitter: «Decirse Pro-Life y liderar la emisión de anhídrido carbónico, es tan coherente como defender la biodiversidad y tolerar el aborto». Mientras que sectores del republicanismo estadounidense, han acusado al Papa de meterse donde no se le llama; las asociaciones que pretenden compaginar su ecologismo con la agenda abortista de la ideología de género, han optado por la táctica del avestruz, como si no se sintiesen cuestionadas por esta encíclica.
Concluyo con un relato abreviado de Gabriel García Márquez, que bien puede servir para iluminar el concepto de ecología integral, o ecología humana, nudo gordiano de Laudato’si: «Érase un científico que estaba plenamente entregado a investigar en pro de la defensa de la naturaleza. Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas a sus dudas. Cierto día, su hijo de 7 años invadió su santuario decidido a ayudar a su padre… El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado… Para distraerlo, se sirvió de una revista en donde encontró un mapamundi… Con unas tijeras recortó el mapa en muchos pedazos y se lo entregó a su hijo diciendo: como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo troceado para que lo repares tú solito. Pensó que al pequeño le llevaría mucho tiempo recomponerlo y que le dejaría tranquilo en su trabajo de investigación; pero para su sorpresa al poco tiempo volvió a escuchar la voz del niño: Papá, papá, ya conseguí terminarlo. El científico levantó la vista de sus anotaciones, y efectivamente, ¡el mapa estaba completo! El padre perplejo preguntó: Hijo, ¿cómo has sido capaz de recomponer el mundo?. El niño respondió: Papá, yo no sabía cómo era la figura del mundo, pero cuando recortaste el mapa de la revista, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así, que recompuse al hombre, y al dar la vuelta a la hoja, vi que había arreglado el mundo».