«Mañana vamos al seminario, ¡o ahora o nunca!»
La Iglesia de Madrid confirma la vocación sacerdotal de ocho seminaristas
Los jóvenes del Seminario Conciliar de Madrid continúan dando pasos en su formación y el pasado lunes, 12 de octubre, ocho de ellos fueron admitidos a Órdenes Sagradas, un rito que se tenía que haber celebrado a finales de marzo pero que fue retrasado a causa de la pandemia. Como explica José Antonio Álvarez, rector del seminario, con esta celebración la Iglesia reconoce en los candidatos signos de la vocación al sacerdocio. «Por medio de la oración y la bendición del obispo», la Iglesia adquiere un compromiso público con los candidatos de «orar por ellos y continuar formándolos» y, a su vez, los seminaristas se comprometen a seguir completando su formación sacerdotal.
El rito de admisión a órdenes es un diálogo seminarista-obispo en el que los primeros manifiestan su propósito de continuar con la formación y el segundo los bendice para que perseveren en su vocación. La ceremonia se lleva a cabo en 4º curso, cuando se ha pasado ya a la etapa configuradora (después del propedéutico y la etapa discipular); en 5º serán instituidos acólitos y lectores para dar pasos a la etapa pastoral (6º y diaconado). Con la nueva ratio para la formación de los seminaristas, este paso se da acorde a la maduración humana y espiritual del joven y no tanto siguiendo el orden cronológico de los cursos.
En un día en el que la Iglesia en España celebraba a la Virgen del Pilar, el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, recordó a todos los seminaristas dos actitudes y disposiciones que se han de vivir desde una vocación sacerdotal: sentir la compañía de María como Madre en el camino de formación, y aprender, como Ella, a escuchar la Palabra y estar al servicio de los hombres. Unas actitudes que «nos sitúan como servidores de esperanza en un cambio de época», explica Álvarez después de que el cardenal les recordara que «vosotros sois siervos del Señor y por lo tanto siervos de los hombres»; servicio y entrega para ser «testigos de esperanza» en un Dios «que no defrauda», en medio de este cambio en el que habrá que acoger los «signos del Espíritu».
«Vine a España para 18 meses pero en el medio apareció el Señor»
Adriano Farace (Buenos Aires, Argentina, 46 años) era, como él mismo dice, «una persona del mundo» cuando en 2006 le surgió una oportunidad laboral en España. Iba a estar 18 meses pero aquí sigue y, además, muy alejado de su profesión de economista combinada con sus estudios de Ciencias de la Educación: Adriano fue uno de los seminaristas admitido a órdenes. «¿Qué paso?». «Que en el medio apareció el Señor».
Este hombre no era un cristiano «perfecto ni hiperreligioso» y «en un momento me di cuenta de que lo que hacía no me estaba dando una satisfacción, había un vacío». Justo entonces apareció un sacerdote que le dijo «¿por qué no te venís a rezar conmigo?». Él, que nunca había hecho nada de eso, decidió darse una oportunidad. En el monasterio de Buenafuente del Sistal (Guadalajara) se sorprendió de «la sonrisa, la alegría y el sosiego» de otros sacerdotes y se propuso, a la vuelta, seguir yendo a rezar a una iglesia, en su caso, el Sagrado Corazón de Prosperidad, su barrio. Allí, las homilías de las Misas «empezaban a contestar preguntas existenciales».
Al séptimo día el párroco se acercó a saludarle y algo le dijo, tampoco recuerda bien, que para él fue «un momento de llamado». A partir de ahí empezó una secuencia en la que todo le llevaba a la idea de la vocación. Seis meses después, el sacerdote le invitó a comer y cuando en los postres le espetó un «¿y para cuándo el seminario?», Adriano se puso a llorar, «me estaba leyendo el corazón».
En 2015 comenzó el introductorio de entonces, y hasta ahora. «La ceremonia de ayer fue muy emotiva» y además «es una alegría que se certifique o haga pública la vocación; uno cree que la tiene pero es una alegría que te lo confirmen». Para Adriano también es una forma de reconocer públicamente «nuestro amor a Dios y nuestra entrega». «Es tomar conciencia de que Dios nos elige, no somos nosotros», para estar a su servicio y al de la Iglesia. «Yo siempre digo que soy un pobre pecador, y seminarista. Dios es muy misericordioso y nos coge como somos».
«Mañana vamos al seminario, ¡o ahora o nunca!»
Aunque en la familia de Adriano nadie se esperaba este cambio de rumbo en su vida, todos, «mis padres y mi familia muy felices y emocionados», lo acompañaron ayer a través de internet. También sus amigos de infancia, los compañeros de la universidad… En realidad, las restricciones de la pandemia aconsejaron que a todos los seminaristas los acompañaran online. «En mi caso, había más gente viéndome por internet que si hubiesen venido mi madre y mi hermana». Lo dice Miguel Ángel Toledo, otro de los seminaristas admitidos a órdenes que vivió el día con una emoción muy particular porque es muy mariano, «si no lo somos, mal vamos», y porque además, cuando el cardenal Osoro les habló de esperanza a él le recordó, «como siempre que oigo la palabra», a su Virgen titular de su Hermandad del Gran Poder y Macarena de Madrid.
El origen de su vocación lo sitúa Miguel Ángel en la JMJ de 2011 en Madrid cuando él, que no pudo acudir a la vigilia de Cuatro Vientos —«cuando cayó la mundial», recuerda— por temas de organización en la hermandad, vio los vídeos y se quedó impresionado por ese silencio al aparecer la custodia de Arfe: solo había «un punto de mira central, que era Cristo». Dos años después, por hacerle un favor a un amigo diácono que había montado un grupo de catequesis de Confirmación al que no se apuntaba nadie, y puesto que él en su día no la había hecho, comenzó a prepararse para el sacramento, «y esa llama fue creciendo». Y como era algo que le quemaba por dentro, ayudado de la dirección espiritual, un día se dijo: «Mañana vamos al seminario, ¡o ahora o nunca!».
Miguel Ángel reconoce que vivió la ceremonia del lunes con mucha «tranquilidad» después de una mañana de retiro en el que meditaron puntos de la teología del cardenal Newman y el Evangelio del sí de María, que «coincide con el sí de la Iglesia que confía en nosotros para seguir adelante». También la vivió sustentado por la cercanía, no física pero sí espiritual, de familiares y amigos. Incluso la de un compañero de Sevilla de cuando trabajaba en Carrefour –Miguel Ángel entró a los 18 años y era formador–, que le escribió emocionado para felicitarle y decirle «que sigamos hacia delante». «Tenemos que estar en todos los lados, de una forma u otra pero hay que estar», concluye.