Zani: «La didáctica a distancia no puede ser la norma general»
La Santa Sede está trabajando con instituciones académicas de todo el mundo en un pacto que sane las heridas de la pandemia desde la educación. Lo explica el secretario de la Congregación para la Educación Católica
El Papa apoya el Pacto Educativo Mundial, una amplia alianza que tienda la mano a instituciones no católicas y alumbre un cambio de fondo en los sistemas educativos, para que sean más abiertos e inclusivos. El objetivo es colocar a la enseñanza en el lugar privilegiado que merece, por su condición esencial de ser pulmón de la convivencia y la responsabilidad ciudadana. Por ello convocó a mediados de mayo un evento con varias iniciativas articuladas en Roma que acabó siendo cancelado por la pandemia, pero que tendrá su primera cita virtual este jueves. Está previsto que Francisco lance un vídeomensaje.
«No podemos quedarnos solo en los aspectos económicos, funcionales y lúdicos de la educación», advierte el arzobispo italiano Angelo Vincenzo Zani, secretario de la Congregación para la Educación Católica, de la que dependen las 210.000 escuelas católicas y las 1.365 universidades y 500 facultades eclesiásticas del mundo.
¿Qué podemos esperar de esta cita?
El deseo del Papa es sanar heridas de la pandemia y reconstruir lo que se ha roto, también en las escuelas. Desde la Congregación para la Educación Católica estamos trabajando con instituciones académicas de todo el mundo, no solo católicas, en este proyecto. Son muchos los países que se han puesto ya manos a la obra. Por ejemplo, en España, la Fundación Santa María del grupo SM ha hecho una gran labor de coordinación de los directores de las escuelas durante el confinamiento.
El derecho a la educación se ha visto socavado durante la pandemia. ¿Cómo analiza la situación actual?
Ha sido un derecho vulnerado en varios niveles. La pandemia ha acrecentado la brecha social, pero también ha agigantado las desigualdades entre países ricos y países con menos recursos. En España, por ejemplo, se han visto dinámicas de absentismo o de falta de desarrollo tecnológico en la enseñanza que son propias de países desarrollados. Pero en los países más desfavorecidos se ha culminado una verdadera una catástrofe humanitaria en el ámbito pedagógico. La batalla para llevar la educación a los niños que no tienen fácil el acceso a la escuela no solo se ha visto bloqueada, sino que ha sufrido un revés que la ha dejado bajo mínimos. Será muy difícil volver a la tasa de alfabetización de antes de la pandemia.
¿Cómo debe responder la educación a las fracturas creadas por el coronavirus?
Se ha puesto en evidencia nuestra vulnerabilidad. Por eso hay que educar para responder ante la fragilidad humana; educar para que las personas tengan coraje para afrontar las situaciones difíciles. La pandemia ha generado un clima de recelo y sospecha en nuestras sociedades. Y aquí la educación de nuevo juega un gran papel, porque su meta es ayudar a superar los miedos; aprender a relacionarse con los demás es la base del crecimiento. Por último, hemos experimentado cotos a nuestra libertad, como la obligación de mantener la distancia o los límites al movimiento. Pero debemos entender estas fracturas como una oportunidad para relanzar la educación en valores e ideales y poder superar juntos estos momentos tan difíciles. Hay que poner en marcha la primavera de la esperanza.
¿Podemos pensar en una escuela exclusivamente a distancia como solución a la pandemia?
Los instrumentos tecnológicos son importantes, pero accesorios. La enseñanza debe usarlos, pero no pueden sustituir a los contenidos y a las relaciones, que son fundamentales en el crecimiento de la persona. La escuela es un pilar fundamental de la sociedad, porque ayuda a tejer relaciones con los demás y medirse con uno mismo, y la didáctica a distancia no puede ser la norma general. De lo contrario estaremos renunciando al futuro.
¿Cómo podemos imaginar una escuela que no deja a nadie atrás?
La educación debe purificar y destruir los obstáculos al crecimiento. Es también una proyección de la persona, para que sea protagonista en la construcción de un mundo mejor. Hago referencia a la idea que promovió Pablo VI en Populorum progressio sobre la necesidad de promover el desarrollo de todos los pueblos y todos los hombres. Necesitamos una escuela inclusiva y para construirla hay que superar tres grandes dificultades. La primera es la falta de pensamiento; damos más espacio a los instrumentos que al pensamiento crítico. La segunda es una visión antropológica débil que descarta lo que se retiene que no sirve o no produce. Y, por último, nos falta la fraternidad. Hay una gran fractura en las relaciones humanas, comenzando por los jóvenes, a los que les falta una relación sana con sus coetáneos, con la familia. No podemos quedarnos en los aspectos económicos, funcionales y lúdicos de la educación.
En Camino hacia la casa común hay sugerencias didácticas para hacer que los principios de Laudato si sean una prioridad en cualquier escuela. ¿Por qué es importante «educar a la ciudadanía ecológica»?
Como señala el Papa en Laudato si nuestra falta de respeto hacia la creación ha creado una fractura en la relación con el don de Dios del medio ambiente. Debemos custodiar el planeta y a los pobres y vulnerables para poder transmitir a las próximas generaciones un mundo mejor. La ecología es, sobre todo, una cuestión espiritual y religiosa, porque a través de la naturaleza descubro al Creador y esto no puede quedar fuera de las escuelas católicas. El Pacto Educativo Global que quiere el Papa parte de la Laudato si.
¿En qué punto sitúa la labor educativa de la conversión ecológica?
Hay muchas iniciativas interesantes por todo el mundo, pero la conciencia colectiva común está madurando poco a poco. Todavía pensamos que los desastres ecológicos solo afectan a las personas que viven donde se producen, cuando en realidad tienen un impacto real en nuestra vida cotidiana. El Papa tiene claro que solo a través de la educación se puede generar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora.
463 millones de niños no tuvieron acceso a la educación a distancia durante el cierre de las escuelas, según Unicef.
700 millones no tienen internet y más de la mitad de la población estudiantil del mundo no tiene ordenador en casa, según Entreculturas.
369 millones de niños, que dependen de comedores escolares, tuvieron que buscar otra fuente de alimentación ante el cierre de los colegios, según Entreculturas.
15 % es lo que la pobreza ha aumentado tras la pandemia. Hay 150 millones de niños más en situación de pobreza sin acceso al mínimo nutricional diario, a una vivienda digna o a agua potable, y sin poder acudir a la escuela.
132 países no han anunciado en qué fecha volverán a abrir sus escuelas.
Solo uno de cada tres países de África occidental y central está listo para recibir a los niños de forma segura en las escuelas.