Inmigrantes en la valla; golf en Melilla
El director de la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, José Luis Pinilla, analiza, a la luz del mensaje del Papa para la Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado 2015, la situación actual de las fronteras españolas
«Iglesia sin fronteras, madre de todos. Este es el lema para la Jornada eclesial del emigrante de 2015, escrito por el Papa, que en la Evangelii gaudium soñaba así: ¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindos los espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!
Estas palabras del Papa en la Evangelii gaudium no parece que por ahora se puedan aplicar en algunos espacios fronterizos de Ceuta y Melilla, lugares, no sólo geográficos sino humanos, profundamente humanos. Y en donde últimamente nuestros hermanos inmigrantes han sufrido en carne propia los efectos de la cultura del descarte
Fotografías, vídeos, escritos tremendos y significativos. Me quedo con uno de ellos. La fotografía del contraste: inmigrantes en la valla, como espectadores inusuales de una partida de golf. Quizás es la foto que he podido digerir mejor de estos días, pues con haber visto una vez, solamente una vez, las otras fotos y los vídeos de algunas expulsiones violentas donde la integridad física de mis hermanos era tan maltratada, me bastaba sólo una vez. Como cuando veo cualquier escena de maltrato. Cualquiera. Imágenes que nunca querría haber visto. Porque ofenden incluso mi propia dignidad. La voz de los pobres en la Iglesia que es Caritas -que no es una ONG solamente-, se ha unido a muchas organizaciones humanitarias que han denunciado que, con las entregas de estos días, se incumple la normativa vigente y los convenios internaciones firmados por España, entre ellos el Convenio Europeo de Derechos Humanos.
Melilla tiene derecho a su desarrollo, incluso turístico o de ocio, pero es preciso que esa hermosa ciudad, ese espacio melillense no quede encerrado en sí mismo. Hay que arbitrar otras fórmulas que vayan más allá de convertir a modo de gradas de un espectáculo, las vallas defensivas de toda una ciudad. No encerremos a la sociedad Melillense.
Y por otra parte, urjamos al Estado, que tiene derecho a regular los flujos migratorios, a que lo haga bajo el más limpio ejercicio de los derechos humanos y respetando siempre la integridad física de los emigrantes. Y no valen a este respecto argucias legales o ficciones (como se califica la propuesta legal de amparar la devoluciones en caliente) que vulneren el espíritu de la normativa sobre extranjería y derechos humanos.
Al ver el dolor en la frontera, que lo he visto desde cerca (en mis hombros) y desde lejos (en múltiples videos y narraciones de muchos testigos) recordaba el llamamiento de los obispos españoles, hace unos meses, en concreto en enero de este año. En el mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante de este año 2014 ya pedían, entre otras cosas, «seguir abogando para que no se niegue el auxilio y la asistencia a los inmigrantes en situaciones de peligro para la vida», en fidelidad a la que ha sido su línea de denuncia profética al respecto.
Esta cita la ha recogido de la contundente nota de Caritas, voz de la Iglesia toda, voz de la Iglesia de los Pobres, como quiere el papa Francisco. En dicha nota aparece una afirmación casi de soslayo, apenas citada en los resúmenes y que me parece fundamental: Alentamos a la sociedad a ir más allá del sensacionalismo que transmiten noticias aisladas e inconexas, y a tomar conciencia de las causas que producen sin interrupción estos hechos dramáticos.
Esta es la gran tragedia. Que las noticias sobre los inmigrantes siempre sean destacadas en la singularidad de los sucesos más dolorosos, en noticias que no abordan en su profundidad dos cosas a mi entender imprescindibles para un correcto análisis del fenómeno migratorio en España. Uno, que estas noticias que nunca, ¡nunca! debemos borrar del corazón para nuestra vergüenza, prejuzgan la mirada social sobre los emigrantes. Esta mirada -junto con miles de prejuicios, o noticias interesadas que hablan de avalanchas, amenazas, etc.- olvidan todo lo que estos náufragos de la globalización están aportando a la sociedad y a la Iglesia española. «Son una riqueza para nosotros» afirma el Documento último más importante de la CEE sobre sobre los emigrantes. Y dos, como también afirma rotundamente la Iglesia que peregrina en España: «Los emigrantes son víctimas y no causantes de la crisis». Los más pobres entre nosotros son los extranjeros sin papeles, los irregulares, a los que se niega cualquier pregunta sobre su identidad antes de devolverlos en frio o en caliente o cualquier empleo legal y son privados del derecho a los servicios sociales y sanitarios básicos si consiguen traspasar la frontera.
Fugitivos de la vida imposible han llegado al Norte desde el Sur. Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados y esquilmados por Europa. Podríamos, por ejemplo, imitar a Italia que ha rescatado (rescatado, sí. No devuelto) en el Mediterráneo ya este año a 100.000 sin papeles, duplicando ya los de todo 2013.
Termino. Parafraseo a Eduardo Galeano, caminando hacia el horizonte de la utopía cristiana. A la que quiere dar forma nuestro papa Francisco o servir nuestro nuevo arzobispo madrileño monseñor Osoro. Los emigrantes seguirán inventando caminos, y subiendo a las vallas queriendo casa y vida, golpeando las puertas. Aquellas que se abren, mágicamente, al paso del dinero y se cierran dándoles un portazo doloroso sobre su rostro. «Algunos consiguen colarse. Otros son cadáveres que la mar entrega a las orillas prohibidas, o cuerpos sin nombre que yacen bajo tierra en el otro mundo adonde querían llegar». Aquellos que con amor de Madre, la Iglesia sin fronteras (como la llama el Papa Francisco) recoge, besa y entierra en las tierras del Sur de España.