Charles Péguy, un intelectual lúcido y apasionado por la libertad
Se cumplen cien años de la muerte del escritor francés en la primera Guerra Mundial, convertido a Cristo tras militar en el socialismo
«Cristo no nos libera del sufrimiento, sino de sufrir inútilmente». Quien dijo esto el próximo septiembre celebrará cien años de su muerte. Charles Péguy -Francia 1873-1914- fue un pensador polémico e independiente que vivió hasta el fondo uno de sus célebres frases relativas a que La libertad es un sistema basado en la valentía. Periodista y ensayista aguerrido, se enroló primeramente en la ideología socialista para abrazar más tarde el cristianismo, desde el que denunció todo tipo de degradaciones políticas, sociales y espirituales.
De familia humilde, mostró desde pequeño una voracidad intelectual que le llevó a conseguir becas y ayudas para trasladarse a París y codearse con la intelectualidad del momento en el École Normale Supérieure, donde su sentido de la justicia le catapultó a alinearse con el socialismo de la época y a polemizar ávidamente, junto a Émile Zola y Anatole France, con las autoridades políticas y judiciales por el caso Dreyfus.
Al ser su militancia socialista producto de su inquietud personal por la justicia y la solidaridad más que por el atractivo de la ideología de Marx, abandonó el socialismo para implicarse con el cristianismo más humanitario. Plasmaría sus ideas, como las de buena parte de la intelectualidad más independiente, en las páginas de Cahiers de la Quinzaine, publicación de la que sería fundador en 1900.
La revolución será moral, o no será
Brillante en fondo y forma, provocaba controversias sobre cuestiones nucleares en la Francia de su tiempo, y no dudó en arremeter contra el socialismo oficial, tildándole de anticlerical y demagógico, con lo que se adelantaba a su tiempo al observar en él un fuerte componente estatista y contrario a la libertad que le llevó a manifestar que «la revolución será moral, o no será nada». Del mismo modo que arremetía contra el socialismo establecido, clamó también contra «las tiranías intelectuales», que impedían la implantación de una mística cristiana actualizada por la justicia.
Fue, en su conversión al cristianismo, donde halló el sentido para alumbrar buena parte de sus obras, como El misterio de la caridad de Juana de Arco, donde triunfa la religiosidad de esta heroína francesa que se convirtió en uno de los referentes nucleares del catolicismo en la obra de madurez de Péguy. En esta línea se encuentran también El pórtico del misterio de la segunda virtud, 1911; El misterio de los Santos Inocentes, 1912; Santa Genoveva, 1912; Nuestra Señora, 1913; y Eva, 1913. Por estas obras poéticas, el talento creador de Charles Péguy es considerado como uno de los mejores exponentes de la tradición literaria católica francesa más importante de todos los tiempos.
En su faceta de prosista, esgrimió una vehemente brillantez expositiva que tendría su cima en Nuestra juventud, obra de 1910, en la que denunció la corrupción política y la degradación de quienes ostentan el poder o lo persiguen.
Uno de sus seguidores más reputados fue el filósofo Emmanuel Mounier, fundador de la revista Esprit (1932), que se convertiría en el principal órgano de expresión del catolicismo francés a mediados del siglo XX.
Charles Péguy asumió sus palabras de que «el secreto del hombre interesante es que él mismo se interesa por todos», por lo que siempre se movió en el mismo escenario, acogiendo las historias de las personas que no contaban para nadie.
Vivir al raso
Inclasificable para quienes forcejean para ordenar a las personas en celdas, su consistencia es camino de virtudes básicas, ensambladas en justicia, paz, fraternidad, belleza y «una adhesión por la libertad y la propiedad, como problemas», según aclara uno de sus estudiosos, Juan Carlos Vila.
Imprimió a su prosa y poesía un ritmo repetitivo, que resulta cansino a algunos, pues asemeja un martillo percutor, necesario y paciente como el de la lluvia, para deshacer el granito del corazón del ser humano que siempre olvida su condición más profunda: la de necesitado de los demás y, por encima de todos, del Creador.
Péguy es un hombre que vislumbra la deriva totalitaria de la Revolución rusa, en un suceso ocurrido en 1905, con el que se aterró previendo el día después del triunfo de los soviets. Esto confiere a su persona y pensamiento la legitimidad de los profetas bíblicos, extravagantes para los mortales aburguesados del tiempo en el que vivió y para los actuales, también, ya que la decisión de secundar a personajes de sus características equivale a abandonar la seguridad de la manada y tener la valentía para vivir al raso.
El hombre que había nacido en Orleáns, apodo con el que se conoce a la Doncella a la que cantó bellamente, marchará al frente en la primera Gran Guerra y, como a muchos otros, una bala segará su vida el 5 de septiembre de 1914 al salir al frente de su compañía desde una trinchera en el Marne. Allí concluirá su vida a sus 41 años, de quien ha sido uno de los más lúcidos y polémicos intelectuales del siglo XX y del actual, que nos aúpa al balcón de la sabiduría permanente y no coyuntural de nuestra sociedad superinformada cuando vaticinó que «Homero es nuevo esta mañana, y tal vez nada es tan antiguo como el periódico de hoy».