100 años atendiendo a una realidad invisible
El Apostolado del Mar, que pasará a llamarse Stella Maris, renueva su compromiso con los marinos en un contexto con nuevos desafíos como la COVID-19
Si la pandemia no hubiese dado la vuelta a todo, el pasado domingo tendría que haberse celebrado en Glasgow (Escocia) la clausura del centenario del Apostolado del Mar en el marco de un congreso mundial. Ese mismo día, el 4 de octubre, pero 100 años antes, un pequeño grupo de personas —liderado por el hermano Shields, jesuita, y los laicos Arthur Ganon y Peter Anson— daba forma la actividad iniciada por el jesuita Joseph Egger a finales del siglo XIX.
Fue en el Instituto Católico de Cochrane Street, en la ciudad escocesa, donde se decidió restablecer las visitas a los barcos y se puso el germen de una pastoral que se oficializaría —una vez lo aprobó el Papa Pío XI— el 17 de abril de 1922. Lo cual no quiere decir que la Iglesia hubiera estado ajena a este mundo con anterioridad. En los siglos precedentes fueron numerosas las congregaciones religiosas que dieron asistencia a los marinos en diferentes lugares. El Papa confiaba entonces «en la certeza de que tal empresa, hábilmente secundada por el celo sacerdotal, secular y regular, se propagara más y más a través de las costas de ambos hemisferios».
Tal y como reconoce el cardenal Peter Turkson, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, el deseo de Pío XI «es hoy día una maravillosa realidad». En total, el Apostolado del Mar cuenta con cientos de capellanes y numerosos voluntarios; está presente en más de 300 puertos donde cada año realiza en torno a 70.000 visitas a barcos, y atiende a más de un millón de marinos.
De hecho, tal y como relata a este semanario Juan Esteban Pérez Rodríguez, delegado del Apostolado del Mar del Obispado de Tenerife, la Iglesia, a través de esta pastoral concreta, es de las pocas organizaciones que se interesa por el colectivo de los marinos. «Todo nuestro bienestar depende de su trabajo, pues transportan más del 90 % de las mercancías a nivel mundial y, sin embargo, son invisibles», añade.
Varados en alta mar
Una situación que no solo no se ha corregido durante la pandemia, sino que se ha agravado. Pérez Rodríguez lamenta que el reconocimiento social brindado a numerosos trabajadores en los últimos meses no se ha extendido a los marinos cuando, insiste, son fundamentales. Por no tener, no tienen ni la calificación de «trabajadores clave» por parte de las autoridades. Una circunstancia que, en estos momentos, por la COVID-19, está impidiendo la movilidad y dejando bloqueadas en el mar a numerosas tripulaciones que ven cómo sus relevos no llegan.
«Se estima —denuncia el cardenal Turkson— que más de 300.000 marinos y personal marítimo se encuentran actualmente varados en alta mar; sus contratos se han prorrogado más allá del límite de los once meses establecidos y están sometidos a un gran estrés mental y fatiga física». Por ello, hace un llamamiento a considerar a estos trabajadores como «clave» y a crear «canales especiales» para favorecer el relevo de la tripulación: «¡Nos gustaría ver a los marinos varados regresar a sus países y reunirse con sus seres queridos!».
Con el desafío de la COVID-19 y otros como la piratería, la criminalización o el abandono, la pastoral del mar busca abrirse en esta efeméride a nuevos caminos y medios para ser, escribe Turkson, «la Iglesia que navega con la gente del mar». Una renovación cuya punta de lanza es el cambio de nombre y de logotipo. A partir de ahora, el Apostolado del Mar pasará a llamarse Stella Maris, como los centros de atención repartidos por puertos del todo el mundo. Además, los marinos, destinatarios de esta actividad, lo conocen de este modo. La nueva imagen, símbolo de unidad e identidad común, será «la guía y fuente de inspiración para nuestro compromiso al servicio del mundo marítimo».
El papel de la Iglesia local
Según Pérez Rodríguez, la invisibilidad de las gentes del mar en la sociedad tiene su reflejo en la Iglesia. En este contexto, se entiende mejor la invitación del prefecto del Dicasterio para el Servicio Humano Integral a todas las conferencias episcopales a nombrar un responsable de promover el cuidado religioso de los marinos en el país, y a los obispos de las diócesis marítimas a designar capellanes y «considerar la pastoral del mar como parte integral de las responsabilidades pastorales de la diócesis y de las parroquias ubicadas cerca de los puertos». Se trata, como dice san Juan Pablo II en el motu proprio Stella Maris, de «lograr que la gente del mar cuente en abundancia con los medios para llevar una vida santa».