Queridos diocesanos:
Es propio del ser humano ser solidario, aunque muchas veces le venza la indiferencia. Por eso siempre ha existido algún tipo de respuesta voluntaria ante el sufrimiento, la marginación, la pobreza y la necesidad ajena. Hoy el voluntariado está en alza, porque, entre otros factores, el modelo de sociedad imperante, construida sobre el producir, el tener y el consumir, ha marginado a muchos de nuestros semejantes y les ha obligado a vivir en condiciones infrahumanas. Además, los Estados se sienten incapaces de ofrecer soluciones a tantos problemas sociales de pobreza y de marginación. Tal estado de cosas ha provocado una reacción de solidaridad, no sólo individual y espontánea, sino colectiva y organizada. Muchos quieren ayudar y comprometerse como voluntarios. Por tal se entienden las personas que dedican parte de su tiempo y de sus energías a colaborar en una causa de forma libre, gratuita y continuada.
Esta forma de compromiso, que en nuestro tiempo ha surgido con fuerza, viene existiendo en la Iglesia desde siempre, aunque con nombres diferentes. La vida de todo cristiano por el hecho de seguir a Cristo e intentar vivir, el mandamiento del amor, debe ser la de un voluntario que por amor se compromete en servir a los demás en tareas eclesiales, de ayuda a los más necesitados, de educación de niños o de atención a enfermos. Catequistas, visitadores de enfermos, coros litúrgicos, miembros de Cáritas o Manos Unidas o colaboradores en otras obras caritativas son, entre otros, voluntarios cristianos. El voluntariado cristiano es un fruto de la responsabilidad de la entera comunidad eclesial. La comunidad cristiana es una comunidad de servidores a ejemplo de Cristo que vino no para ser servido sino para servir (Mt. 20,28). Somos comunidad de servidores: amando al prójimo, sirviendo a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados, siendo solidarios con todos los pueblos, con todas las personas.
Pensando en todos los voluntarios y especialmente en los jóvenes, es muy importante saber descubrir y vivir lo especifico del voluntario cristiano para apreciar su grandeza y para vivirla con una identidad clara y atrayente para otros jóvenes. Un voluntario no-cristiano puede realizar tareas muy semejantes y loables, incluso hacerlas técnicamente mejor; pero le faltarán la motivación, los medios y los objetivos propios y diferentes del voluntario cristiano; a saber: su identificación con Cristo, Siervo de Dios y de todos los hombres, el amor del Espíritu Santo, la pertenencia a la Iglesia, la esperanza en la vida eterna, la fuerza que se recibe para la tarea de la oración, de la Palabra y de los sacramentos.
Es bueno, por ello, recordar algunas claves fundamentales del voluntario cristiano, que sirvan para lograr una mejor formación, revisar las tareas y superar las inevitables dificultades en el compromiso. Estas claves son: El voluntario cristiano se siente llamado por Cristo a colaborar; alimenta su fe en el encuentro personal con Cristo vivo, en la oración personal y comunitaria, en la escucha de la Palabra, en la celebración de los sacramentos, y en la adoración de la Eucaristía, manantial permanente del amor servicial; pone siempre en el centro a la persona, con la que Cristo se identifica; no busca sobresalir ni brillar sino servir; realiza su tarea en unión con la Iglesia y con espíritu de colaboración; vive su tarea con alegría; intenta poner un amor misericordioso, concreto y paciente en todo lo que hace; no se avergüenza de su fe ante los demás; pone su confianza en Dios en medio de sus debilidades y cansancios; testimonia y transmite la fe que mueve su vida e intenta no escandalizar con el mal ejemplo; está dispuesto a soportar las dificultades sin echarse atrás y sabe que Dios cuida de él en todo momento.