Un tesoro bibliográfico para los investigadores españoles en Roma
La biblioteca de la Iglesia Nacional Española de Santiago y Montserrat, la iglesia española de Roma, custodia todas sus andanzas. Está especializada en historia de España e historia de la Iglesia, pero también custodia el archivo de la Obra Pía; es decir, conserva toda la documentación relativa a la administración del patrimonio de la Iglesia española en Roma, así como su labor de asistencia a través de las cofradías
La presencia de españoles en Roma data de antiguo. Los hay que, como Miguel de Cervantes, llegaron a la capital italiana en busca de un patrono o de inspiración. O como Diego Velázquez, que dejó como recuerdo de su estancia uno de los mejores retratos del Papa Inocencio X. O que incluso llegaron a ser Papa, como el cardenal Rodrigo Borja. Pero si hay algo que marcó la vida de la perenne colonia española fue la construcción en plena plaza Navona de la iglesia hospital de Santiago. Desde el siglo XV, este refugio acogía a los peregrinos españoles que culminaban derrengados el viaje para rendir veneración a los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo. Con la aprobación de Pío VII en 1807, esta hermandad acabó por unirse con la de Santa María de Montserrat. Y desde 2003, la Iglesia Nacional Española de Santiago y Montserrat posee título cardenalicio.
La biblioteca de la iglesia custodia todas sus andanzas. Está especializada sobre todo en historia de España e historia de la Iglesia, pero también custodia el archivo de la Obra Pía. O lo que es lo mismo, conserva toda la documentación relativa a la administración del patrimonio de la Iglesia española en Roma, así como su labor de asistencia a través de las cofradías. «La iglesia de Santiago tenía una obra social muy destacada. Bajo los criterios de la época ayudaba a los encarcelados y a los pobres, se encargaba de la acogida de los peregrinos españoles que llegaban a Roma, gestionaba la dote para que las chicas jóvenes españolas pudieran casarse, o se hacía cargo del enterramiento de los españoles», explica el actual rector, el sacerdote José Jaime Brosel Gavilá.
Su nombramiento, a finales de 2019, llegó casi al término de la catalogación de la maraña de libros y documentos apenas impenetrables para los estudiosos en la que se había convertido la biblioteca con el paso del tiempo. «Cuando llegamos solo había ficheros de papel. Y no estaba todo catalogado. No había ningún sistema informático, por lo que comenzamos desde cero». No fue solo una migración de datos, sino «una catalogación de volúmenes uno por uno», resume la española Marta Pavón, coordinadora y seleccionadora de las obras.
Fundamental para investigadores
Un laborioso proceso que ha durado casi siete años y que permitirá hallar con facilidad una referencia concreta para consolidar el panorama de una época, comprobar el trasegar de un personaje, o cotejar un dato escrito al final de una nota al pie a todo aquel que se asome a este tesoro bibliográfico. La principal riqueza de los 70.000 volúmenes que la componen es que constituye una herramienta fundamental para la labor de los investigadores interesados en el estudio de la historia de la Iglesia española en Roma, sobre todo para los que investigan en los archivos vaticanos (Archivo Apostólico Vaticano, Archivo de la Secretaría de Estado Vaticano o Archivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, entre otros), o en los archivos de la ciudad de Roma. También contempla un rico fondo de revistas españolas y de fuentes documentales. De hecho, su origen se remota a la mitad del siglo XX y va parejo a la creación del Centro de Estudios Eclesiásticos en 1949. «Entonces se consideró imprescindible la formación de una biblioteca como elemento auxiliar para el trabajo de investigación del centro». La biblioteca se especializó en historia de la Iglesia en España, entendida en su sentido más amplio: «instrumentos de trabajo (enciclopedias, diccionarios, bibliografías, catálogos de archivos y bibliotecas, ediciones de fuentes, etc.), autores españoles (historiadores, teólogos, canonistas, literatos), monografías y revistas», detalla la experta.
Este tesoro bibliográfico está a la altura de la biblioteca de la Escuela Española de Historia y Arqueología, la biblioteca del Cervantes o la biblioteca de la Academia Española. La sistematización de los fondos se ha llevado a cabo con sumo cuidado. Se han construido índices claros para guiar al investigador en su búsqueda, y se han distinguido las publicaciones por género, para poder llevar a cabo pesquisas comparativas. «Es una base fundamental para cualquier investigador». El Archivo Vaticano «no cuenta con toda la bibliografía de todos los países del mundo, por eso tener a mano algunos documentos, escritos o estudios de autores españoles o revistas es importantísimo», incide Pavón. El Papa Pío XI abrió el Archivo Vaticano en 1881, lo que fomentó la llegada de investigadores de todo el mundo a Roma. En los años siguientes, cada país se preocupó de crear en Roma un instituto con fondos bibliográficos propios. «En las investigaciones a este nivel es determinante poder cotejar la documentación del Vaticano con la propia. Si estás estudiando un aspecto concreto, por ejemplo, de la diócesis de Barcelona, necesitas poder tener acceso a la bibliografía ya escrita con anterioridad sobre ese tema, y si está a cientos de kilómetros es imposible», agrega la coordinadora.
La italiana Giovanna Grio se ha dedicado con ahínco a poner orden en esta biblioteca. Su mayor reto ha sido catalogar de acuerdo con el sistema español. «Hemos tenido que poner las notas en español y adaptarnos al sistema de catalogación». «Para nosotros ha sido un esfuerzo añadido, pero el resultado es óptimo. Está tan bien hecho el registro que incluso los buscadores de internet te dan como resultados libros catalogados de la biblioteca de la iglesia española», dice con orgullo.
El rector, el sacerdote valenciano José Jaime Brosel Gavilá, quiere dar un soplo de aire fresco a la iglesia de los españoles en Roma. «Aquí conviven la pastoral y el estudio. Yo siempre digo que este edificio tiene dos puertas. Por la de vía Giulia se entra al centro de estudios, donde residen los investigadores, y por la de vía Montserrato se entra a la iglesia, donde se celebra en español y atendemos tanto a los que viven aquí como a los que están de paso», reseña. Llegó a Roma en 2008 para trabajar en el Pontificio Consejo de Migrantes. En octubre de 2017 el Papa le nombró relator en la Congregación para la Causa de los Santos. En 2018 aterrizó como vicerrector de esta iglesia, de la que es rector desde diciembre de 2019.
Su objetivo es relanzar la parte académica, ajustando todo al plan Bolonia y creando una red de intercambio tanto con las universidades pontificias como con el Archivo Vaticano: «Nos tenemos que distinguir por ser un centro en el que se estudie Roma, el Archivo Apostólico y los diversos archivos». Un segundo aspecto es divulgar España. «Divulgar la historia de la Iglesia española, la liturgia mozárabe, la mística, la historia de nuestros misioneros, la evangelización española por el mundo. Además, me gustaría adaptar la revista y las publicaciones a los criterios actuales». Para ello, quiere crear un diálogo tanto con la Conferencia Episcopal Española como con los sacerdotes que viven en Roma, dando voz también a las religiosas y los laicos. «Somos una embajada cultural de la iglesia española aquí», resalta. Actualmente hay proyectos de investigación sobre Alejandro VI y Calixto III: los dos Papas españoles de la familia Borja cuyos restos están precisamente enterrados en la iglesia de los españoles.
La biblioteca de la iglesia española en Roma cuenta también con un fondo antiguo envidiable, que comprende un número aproximado de 800 volúmenes entre los que destacan dos incunables y numerosas encuadernaciones artísticas. Las obras, escritas en latín, italiano, español, francés o griego, van desde finales del siglo XV al siglo XIX. Entre los libros más antiguos destacan las Constituciones de Eugenio IV, publicadas en Venecia, o la obra Oeuvres de messire Jacques Benigne Bossuet, del año 1736-1757, un título en diez volúmenes del que resalta la belleza de sus grabados.
También son reseñables los libros musicales conservados que fueron destinados a la liturgia. Además de la colección de Libros de atril (graduales, kyriales, antofonarios…) destaca un corpus de alrededor de 600 manuscritos de partituras datadas entre la primera mitad de siglo XVII y la segunda mitad del siglo XVIII. Hay algunas composiciones de Antonio Aurisicchio (1710-1781), el napolitano que se convertirá más tarde en el maestro de capilla de la Pontificia Real Basílica de Santiago de los Españoles. «Muchas de estas composiciones son probablemente inéditas y no han sido interpretadas desde hace tiempo; tienen un carácter alegre y jovial, como mucha música barroca italiana de aquel momento. Recientemente, durante la Misa en la Iglesia Nacional Española, hemos tenido la ocasión de escuchar algunas partes, seleccionadas por la organista en acuerdo con el rector», describe Eliana Conte, bibliotecaria que han participado en la catalogación. Asimismo, el fondo musical conserva una rara edición de una partitura impresa de dos composiciones de dos de los grandes nombres españoles de la música sacra del Renacimiento: Tomás Luis de Victoria y Juan de Francisco Guerrero.