De madre viuda con cinco hijos a monja contemplativa
María Zhang perdió a su marido, no podía vivir su fe en China y, en vez de abatirse, puso su corazón roto en las manos de Dios. Y se convirtió para siempre. Él la escuchó, y la hizo suya. Hace unos días, cumplió el sueño de su vida: profesar los votos perpetuos como misionera agustina recoleta en un convento de Salamanca
María Zhang nació en China en el entorno de una familia normal. Desde niña, siempre fue una mujer apasionada y risueña. Se casó, tuvo cuatro hijas y un hijo, y puso toda su esperanza en ser feliz. Su vida estaba asegurada. O eso creía ella. Sin embargo, un día contrajo una grave enfermedad, sus pasos se tambalearon por completo y su vida cambió drásticamente.
Como cuenta ella misma en Religión en Libertad, su familia no era católica. Pero, tras escuchar las palabras consoladoras de su hermana, que sí que lo era, abrazó la fe y comenzó a asistir a la Eucaristía. Un sendero lleno incertidumbres y una esperanza, sin duda alguna, colmada de Dios. Tanto, que la madre y las cuatro hijas se bautizaron el 1 de julio de 2007, tomando los nombres de María, la madre; y María del Sagrado Corazón, María Faustina, Trinidad María Nieves y Teresa de Jesús. El padre y el hijo se bautizaron en la Navidad de ese mismo año.
Al año siguiente, María se quedó viuda. Tras el duelo y la fe regalada, supo que su vida ya no le pertenecía. Era totalmente de Dios.
Los votos perpetuos de una vida regalada
El pasado 7 de junio, el convento de Santo Toribio, de las monjas agustinas recoletas de Vitigudino (Salamanca), vivió algo inolvidable. La hermana María Zhang Yuechun, la mujer que había luchado por sobrevivir, en medio de un país donde ser creyente pasa una factura demasiado alta, se comprometía a vivir en su comunidad los votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia. En clausura. Y lo hacía después de haber realizado el noviciado de dos años de duración.
La hermana María Zhang llegó a España hace cinco años para ingresar en este convento de vida contemplativa, donde conviven doce monjas procedentes de distintos países del mundo (Perú, Venezuela, Tanzania, China y España). Tras los primeros años de estancia y formación, se revistió de valentía para contraer el compromiso de vivir los votos religiosos, formalizado en la ceremonia de la profesión.
Madre e hija, y también hermanas de comunidad
La religiosa, con paz en los ojos, pronunciaba ante la madre priora del convento, sor Bertha Teresa Feijoo, y acompañada por las hermanas de la comunidad, los votos de su consagración religiosa. En ese preciso momento, sus padrinos José Sánchez y Consolación García, hacían entrega a la neoprofesa del velo negro que ya luce como signo de su consagración al Señor.
Al lado de sor María permanecía su hija María Sun Shen, misionera agustina recoleta, quien no podía contener la emoción. Y es que esta, al igual que sus tres hermanas y su hermano, han puesto en la vida religiosa su presente y su futuro. Y todos, bajo el amparo de la orden agustina recoleta.
Un compromiso «por 1.000 años»
La ceremonia se hizo más íntima aún al final de la Misa, cuando madre e hija –y, también, monjas contemplativas y hermanas de comunidad–, entonaron una canción a la Virgen en su lengua materna, el chino. Detalle que impregnó la celebración de un tinte oriental, emotivo y místico.
Después, sor María firmó en el libro del convento para rubricar como mujer su compromiso espiritual con Dios para emprender el camino místico, jurando los votos de castidad, pobreza y obediencia «por 1.000 años».
Ahora, María de Jesús Misericordioso Zhang, sonríe de forma distinta. Y se abraza a una vocación sorprendente, que conserva –como una vasija de barro– en la memoria del corazón. Completa así, como desvelan desde la orden agustina recoleta, «el círculo admirable de toda una familia llamada por Dios a la vida religiosa».
Carlos González García / ReL