Hoy el diálogo evoca los hospitales de campaña, esa unidad médica que aparece urgida por una situación de desastre, para prestar asistencia próxima y competente a los afectados. Interviene L. C.: «Todavía recuerdo con horror las noticias de prensa, más de 7.000 camas para afrontar la crisis del COVID-19 y el recinto ferial de IFEMA en Madrid con capacidad para albergar a 5.000 pacientes. También Barcelona había habilitado tres pabellones y Zaragoza, la feria y la sala multiusos del auditorio. España sumaba efectivos, nuevas dotaciones y equipamiento para hacer frente al coronavirus».
F. y M. añaden: «Hay que sumar que las familias nos vimos envueltas en situaciones difíciles y dolorosas; tuvimos que afrontar las cosas malas que la vida nos presentaba y ponerle nombre y sentimientos. Los afectos son condición para poder vivir».
B. añade que «queríamos tener serenidad, buscábamos desesperadamente la manera más sosegada y adecuada de recuperarnos y salir fortalecidos». A nuestro alrededor, afirma G., «vemos muchas maneras de afrontar el dolor: unos lo aceptan, otros lo encubren o buscan culpables, y otros viven en un universo protegido y aséptico. Pero el dolor está ahí. ¿Cómo se viven las pérdidas? ¿Qué hemos aprendido?».
«Aprendemos que negar la realidad no quiere decir que no exista. Es una lección de vida que todos tenemos que aprender. El aislamiento social puede ser muy perjudicial para las personas», dice R.
Y. puntualiza: «Queremos dominarlo todo, sentimientos, situaciones, personas, decisiones… pero ante la muerte solemos ser frágiles y sentidos». «Lo que estamos viviendo afecta a la sociedad entera. Existen retos para todos y es importante, para superar este cambio, aprender de lo que estamos viviendo».
Se escuchan también otras cosas, dice C. Expresiones del tipo «resurgir de las cenizas», o «resiliencia». Parecen raras, pero si te las explican, suenan a positivo. Me gusta también «inteligencia espiritual» pues centra, trasmite armonía y dispone a enfrentar la vida con más serenidad para seguir avanzando.