La comunidad de los jesuitas en Durango cerrará sus puertas después de 179 años de presencia
«Me quedo con la gran acogida que nos han dispensado y nos vamos con la alegría de que la semilla regada durante tantos años está ya dando frutos», asegura el superior de la comunidad
Después de 179 años de presencia, la comunidad de jesuitas de Durango dejará de residir en la localidad vizcaína debido al proceso de reestructuración de las cinco provincias de la Compañía en nuestro país, que se han integrado en una sola. Se mantendrán, sin embargo, las obras apostólicas que la orden religiosa tiene allí.
«Está previsto que para principios de julio los seis jesuitas que quedamos estemos ya cada uno en nuestro nuevo destino [Bilbao, Loyola y San Sebastián], pero tenemos programada una despedida oficial para los días 23 y 24 de octubre en agradecimiento a la ciudad de Durango y al duranguesado», explica Koldo Katxo Ultra, superior de la comunidad, que lleva 13 años viviendo en la localidad.
Después de todo este tiempo, «me quedo con la gran acogida que nos han dispensado y nos vamos con la alegría de que la semilla regada durante tantos años está ya dando frutos», asegura el jesuita en conversación con Alfa y Omega. En este sentido, subraya la labor de «los laicos ignacianos, que hace tiempo ya tomaron las riendas de las obras apostólicas, y estoy convencido de que ahora volverán a hacerlo con los proyectos que se quedarán a su cargo».
De Bélgica a Durango
La presencia de los jesuitas en Durango se remonta a 1841. «Ese año recalaron en la villa tres religiosos de la orden procedentes de Bélgica, que se dedicaron principalmente al acompañamiento de la vida religiosa a través de la espiritualidad ignaciana», cuenta Koldo.
Con el paso de los años, los jesuitas también abrieron una casa de ejercicios y se entregaron a la tarea de la educación. «Llegaron a un acuerdo con el Ayuntamiento para impartir las clases de latín a los niños de la ciudad» y en 1890 abrieron «el Colegio San José, que todavía sigue activo y en la actualidad cuenta con 1.300 alumnos aproximadamente».
Y así seguirá, porque con 130 años de vida y un historial de «cientos de futuros jesuitas formados en sus aulas», el centro educativo no cerrará sus puertas a pesar del cierre de la comunidad. «Es un colegio con mucha raigambre en todo el duranguesado. Hace ya unos 15 años está dirigido por laicos y laicas, y en esta nueva etapa nosotros seguiremos acompañando esta obra desde las comunidades más próximas», asegura Katxo.
Comunidad de hospitalidad
Otra de las obras que los jesuitas quieren mantener a pesar de su marcha es el proyecto de hospitalidad, que se inició hace 13 años cuando la comunidad abrió las puertas de su casa a un grupo de inmigrantes, principalmente subsaharianos. «Vivían en pisos patera, totalmente escondidos, sin empadronamiento y sin ningún tipo de derecho ni reconocimiento», explica el superior.
La comunidad les acogió con una sola condición: que se formaran. «Ha sido muy enriquecedor también para nosotros. Hemos convivido con jóvenes de otras religiones y de culturas muy distintas, y les hemos acompañado en su proceso de integración».
De esta forma, la marcha de la comunidad plantea una serie de interrogantes «porque ya no hay jesuitas que vayan a vivir aquí con ellos». Precisamente, «en estos momentos estamos viendo como adaptamos el proyecto de hospitalidad con la ayuda de los laicos ignacianos, del colegio y de la Fundación Ellacuría para que continúe la acogida de inmigrantes». Lo que sí cerrara junto a la comunidad, concluye Koldo Katxo, es el culto público de la iglesia. «Se quedará solamente para uso interno de la comunidad educativa».