Para no dejar a nadie atrás
Las personas que dependen de la asistencia externa para llenar la nevera han llegado en Italia hasta los 3,7 millones, un millón más que antes de la emergencia sanitaria. Además, «hay más de medio millón de personas que podrían perder su empleo en los próximos tres meses», señalan desde la Confederación Nacional de la Pequeña y Mediana Empresa de la capital italiana. Ante esta situación, el Papa ha instituido un fondo para dar oxígeno «al amplio abanico de trabajadores diarios y ocasionales», como Sophio, que trabaja por horas para sacar a su familia –en España y en Georgia– adelante
Sophio (Sofía) no pierde la sonrisa ni cuando explica que hace años que las cuentas no le salen. Anota en un viejo libreto cada euro que gasta como si fuera un estricto burócrata de Bruselas. Desde que salió de su país de origen, Georgia, en marzo de 2011, cada día ha sido un ejercicio de resistencia. Aprender el idioma. Encontrar trabajo. Pelear para que no le paguen en negro. Conseguir papeles.
En su caso vivir al día, sin poder ahorrar para las vacas flacas, es una obligación. 600 euros de alquiler para un pisito de dos habitaciones en la incomunicada periferia de Roma que comparte con sus cuñados. 150 para ayudar a su padre que vive en Georgia y recibe una pensión irrisoria con la que no le llega ni para comprar carne. Otros 350 para saldar la deuda con un banco al que pidieron un préstamo para poder sufragar los costes de la operación de cadera para su suegra. «De donde vengo los hospitales no son gratis. Ni tampoco las medicinas. Nadie te ayuda. Los sueldos son mínimos y la vida cuesta casi como aquí. Por eso somos muchos los georgianos que emigramos a Europa y mandamos dinero para sacar a flote a nuestros familiares», destaca con resignación.
Esta pandemia ha dado a su familia otra vuelta de tuerca difícil de soportar. «Mi marido lleva desde febrero sin trabajar como camionero en Francia. La empresa no nos dice cuándo volverán a activarse las rutas. Yo trabajo limpiando casas, pero no es suficiente». Muchos cancelaron su relación laboral con ella estos meses por miedo al contagio o porque ya no pueden permitírselo. «Nos va mal a todos, se está poniendo muy difícil la situación», explica. «He pasado muchas cosas, pero es la primera vez que me invade tanta confusión. Tengo miedo. He pensado incluso dejarlo todo y regresar a mi país. ¿Qué hago aquí si no puedo pagar el alquiler o sacar adelante a mi hija?», manifiesta, tras entregar a un viandante uno de los currículos que acaba de imprimir en la copistería del barrio.
Muy a su pesar, ella le pone rostro a la estadística de los nuevos pobres. Personas que de la noche a la mañana han dejado de ser el eslabón más modesto de la sociedad para pasar a engrosar las filas de las que caen al vacío sin que una red les evite el golpe. «Toda mi familia depende ahora mismo de mí, que trabajo por horas. Siento mucha presión aquí», detalla mientras se señala el esternón. Pero casi sin dejar espacio para la compasión añade: «Aun así, me siento afortunada. Hay mucha gente que lo está pasando peor que yo. Tengo salud y una niña preciosa».
Italia ha entrado en una recesión histórica, con una caída del PIB de entre 8 % y el 10 %, la peor desde la Segunda Guerra Mundial. Y la sangría de personas que han perdido su trabajo en todo el país no frena, a pesar del desconfinamiento. Según el sindicato agrícola Coldiretti, los que dependen de la asistencia externa para llenar la nevera llegaron hasta los 3,7 millones, un millón más que antes de la emergencia sanitaria.
El cerrojo de actividades comerciales y fábricas por la pandemia atizó una situación económica ya de por sí ahogada que hasta el momento se ha llevado por delante más de nueve millares de empresas solo en Roma. «Hay más de medio millón de personas que podrían perder su empleo en los próximos tres meses. Un tercio de las empresas se plantea si les conviene continuar funcionando. Y no solo por la falta de turistas. Muchos echan el cierre ante las trabas para acceder a los créditos bancarios o las ayudas del Gobierno, o por los retrasos del dinero de los ERTE», destaca Stefano Di Niola, secretario de la Confederación Nacional de la Pequeña y Mediana Empresa de la capital italiana.
Detrás de cada empleo perdido o cada negocio que no volverá a alzar la persiana hay una persona a quien la incertidumbre del futuro más próximo oprime el pecho. Pensando en ellos, el Papa decidió instituir un fondo para dar oxígeno «al amplio abanico de trabajadores diarios y ocasionales, a los que cobran por hora o trabajan en prácticas, a los trabajadores domésticos, los autónomos…», según manifestó él mismo en una carta enviada al vicario general de la diócesis de Roma, el cardenal Angelo De Donatis. «Muchos son padres y madres de familia que luchan laboriosamente por poner la mesa para sus hijos y garantizarles el mínimo necesario», agregó. Francisco puso un millón de euros y colocó a Cáritas al frente. Un gesto que cumplió como obispo de Roma para que nadie en su diócesis se quede atrás.
La organización católica tiene distribuidos por todo el territorio romano cerca de 90 centros de escucha donde recogen de primera mano las historias de sufrimiento de quienes temen no volver a tener ingresos. «Muchas veces los sujetos más frágiles se quedan fuera de las ayudas por falta de información. Por eso es importante llegar hasta ellos», señala el obispo auxiliar y delegado para la Pastoral de los Migrantes y la Caridad de Roma, monseñor Gianpiero Palmieri. Para acceder a las prestaciones del fondo llamado Jesús Obrero Divino, se deben cumplir estas condiciones: ingresar en casa menos de 600 euros al mes, estar domiciliado en el territorio de la diócesis de Roma y haber perdido el trabajo por la pandemia. Las familias admitidas recibirán una ayuda que va de 300 a 600 euros, dependiendo del grado de vulnerabilidad, durante tres meses. La subvención podrá ser renovada por un periodo total de seis meses en función de los activos del fondo al que también se ha unido el Ayuntamiento de Roma y la región del Lazio, con otro medio millón de euros respectivamente.
Este no es un paso aislado. A principios de abril el Papa instituyó otro fondo, que inauguró con una donación inicial de 750.000 dólares, para echar una mano a hospitales, escuelas, residencias de ancianos y otras instalaciones administradas por la Iglesia en países pobres afectados por el COVID-19.