La confianza frente a la contrariedad
XII Domingo del tiempo ordinario / Mateo 10, 26-33
Tras las fiestas pascuales y los domingos que las desarrollan, retomamos la lectura de Mateo, el evangelista cuyos textos contemplaremos hasta la conclusión del año litúrgico. El pasaje de este domingo pertenece al llamado discurso de la misión, un conjunto de enseñanzas que comenzaba con la constatación por parte de Jesús de la necesidad de enviar trabajadores a la mies, puesto que las muchedumbres andaban abandonadas «como ovejas sin pastor» (cf. Mt 9, 36). De este modo, el Señor llamaba a los doce con la misión de ir y proclamar la llegada del Reino de los cielos con el mandato de curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos y expulsar demonios. Concluida esta exposición, el relato de este domingo se centra en exponer las dificultades que los discípulos encontrarán en esta apasionante tarea y, por otra parte, en subrayar la confianza que han de tener en quien les ha elegido para esa misión.
«No tengáis miedo»
Al oír esta expresión, seguramente más de uno recuerda la voz de san Juan Pablo II, que insistentemente hacía uso de estas palabras de confianza que han marcado para siempre cuál debe ser la actitud del cristiano al afrontar las angustias o temores con los que se encuentra en su vida diaria, ya sea para vivir su propia fe de modo coherente, ya sea para dar testimonio explícito de la misma. Sabemos sobradamente que el día a día de los cristianos nunca ha venido exento de dificultades, sobre todo cuando han tratado de ser fieles a la misión recibida por su propio Bautismo o por una vocación específica de entrega a Dios, dentro de la vocación bautismal. Ocurrió así en los primeros siglos y sigue siendo así también hoy. Por eso Mateo, que anima a una segunda generación de cristianos, rememora estas afirmaciones del Señor en las que domina la fórmula «no tengáis miedo». Aunque breve, se trata de una de las expresiones más tranquilizadoras y que mayor paz puede infundir en los cristianos, debido a que implica arrojarse por completo en las manos de Dios.
Temor de Dios y providencia
El contenido del Evangelio se condensa en tres afirmaciones. La primera nos da la seguridad de que el anuncio del Reino de Dios es imparable. A pesar de las tribulaciones que puedan experimentar los evangelizadores, todo será descubierto y todo llegará a saberse. Ningún aspecto de la salvación realizada por el Señor y continuada por sus discípulos quedará oculto. Aunque a menudo veamos lo contrario, en último término el tiempo juega a nuestro favor. La segunda afirmación enuncia la cuestión del temor de Dios. Hace tiempo, el Papa aclaraba qué significa el temor de Dios, un concepto que, aun siendo un don del Espíritu Santo, corre el riesgo de ser malentendido. Francisco nos recordaba que no se trata de «tener miedo a Dios», sino de reconocernos pequeños ante Él y ante su amor, «adquiriendo forma de docilidad, de reconocimiento y de alabanza». Pero también «es una alarma ante la pertinacia del pecado que nos impulsa a reconocer, no solamente que no podemos ser felices viviendo anclados en el pecado, sino también que un día todo acabará y que debemos rendir cuentas a Dios». La tercera afirmación nos permite ver a Dios como alguien cercano y providente. Una imagen hermosa de esta confianza es la que relata la primera lectura, mostrando a Jeremías acorralado incluso por sus propios amigos. Esta circunstancia, en cambio, no le lleva a otra disposición que la de reconocer la fuerza del Señor, que lo libera, desencadenando por parte del profeta un canto de alabanza a Dios. A pesar de que Jeremías puede ser visto como modelo de quien sufre el acoso por ejercer un encargo del Señor, busca la venganza sobre los que desean su mal. Por el contrario, el cristiano no seguirá en este punto la postura de Jeremías, sino que, a ejemplo del Señor, sufrirá la persecución perdonando a sus enemigos. El ejemplo más logrado a lo largo de los siglos ha sido el del mártir, alguien que, imitando a Cristo, ha interiorizado hasta el extremo estas tres convicciones: la victoria está asegurada; solo debe rendir cuentas ante Dios, y Dios providente cuida «hasta de los cabellos de la cabeza».
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse, ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones. A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».